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Cultura

Nombrar pandemia, atestiguar pandemia: Entrevistas a creadores de Baja California

Por: Iliana Hernández Partida

“Bordar es sanador, multisensorial”
Ana Daniela Leyva González

Estas entrevistas pretenden asomarse a los días de encierro debido a la pandemia del Covid-19 del año 2020. Entiendo que todavía no se cierran círculos de duelo, reflexión, temores y aceptación de que hemos vivido un periodo excepcional en la historia, al hecho de seguir expuestos a las repercusiones de un tiempo extraño en el que se han puesto a prueba nuestras más íntimas reservas de valor, humanidad, recursos materiales y espirituales, por
todo esto; es necesario registrar nuestro paso por la oscuridad y encierro. Contarnos y narrar para otros las acciones y espacios de los que hemos vuelto a otro mundo, uno pendiente por ser descubierto, más enfermo o sanado, aún es pronto para saberlo.
Durante esos días eternos me asomé a Facebook y desde ahí llegaron los mandalas de Daniela, pude recrear en mi imaginario su atenta escucha cuando la tienes frente a ti. Poco se ha dicho sobre cómo los otros nos rescataron de la tristeza cuando solamente las paredes nos acompañaron. Daniela sonrió desde la pantalla, y los días fueron menos sombríos. Aquíella misma cuenta lo que sucedió desde su hogar.
Ana Daniela Leyva González es egresada de la licenciatura en Lingüística de la Escuela Nacional de Antropóloga e Historia, trabajó desde 2000 en el estudio de la lengua rarámuri (tarahumara) en el estado de Chihuahua. Presentó su tesis sobre dicha lengua en 2005, donde analizó elementos morfológicos y gramaticales.
En 2010 se incorporó al Centro INAH-Baja California donde ha investigado la situación de las lenguas de la familia cochimí-yumana. Desarrolla un proyecto con universitarios indígenas en Baja California con el fin de incidir positivamente en el uso de las lenguas indígenas tanto nativas como de grupos asentados en la región.
Es egresada de la Maestría en Proyectos Sociales de la UABC y apasionada de los procesos creativos, entusiasta creadora en crochet, bordado, mandala y otras florituras.

1.- ¿De qué manera los mandalas entraron a tu vida?

Los mandalas han estado en mi vida desde hace mucho tiempo, alrededor de veinte años, de distintas maneras, antes era solo para colorearlos, me encantaba comprar libros de mandalas había unos de bolsillo muy prácticos, chiquitos, otros más grandes, unos muy elegantes, los fotocopiaba también. Era solamente eso, colorearlos, aunque a veces era el ejercicio de tomar los colores al azar y utilizarlos, ir viendo como ellos solitos se acomodaban. Los mandalas han estado por mucho tiempo en mi vida, sin embargo, hasta fecha reciente he comenzado a crearlos yo desde cero, había visto mandalas y pensaba que era muy complicado hacerlos, sus secuencias minuciosas, complejas y nunca había intentado hacerlos. Empecé a crear los míos hace un año, tomé un curso y me encantó, me fascinó.
Fue como como encontrar un espacio de silencio, foco de calma, orden, pero también de precisión, de profundidad.

2.- ¿Qué significa el bordar, para qué?

