Agua: enderezar el presente, salvar el futuro
En su informe La economía del agua: valorar el ciclo hidrológico como un bien común global, la Comisión Global sobre la Economía del Agua (GECW, por sus siglas en inglés) alerta que más de la mitad de la producción mundial de alimentos podría desvanecerse en el próximo cuarto de siglo a menos que se tomen medidas urgentes para conservar los recursos hídricos y poner fin a la destrucción de los ecosistemas de los que depende la generación de agua dulce. La organización recuerda que la falta de agua ha provocado sequías, inundaciones, olas de calor e incendios forestales cada vez más frecuentes y graves en todo el planeta y pone ante el público la realidad alarmante de que “ya no podemos contar con la disponibilidad de agua dulce para nuestro futuro colectivo” debido al uso irracional que hacemos del líquido.
Los efectos catastróficos ya están aquí: cada día mil niños mueren por falta de acceso a agua potable, más de 2 mil millones de personas (uno de cada cuatro seres humanos) carecen de este servicio y 3 mil 600 millones de personas (44 por ciento de la población mundial) no tienen servicios sanitarios seguros, todo lo cual afectará a cada vez más gente y en mayor medida mientras no se haga frente al cambio climático y en tanto no se ponga fin al uso destructivo de la tierra, la debilidad de la economía y la mala gestión de los recursos hídricos. De estos cuatro factores que llevan al ciclo mundial del agua a un estrés sin precedente, el primero escapa al control de México, por lo que el país debe enfocarse en los otros tres.
No se trata de ignorar el problema del calentamiento global, sino del hecho de que México aporta apenas 1.4 por ciento de los gases de efecto invernadero (GEI), por lo que, incluso si redujera su impacto a cero, seguiría a expensas de los 10 naciones que producen 70 por ciento del dióxido de carbono (el principal GEI). En cuanto a producción de dióxido de carbono per cápita, ocupamos la posición 75.
Con estos datos, y sin ignorar la necesidad de reducir las emisiones de GEI y de mitigar otros impactos climáticos adversos, cabe concentrarse en el uso de la tierra, la economía y la gestión de los recursos hídricos. En el primer tema, está claro que el país tiene todo por hacer, desde regular al sector inmobiliario depredador hasta la revisión integral de un modelo de agronegocio diseñado para producir ganancias, no alimentos, basado en la exportación de unas cuantas mercancías de alto valor comercial e ingente consumo de agua, en especial el aguacate, las denominadas berries y la cerveza.
En este mismo ámbito, es urgente empeñar todas las capacidades del Estado en el que acaso sea el más grave problema ecológico del país: la deforestación, causa del empobrecimiento del suelo y de interrumpir el ciclo del agua por falta de una cubierta forestal que impida su evaporación y la conduzca a los mantos freáticos.
La gestión de los recursos hídricos tiene que ver con la responsabilidad personal de cada usuario, pero ante todo con poner fin al sistema de concesiones que regala el líquido a la industria que puede y debe operar con aguas tratadas, con neutralizar a las corporaciones y los grupos delictivos que depredan los territorios, así como con terminar de inmediato con la forma más insultante de desperdicio del líquido: los campos de golf.
En cuanto a la economía, debe reconocerse que la población más desfavorecida es también la que padece en mayor proporción por la baja disponibilidad y la mala calidad del agua, la principal víctima de los desastres asociados al cambio climático y la que se ve empujada a realizar actividades nocivas para el medio ambiente por falta de condiciones favorables, por lo que subsanar la deuda social con los pobres es también una forma de cuidar el ciclo hidrológico.
Si no modifica los factores a su alcance e impulsa el combate global al cambio climático, México verá cómo se escapa el objetivo de la autosuficiencia alimentaria, cimiento indispensable para el desarrollo nacional, el éxito de la política social y la defensa de la soberanía. Autoridades y ciudadanos no tienen tiempo que perder.