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Cultura

Rogelio Cuéllar halló en Guanajuato su vocación; desde hoy expone en el 51 FIC

Por: Alondra Flores Soto / La Jornada

«Para mí, Guanajuato significa mucho», dice Rogelio Cuéllar sobre esa ciudad en la que la fotografía como lenguaje de expresión literalmente le fue revelada cuando tomó una cámara prestada y se metió al cuarto oscuro por primera vez. «De ahí ya no la solté».

Concentrar 56 años de trabajo constante en unos cientos de imágenes es una tarea intrincada, sobre todo al tener que hurgar y elegir entre más de 2 mil vestigios en blanco y negro que comenzaron a acumularse con su mirada desde 1967. El fotógrafo avanza en esta difícil labor con motivo de la exposición Cartografías del instante, la cual explora su trayectoria y que se exhibirá como parte de la edición 51 del Festival Internacional Cervantino (FIC), que se inicia hoy.

En el año en que el teatro Juárez cumple un siglo, de visita en su estudio para entrevistarlo, Cuéllar rebusca una de las tantas imágenes en medio de la conversación hasta que encuentra la indicada: es Julieta Egurrola como protagonista de Juana de Arco en la hoguera. Mirarla es un homenaje a la actriz, al director Luis de Tavira y al majestuoso edificio que ha sido el principal escenario para las grandes estrellas durante la fiesta en honor al Quijote y su autor. Es uno de tantos momentos que lo unen al FIC.

Las primeras fotos de su vocación las captó a los 17 años en un viaje de práctica de campo a Guanajuato, cuando el joven quería ser pintor. Pero ahí cambió el transcurso de Rogelio Cuéllar (Ciudad de México, 1950). Poco después, su primera exposición fue en Celaya y luego en la universidad en la capital. El título fue La vuelta al día en 80 rollos, en 1970; «así empecé». Fue autodidacta, aprendió de quienes llama maestros en libros y exposiciones: Nacho López, Héctor García y Manuel Álvarez Bravo, por ejemplo.

En el segundo Cervantino, en 1974, comenzó a trabajar en capturar las escenas del festival cultural y llegó a ser coordinador de fotografía. A lo largo de las décadas ha sido un visitante constante, con la cámara como aditamento casi natural al cuerpo, la Hassel acompañante.

Quien se dice un terco de lo analógico cuenta: «la fotografía es que mires a través del objetivo de la lente, del visor de la cámara. Entonces, ¿qué es lo que hace uno?, editar parte de la realidad, cuando estás enfocando, vertical u horizontal, ves de dónde viene la luz, dónde está, las sombras. ¿Qué quiero? Detener el momento».

En cinco salas, adelanta en la entrevista, a partir de hoy se mostrarán en el Museo Palacio de los Poderes 45 fotos de la serie Huellas de una presencia, «lo más bello», 40 retratos de escritores y otros 40 de artistas, 45 desnudos y 30 del Cervantino. En la selección de éste último aparecen Enrique Ruelas, quien puso en escena los Entremeses cervantinos; la coreógrafa Ana Mérida; el escritor Fernando Macotela; la curadora Mercedes Iturbe, y Antonio López Mancera, primer director del festival, entre otros.

En la búsqueda del material por llevar se encuentran él y María Luisa Passarge, encargada de la curaduría, y «muy exigente», clama Rogelio. «Ha sido preciosísimo buscar. No es retrospectiva; nada más una revisión de mi trabajo. Nos tiene entretenidos y felices. ¿Qué opinan de esta foto?», muestra otra, la mayoría vintage, tomadas de manera analógica e impresas por él mismo.

Atareados rebuscan entre imágenes que resguardan ya enmarcadas en el museo-archivo que se acumula en su estudio en la colonia Condesa. Rogelio Cuéllar no se detiene, se levanta, va a un rincón, luego a otro, mueve cuadros, saca cajas de aquí, libros de allá, enseña algunos de los cuadros de sus amigos, cuenta una historia. Son más de mil personajes los que han posado para su lente.

Condición y memoria inagotables

Rogelio Cuéllar nunca para, va acá, muestra su cuarto oscuro, se sienta, se levanta y va a una habitación, regresa, luego va por un libro, se levanta de nuevo a preparar café. «Allá revelo, aquí lavo fotos (y los trastes), en el baño seco y en las cama las extiendo a secar», cuenta entre las cajas apiladas, filas de marcos, cuadros de sus amigos tapizando paredes. Han sido semanas de abrir cajones y clósets, donde únicamente hay cuadros y fotos, «no hay ropa», pero dentro de todo el caos hay organización, como un palacio mnemotécnico.

«Sí soy un obsesivo en trabajar. Me encanta el laboratorio. Me meto a trabajar unas seis u ocho horas, son las 2 de la mañana y sigo feliz. El laboratorio te conserva bien».

Cuéllar es una figura fácil de encontrar en cualquier exposición, presentación de libro o actividad cultural. Inagotable, siempre acude a todas partes y saluda a todo el gremio cultural.

En un ejercicio de memoria prodigiosa, al platicar relata la historia detrás de cada uno de los miles de momentos del clic, siempre una fecha a la mano, cuándo fue, dónde, quién estaba, alguna anécdota, y recrea algún diálogo.

Cualquier escritor o artista posiblemente está en ese archivo doméstico. «Se hace amistad con los creadores, luego es cotidiano y es la familia que va construyendo uno. Muchos son mis hermanos», reconoce quien tiene la energía de un atleta de maratón. Muy temprano, cada día revisa tres periódicos y ve los noticiarios culturales.

Tener pasos de gato, ser pata de perro. Es la clave. Por ejemplo, el escritor Jorge Luis Borges en su visita a México en 1973 lo bautizó «el duende», moviéndose veloz a su alrededor, pues «la mirada de Borges era mi desafío y lo logré». Se acercó lo más que pudo para fotografiar sus ojos de aleph. Desde que llegó al aeropuerto ya lo esperaba en las escalerillas del avión. De pronto ya estaba con él en el coche rumbo al hotel y de ahí ya no se separó por varios días. Orgulloso saca otra caja y va enseñando las tantas fotos que hizo al erudito argentino.

A los creadores quería conocerlos, fotografiarlos y coleccionarlos. «La Ciudad de México era otra, había una exposición y todo mundo estaba; la presentación de un libro… iban pintores, escritores, músicos. Había una gran efervescencia y convivencia».

Las remembranzas se acumulan, miles de negativos de sustento. Por eso lo emociona la invitación al Cervantino: es un ensayo de una retrospectiva, que no ha tenido, pero que prepara para dentro de un par de años, cuando cumpla 75. En Guanajuato, entre las musas del teatro Juárez, se reveló el destino de instantes de la realidad convertidos en placas de luz.

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