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Cultura

Rinden tributo a Federico Campbell, el «tijuanense más universal»

Por: Juan Pablo Guerra y Mireya Cuéllar / La Jornada

Tijuana, 17 de febrero.- Diez años después de su muerte, un panel de amigos, cómplices y espectadores se reunieron en la sala que lleva su nombre, Federico Campbell, para presentar una visión del periodista (desencantado del oficio) vuelto escritor; con una obra marcada inexorablemente por un lugar llamado Tijuana.

El espacio con su nombre en el Centro Cultural Tijuana (Cecut) acogió el recuerdo del autor de La clave Morse, Tijuanenses Pretexta, entre otras obras, donde la vida fronteriza es protagonista y pretexto para la reflexión.

Un tema preponderante de la conversación es la tijuanidad de Campbell. Como muchos ciudadanos fronterizos, el tema de la identidad es conflictivo por naturaleza. Para sus congéneres, es casi tan tijuanense como el hipódromo Agua Caliente; para algunos que lo siguieron, los que se quedaron en Tijuana para nunca emigrar, la pureza de su origen fue manchado por su estancia final en la Ciudad de México, donde falleció en 2014.

Daniel Salinas Basave, periodista, escritor y discípulo de Campbell, lo describió como «el tijuanense universal» y, a diferencia de muchos, él dice no percibir la ausencia del escritor, pues convive con su presencia todos los días. «Podría decir que está omnipresente en mi escritorio, en mi escritura y en mis pensamientos«.

«¿Cuántos colegas podemos decir que han apadrinado tantas vocaciones?«, preguntó al resaltar la otra faceta del autor, la de sembrador, de adepto lector de las plumas jóvenes de la época.

Juan Villoro, quien fue publicado por primera vez en la editorial de Campbell, La Máquina de Escribir, lo celebró en un fragmento de video que se transmitió entre las ponencias presenciales. Como entrevistador de otros autores, «los hacía hablar mejor de lo que escribían«.

En los comentarios de Villoro, Salinas Basave, Nylza Martínez, Laura Díaz y Vicente Alfonso, una pregunta se hizo presente en el Cecut: ¿Que pensaría Federico Campbell de lo que ocurre hoy, de la Tijuana actual? “Parece oportuno preguntarse qué diría Campbell en su columna La hora del Lobo sobre una Tijuana que su propia alcaldesa describe como un ‘mazapán’, una Tijuana que crece una manzana cada día y que cada día vive una forma nueva de violencia”.

A la hora de las preguntas, saltó la posible razón del desencanto de Campbell por el oficio periodístico. Su viuda, Carmen Gaitán Rojo, explicó la dicotomía en el pensamiento de un hombre cansado (cómo muchos periodistas) de ver a los compañeros arriesgarse al denunciar sin que los gritos den paso a la justicia.

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La mención del ex colaborador de La Jornada, cobardemente asesinado y aún sin justicia, produjo una pausa en Carmen Gaitán que transformó en anécdota.

“Para muchos temas, Federico era muy valiente; en Proceso hizo una cantidad de denuncias… Cuando estábamos recién casados, hubo algún momento en que temí por su vida a causa de los reportajes que publicó. Lo movía, conmovía y destanteaba que la denuncia no llevara a nada, que no pasara nada; aquí, tú puedes hacer el más grande acto de impunidad y no tiene castigo; nunca se sabrá quién mató a Manuel Buendía; nunca se sabrá quién mató a Javier Valdez”, señaló Gaitán Rojo.

«Estando Federico en el hospital, Javier Valdez tomó un avión, se vino directamente de su ciudad; entró al hospital, me pidió permiso para verlo en terapia intensiva, le besó la mano y se regresó; años después, el muerto era Javier Valdez«, recordó rodeada por otros de los estudiantes de su marido, quienes de muchas formas siguen la huella de su maestro.

Los periodistas escribimos «rayas en el agua«, se dolía Campbell en sus textos. «Es lo que Federico cuestionaba. ¿Vale la pena que estos jóvenes expongan su vida? ¿Que los maten como a Javier Valdez o a Manuel Buendía? Ese fue el desencanto al final: buscan la verdad y nunca se sabrá«, expresó la viuda de Campbell.

Con múltiples gestos expresó los dolores del hombre con el que compartió una vida, pero también recordó que el oficio lo llevó incluso a que, «con una calentura de 40 grados, escribiera su última columna; nunca dejó de escribir, aun al borde de tener un colapso de salud cumplió con su columna. Vivía en esa paradoja, de que más valía decir la verdad, aunque te expusieras; sin embargo, pensaba que no valía la pena que se matara a un joven por decir la verdad en un Estado que no respalda, que no le iba a dar respuesta alguna«.

Diez años después de su partida, el «tijuanense universal» sigue inmortalizado en la sala que lleva su nombre, los amigos que guardan su recuerdo, su esposa que transmite su ímpetu y los lectores que reviven su obra cada que abren uno de sus libros.

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