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Cultura

Xoloitzcuintle, ¿compañero de vida y muerte?

Por: Ilse Valencia / UNAM

En el México prehispánico los perros eran considerados compañeros de los difuntos en su camino de la vida hacia la muerte y, en el imaginario popular, el xoloitzcuintle es la raza a la que se le ha atribuido esta encomienda.

Raúl Valadez Azúa, investigador en el Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM, ha estudiado esta raza desde hace 30 años, lo que le permite explicar su origen y asociación a diferentes tradiciones, entre ellas las relacionadas con la muerte. “Los hallazgos más antiguos son del siglo VII de nuestra era. Ahí los perros pelones, junto con otras razas, se asocian a contextos funerarios o como guardianes de espacios considerados sagrados”.

Pero más allá de representar un papel como acompañantes o guías de los humanos en su viaje al inframundo, también tenían un valor simbólico que Valadez plantea con base en sus investigaciones.

Perro milenario

Maya y Lucio son los nombres de dos xoloitzcuintles que forman parte de la vida de Aarón Cadena, fotógrafo y amante de los xolos. “Para mí tienen un significado como parte del rescate de una de las razas nacionales. He tenido muchos perros, pero me enamora saber que ellos convivieron con nuestros antepasados y que aún los tenemos aquí”.

Maya, una hembra de nueve años, y Lucio, un macho de dos, son ejemplares de esta raza milenaria de la que el profesor Valadez tiene un vasto conocimiento por los estudios arqueozoológicos que ha realizado.

“Los perros pelones son una raza genuinamente mexicana. A lo largo de los años hemos podido reconstruir toda su historia. Los datos más antiguos de huesos descubiertos datan de hace unos 1,500 años.”

Esto, sumado a las piezas de cerámica halladas, hacen pensar que la raza se originó hace dos milenios en alguna parte del occidente de México, y que hace 1,500 años se dispersó. “Por un lado siguieron una ruta hacia el sur que los llevó a Sudamérica; todos los perros pelones de esa zona son de origen mexicano. La otra corriente fue en dirección del centro ocupando Tula, Teotihuacan y, hace unos 1,000 años, la zona maya”.

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Como su nombre lo dice, estos mamíferos se caracterizan y diferencian de otras razas por su ausencia de pelo, lo que se debe a una mutación. Esto provoca que el crecimiento y desarrollo de la capa llamada ectodermo, en el estado embrionario, de la que derivan los dientes, tejido nervioso, piel, huesos y otras partes, no se desarrolle bien.

Para propósitos de las investigaciones del profesor Valadez y su equipo, el punto de partida en el reconocimiento de estos canes, en el contexto arqueológico, es que en la etapa adulta carecen de premolares.

El doctor en Ciencias Biológicas afirma que el perro aparece por doquier en la arqueología mexicana, desde en lo utilitario hasta en lo sagrado. En tiempos prehispánicos las diversas razas eran usadas con fines distintos: en la agricultura porque sus ciclos reproductivos se empalman con el ciclo agrícola, y en los rituales asociados a templos como sacrificios.

“Se dice que en Tlaxcala, durante el siglo XVI, cuando faltaba lluvia, los sacerdotes movilizaban a las comunidades diciéndoles que llevaran perros pelones hasta un templo llamado Xoloteupan, donde eran sacrificados. Después se cocía la carne y se compartía entre la población en una especie de acto de comunión para pedir ayuda a los dioses.”

Con base en estudios arqueozoológicos, análisis e interpretación del perro y su vinculación a la muerte, Raúl Valadez explica que, en los códices mesoamericanos, como el Borgia o el Vaticano 2, este mamífero, junto con Mictlantecuhtli, era un elemento valioso e indispensable en el ciclo de la vida y la muerte por sus hábitos carroñeros.

“Eran ligados al inframundo porque de alguna manera lo que comían en el mundo terrenal lo convertían en materias fecales, desechos orgánicos que se incorporaban a la tierra para pasar al inframundo y, posteriormente, se devolvían a ésta como abono, que nutría las plantas y, por tanto, a la vida”, expone.

Además de llevar consigo un legado cultural e histórico importante para el país, el perro pelón mexicano ha sido un fiel compañero de vida para el humano. Así lo puede constatar Aarón: “Son perritos muy cercanos y apegados a sus dueños”.

Raúl Valadez concluye remarcando la importancia de que las y los mexicanos recuperen el conocimiento sobre el acervo cultural respecto a perros oriundos, como los pelones.

Aarón, quien durante toda su vida ha tenido diversos canes, asevera que el xoloitzcuintle es un ser “histórico vivo que te puede contar muchísimo de lo que fue México, es un superviviente”.

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