Si cae Julian, cae el periodismo, advierte el padre de Assange
Ciudad de México, 11 de septiembre.-Lo que en el fondo está en juego en el caso judicial del gobierno de Estados Unidos contra el editor y fundador de WikiLeaks, Julian Assange, quien arriesga sufrir una condena hasta de 175 años de prisión en máxima seguridad por haber revelado documentos secretos sobre crímenes de guerra, es la libertad de expresión. John Shipton, su padre, lo resume: “Si cae Julian, cae el periodismo. Así es”.
Shipton y su hijo Gabriel, medio hermano de Assange, se han lanzado a fondo, junto con un centenar de juristas, entre ellos la esposa de Julian, Stella Morris, a una batalla legal cuesta arriba, que ha entrado ya en su décimosegundo año, para frenar la intención de dos de los más poderosos aparatos judiciales, el británico y el estadunidense, de callarlo para siempre.
Desde hace cuatro días se encuentran en México, con una apretada agenda, por invitación del presidente Andrés Manuel López Orador, “Amlou”, como lo llaman con familiaridad los dos australianos. El mexicano es el primer gobernante del mundo en pronunciarse abiertamente en defensa de Assange y de ofrecer asilo político. Lo hizo oficialmente en junio, en una carta, aún sin respuesta, al presidente Joe Biden.
Los Shipton describen a AMLO como un buque rompehielos. Y manifiestan su esperanza de que su ejemplo haga eco en otros países latinoamericanos. Miran con especial expectativa a Gustavo Petro en Colombia y a Gabriel Boric en Chile. Ambos se embarcan con frecuencia –cuatro veces sólo en los dos últimos meses– en extenuantes vuelos de más de 25 horas desde Sydney hasta Londres, para estar lo más cerca posible del periodista preso en Belmarsh, la cárcel de máxima seguridad de Gran Bretaña. Ahora han cruzado el Atlántico para ser escuchados en nuestro país.
Cavafis y el mito de Prometeo
En esos largos trayectos, John Shipton, un abuelo con una vitalidad envidiable, se abstrae y “carga la pila” escuchando una y otra vez Ítaca, el poema de Constantino Cavafis. De ahí el título del documental, Ithaka, producido por el propio Gabriel, cineasta, sobre la lucha por la libertad de Assange. El filme se exhibirá a partir de octubre en la Cineteca.
Consciente de los estrechos márgenes para la esperanza que ha dejado la política revanchista de la justicia estadunidense, que bajo el mandato de Donald Trump desenterró una “ley antiespionaje” de 1917 para aplicarla contra el creador de WikiLeaks, Shipton ve en el caso de su hijo un símil con el mito griego de Prometeo: los dioses deciden castigarlo por querer llevar el fuego (el conocimiento) a los hombres y lo condenan a vivir atado a una roca, donde día tras día los buitres lo torturan arrancándole las entrañas. Una y otra vez, para la eternidad. “¿Y qué significa la privación del conocimiento (la luz) que aportan los periodistas a la sociedad? La oscuridad, la pérdida de la libertad”.
El relator especial contra la tortura de la ONU, Nils Melzer, confirmó después de una prolongada investigación que, desde el momento de su detención, Assange ha sido sometido por las autoridades carcelarias de Gran Bretaña a tortura sicológica deshumanizante, “que puede ser peor que la tortura física” y que amenaza la salud mental de la víctima.
Su padre lo describe así: “Ha sido despojado de cada uno de los elementos esenciales del ser humano sin haber cometido crimen alguno. Le han quitado su capacidad de comunicarse, expresar sus ideas, de ver y hablar con sus semejantes, de argumentar en defensa propia. Pero cada acto de crueldad que se comete en su contra aumenta nuestra indignación y nuestra determinación de liberarlo y llevarlo de regreso a casa, con su familia”.
El Guantánamo inglés
Belmarsh, al sureste de Londres, es conocida como el Guantánamo inglés. Alberga sobre todo a prisioneros acusados bajo la ley antiterrorista y por homicidio. Assange es el único procesado por causas políticas.
