Abusos de la hipérbole/ Pedro Miguel
Uno de los inconvenientes del abuso de la hipérbole es que el recurso se agota tan rápido como la credibilidad intelectual de quien lo emplea: si los actos del gobierno lopezobradorista ante el CIDE son equiparables a lo que hizo Díaz Ordaz con el movimiento estudiantil de 1968 (es decir, nombrar a un director que no es del gusto de un grupo académico y estudiantil vendría a ser lo mismo que derribar de un bazucazo la puerta de una prepa o masacrar a cientos de personas inermes en una plaza pública), tu línea de ataque ha quedado prácticamente agotada con esa comparación. Porque, Dios no lo quiera pero supongamos que alguna instancia del gobierno federal tuviera que aplicar un correctivo en las finanzas de esa u otra institución educativa de élite y quisieras referirte al gobierno como una dictadura autoritaria; ¿en quién vas a encontrar tu próximo parangón de vesania represiva? ¿En Porfirio Díaz? ¿En el virrey Calleja? ¿En Pedro de Alvarado?
O veamos esa extraña manía de AMLO y de Hitler de mirarse en el mismo espejo, de compartir el gusto sicológico de encarnar el poder de las masas y de encaminar a sus respectivos países a la destrucción y la ruina. Así, el alucinado tabasqueño junta multitudes en el Zócalo capitalino igualito que el demente austriaco reunía a sus nazis en el Lustgarten berlinés, ambos obsesionados por alterar el curso de la historia.
Gran comparación; ya entendimos la gravedad de la actual circunstancia mexicana. Seguirán el asesinato en masa de los conservadores (el Centro Cultural y Ambiental de las Islas Marías es una mera fachada para ocultar el campo de exterminio), la anexión de Guatemala y la invasión a Estados Unidos. El símil resulta particularmente adecuado para dar la señal de alerta porque, a fin de cuentas, ¿qué puede ser peor que Hitler? Tal vez sólo Atila (al menos, desde el muy objetivo punto de vista de la cristiandad) o, aun mejor, Satanás. Pensándolo bien, este último resultaría muy pertinente a efectos de la comparación pues, como todo mundo sabe, es el gran antagonista de una figura muy simpática entre el pueblo e incluso entre las élites. Tu grito de advertencia resonará mejor entre el pueblo si expones que el Presidente cada vez se parece más al Maligno; de esa manera acaso logres enajenarle la voluntad popular (¡ah, esa maldita sicología de masas del fascismo de la que San Wilhelm Reich nos alertó en hora temprana!) y devolver a la patria a la senda del Bien.
Tal vez ustedes u otros no lo recuerden, pero ya en 2006 el tabasqueño fue llamado “el huevo de la serpiente” –es decir, la encarnación del peligro fascista, según la simbología bergmaniana– por Enrique Krauze y el subcomandante insurgente Marcos. Curiosamente, ninguno de ellos pensó entonces en llamar la atención sobre el desastre que se nos venía encima con la imposición de Felipe Calderón y su afiliación a los intereses más siniestros –Washington, el narco, la mafia político-empresarial– y ambos se centraron en el riesgo de que asumiera la Presidencia un político que había venido construyendo un programa de transformaciones orientado a satisfacer las necesidades más apremiantes de México y de su gente y que gozaba, por ello, de enorme respaldo social. Ah, pero la perspectiva de una voluntad popular consumada adquiría un cariz claramente antidemocrático, devastador, funesto. Un peligro para México.
Semejantes metáforas tienen dos problemas: por un lado, sintetizan la suma de las calumnias que se han vertido en torno a AMLO: mató a su hermano; fue un pésimo estudiante; incendió pozos petroleros; compuso el himno del PRI; ocultó los gastos de los segundos pisos; se hizo construir un túnel secreto para ir de su modesto departamento en Copilco a su suntuosa mansión de Las Lomas; envenenó a los gatos de Palacio Nacional; le aflojó unos tornillos al helicóptero en que viajaban la gobernadora de Puebla y a su marido; pactó la impunidad de Peña Nieto; se entregó a Trump; propició el incremento de los feminicidios; ordenó aumentar la emisión de gases de invernadero; militarizó al país; destruyó la democracia; hizo añicos el sistema de contrapesos institucionales; ofendió a Biden; se entregó a Biden; permitió por omisión la muerte de 300 mil personas, perdón, de 600 mil, no, mejor pongamos un millón, infectadas de Covid-19, y encima hundió al país en un baño de sangre.
Por otro lado, ese rosario de invenciones ha tenido a dos de sus principales cajas de resonancia en el PRI (que puso a Díaz Ordaz en la Presidencia) y en el PAN (que fue fundado por filonazis); como se sabe, desde el salinato esos partidos viven en un concubinato conflictivo, y para la mayoría de la gente común (la turbamulta, la plebe, la prole, la chusma y ahora, “las masas”) resulta inevitable sospechar que quienes andan en busca de personajes malvadísimos para comparar a AMLO han terminado por alinearse con el PRIAN, y eso no le hace bien al prestigio de nadie.
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