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Cultura

Pueblo yaqui celebra Sábado de Gloria renovando compromiso con su fe y cultura

Por: Cristina Gómez Lima

Hermosillo, 20 de abril.- El fuego consumía una a una las máscaras que, durante semanas, ocultaron rostros y revelaron creencias. A pesar del sol implacable, que sobrepasaba los 30 grados en las faldas del cerro El Coloso, los chapayecas yaquis no detuvieron el ritual: la quema de máscaras marcaba no solo el final de la Semana Santa, sino también la renovación de un compromiso ancestral con su fe y su cultura.

Con más de 300 fariseos reunidos en torno a las llamas, la ceremonia cerró cuarenta días de mandas, danzas y rezos que iniciaron desde el Miércoles de Ceniza en las ramadas de colonias como Coloso Alto, Coloso Bajo, La Revolución y La Matanza. En estas comunidades, la celebración de la Cuaresma es mucho más que una tradición religiosa: es un acto colectivo que une generaciones, refuerza la identidad y mantiene vivo un legado que ha trascendido el tiempo.

Inicio de las festividades

Desde las primeras horas del día, las familias comenzaron a reunirse en la ramada principal de El Coloso, mientras los chapayecas, con sus máscaras de piel, madera y plumas, finalizaban la jornada. La quema de indumentaria no es un simple cierre simbólico; representa la purificación de los pecados y la renuncia a la traición de Jesucristo, una lección que, año con año, se transmite a niños, jóvenes y adultos que forman parte del ritual.

“Ahorita tenemos alrededor de 250 a 300 fariseos, más los cabos y los oficiantes, la mayoría son jóvenes que nos ayudan a seguir adelante con nuestras tradiciones, porque si no se perdería este legado. Ser fariseo no es un juego, es un trabajo pesado, es un compromiso con nuestros ancestros”, compartió Franco Valenzuela Buitimea, capitán en la ramada del Coloso.

El papel del chapayeca —conocido también como fariseo durante estas fechas— trasciende lo ceremonial. “El chapayeca viene siendo un soldado de la tradición, un soldado de su pueblo, dispuesto a hacer lo que sea por su nación. Eso es lo que somos”, afirmó Valenzuela, minutos antes de la última danza y antes de que las máscaras comenzaran a arder.

La Cuaresma es para los yaquis, un tiempo de transformación y aprendizaje colectivo. Los 47 días que abarca el periodo litúrgico son también días de formación espiritual y comunitaria. Las procesiones, las danzas nocturnas y las guardias bajo las ramadas forjan en cada participante un sentido de pertenencia que trasciende generaciones.

Yoreme

El asentamiento de las comunidades yoreme en Hermosillo, que data de principios del siglo XX, consolidó en colonias como El Coloso, Las Pilas, La Matanza y Hacienda de la Flor espacios para preservar y compartir estas prácticas. Año tras año, fieles de distintas partes del estado visitan las ramadas para presenciar uno de los rituales más antiguos y representativos de la región.

“Es muy notorio cómo ha ido creciendo el número de personas que asisten a estos eventos, tanto en participantes como en visitantes interesados en adentrarse a la cultura étnica”, destacó el doctor Miguel Ángel Grijalva Dávila, maestro en Historia por la Universidad de Sonora. Para el especialista, la tradición es un claro ejemplo del sincretismo que define al México profundo: la cosmovisión yaqui se entrelaza con los pasajes bíblicos de la fe católica, en una amalgama que da vida a danzas, rezos y oficios que siguen vigentes siglo tras siglo.

La estructura de la celebración es tan compleja como fascinante. Cada miembro cumple una función esencial: fariseos, padrinos, madrinas, cantoras, capitanes, danzantes, músicos y mayordomos integran una comunidad en movimiento, donde la fe se materializa en cada paso y en cada acto.

“Es muy positivo que venga mucha gente, muchas familias. Es importante para preservar estas etnias que incluso persisten aquí en Hermosillo, donde hay muchos yaquis. No debemos olvidar que el indio Cajeme era de Hermosillo”, recordó Grijalva Dávila.

Cuando la última máscara cayó en las brasas, el silencio se impuso por un instante en El Coloso. El fuego, como cada año, purificó las promesas y cerró un ciclo que pronto volverá a comenzar, porque en la cultura yaqui la fe no se apaga: se transforma, se hereda y renace.

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