Gabriel, productor del documental que narra la batalla de John por liberar a su hijo, pudo entrar a Belmarsh a fines de junio. Platicó con Julian durante una hora y media, lo máximo permitido. “Rompe el corazón verlo. Su existencia transcurre durante 23 horas al día en una pequeña celda con una pequeña ventana, una cama y sus libros. Sólo puede hablar por teléfono con su esposa durante 10 minutos al día y verla, con sus hijos, una vez por semana durante una hora. Pude constatar que tanto presos como custodios simpatizan con su causa, comprenden la injusticia que se está cometiendo”.
Lo peor ocurrió durante los dos primeros años de pandemia. La prisión estuvo cerrada todo el tiempo. No se permitieron las visitas, ni la entrada o salida de documentos. En el momento más intenso de preparación de su defensa, sus abogados sólo pudieron entrevistarse brevemente con él una sola vez en seis meses. Desde el año pasado, ni siquiera se le ha permitido asistir a sus propias audiencias, de modo que no sólo silencian su voz, sino que lo hacen invisible”. Obviamente, su salud física y mental han sufrido un visible deterioro.
Hace poco un periodista escocés que documentaba el caso le comentó al padre: “Si decide algún día escribir un libro sobre el proceso, le propongo un título, Diluvio de maldad”.
–Mucha gente y algunos medios de comunicación simpatizan y se solidarizan con la causa de Julian. Pero también ha habido en los medios corporativos, incluso algunos como The Guardian y The New York Times, que se beneficiaron con las primeras revelaciones de los cables diplomáticos y que después han tergiversado y manipulado la información para satanizarlo. Esto hace que el caso sea incomprendido para buena parte de la opinión pública.
–Cierto. Los medios corporativos se embarcaron en una inescrupulosa campaña de desprestigio para facilitar el servilismo de Gran Bretaña, Australia y en su momento Suecia hacia Estados Unidos. (La justicia sueca pidió a Londres la extradición del editor para juzgarlo por tres demandas de violación sexual. Al cabo de tres años de investigación, las acusadoras se desdijeron, la causa quedó sin fundamento y el expediente se cerró en medio del desprestigio).
“Algunos de esos diarios incomodaron no sólo a los gobiernos, sino a los intereses de sus propietarios. Entonces se retractaron y decidieron apoyar la demolición del proyecto y la persecución de Julian. En los años recientes vemos que esta tendencia se empieza a revertir y esos medios, como The Guardian, se están manifestando contra la extradición porque han entendido que es una amenaza también contra ellos. Y esto empieza a permear en los parlamentos de todo el mundo. Los legisladores están cayendo en cuenta de las implicaciones de acusar de ‘espionaje’ a un periodista que aboga por transparentar la información oficial oculta y que a través de su plataforma denunció crímenes de guerra y corrupción.”
Cita, como ejemplo, Australia, donde 88 por ciento de la población favorece a Assange: “Nuestro gobierno fue omiso en defender a un conciudadano. Pero ahora se ha formado un grupo parlamentario bipartidista que demanda su libertad, en parte por la presión de millones de ciudadanos”. O en Alemania, donde el Bundestag ha incluido en la agenda de todas sus comisiones el tema del editor contra el pedido de Estados Unidos. Cada vez vemos cómo esta tendencia se extiende en todo el mundo, en los parlamentos, en la sociedad civil e incluso en algunos medios corporativos que hasta hace poco abrían sus noticieros proclamando que “Assange no es un héroe”.
Entre los esfuerzos por disimular su dolor por el sufrimiento de su hijo mayor y por los largos periodos en que tiene que dejar a su hija más pequeña, Severine, aún una niña, John Shipton se aferra con fuerza a su decisión. Ahora que está en América, piensa que no es imposible ir sembrando la solidaridad con Assange “desde Ottawa hasta Tierra de Fuego”.