Yo siempre he sido mujer de múltiples pasiones creativas. El arte ha estado presente en mi vida desde niña, de adolescente tomaba cursos de pintura al óleo. Haberlo dejado ha sido uno de mis grandes arrepentimientos. El tejido, en los inviernos, sobre todo, me sirve mucho para concentrarme, para poder resolver. Cuando necesito pensar me pongo a tejer.
En la primaria nos ponían a abordar con punto de cruz, pequeñas prendas como para el día de las madres (que mi mamá siempre terminaba por mí), también me encantaba pintar cosas.
Retomé el bordado gracias a Liz Durán, nos empezamos a reunir todos los martes en su casa, me dio esta este regalo hermoso de la vida que es el bordado. Para mí, bordar es pintar con hilo, tiene posibilidades infinitas. Bordar es sanador, porque escuchas cuando lo estás haciendo, es multisensorial, no es sólo la vista, también el tacto: observas dónde pones la aguja, cómo va atravesando la tela. Toda la planeación del bordado, pasar el diseño a la tela, estirarla en el bastidor, es un trabajo previo de preparación y después la elección de agujas, los hilos, deleitarte cuando el hilo viaja a la tela y produce un sonido, como de rasgadura muy sutil, muy placentero al oído. A mí me calma. En pandemia me encantó bordar, bordaba como loca en todos lados, cualquier cosa y después, bueno; como todas las pasiones tienen momentos de subidas y bajadas lo retomo de manera consistente pero tranquila. En esos días también hice acuarelas. Me fascina ver cómo a una gota de agua transparente le pones una gota de color y la manera en la que se desplaza el color en ella y después como cuando se seca surge otro milagro. Pintar y bordar me permitía estar
encerrada sin enloquecer ahí se volcaba todo ahí se iba procesando. Para mí, bordar es un ejercicio de unidad. Bordar es un ejercicio que se hace mientras pláticas, crea un vínculo, genera tejido social. Respecto a las acuarelas y de los mandalas, son un proceso más individual. Lo hago en mi casa, con música, escuchando un audiolibro, o un podcast. Diría que es un proceso más silencioso, en cambio el bordado puede ser más social porque se disfruta mucho hacerlo. Cuando empezó el encierro yo venía de Jalapa, justo había ido a visitar a una de mis mejores amigas, venía regresando y todo se transformó. Yo estaba haciendo la maestría en proyectos sociales, cursaba el segundo semestre. Hubo que trasladar las actividades a la virtualidad, como dar clases, pasé frente a la computadora
muchísimas horas. Cuando empezó el encierro fue muy complicado para todos, la incertidumbre que generó, no saber cuándo iba a parar eso, o cuánto tiempo íbamos a estar así; era un mes, tres meses. No volvimos a vernos.

3.- ¿Qué temores tuviste en ese periodo?

A mí me daba mucho miedo enfermarme, vivo sola con mis gatos gatas y gatos. Pensé que si me enfermaba estaría encerrada yo sola. Tendrían que venir mis amigos Moisés y Claudia a traerme de comer: entonces me tendría que arrastrar hasta la reja por mi comida (ja,ja,ja), era una de las imágenes que más me aterrorizaba, por fortuna no me enfermé en ese en esos primeros tiempos, hasta enero del 2022. Valoré tener trabajo que me aseguró estabilidad e ingreso seguro, vimos la crisis social y económica de personas que sí perdieron sus empleos y sus vidas se transformaron. Pensaba en mis alumnos, que estuvieran bien y que pudieran hacer esa transición al bienestar alejándose de sus angustias.
Todo eso cuando nadie sabía si podíamos seguir y qué tanto tiempo íbamos a estar así. Era complicado. Pasaron los meses, luego otro de mis temores era el encierro, ese estar tan aislada, por fortuna, creo que también varios mi grupo de amigos más cercanos nos frecuentábamos, aunque fuera de lejitos, pero nos veíamos seguido.
El ámbito social a la virtualidad era complicado. Un día me di cuenta que tenía meses que no sentía el toque de otra persona, no había tocado ni había sido tocada por nadie en semanas o meses, eso fue terrible para para mí, que no me habían abrazado. Recuerdo que a mí y a una amiga nos valió gorro y dijimos “necesitamos esto” y nos dimos un abrazo muy fuerte y yo lloraba, porque no teníamos este contacto que era tan necesario para los seres humanos. Ir al súper y ver cómo todos nos alejábamos en los espacios públicos, nos daba miedo el otro, que tosiera o estornudara. Estuve preocupada por mis papás, por mis amigos; esa familia que se construye en el tiempo.

4.- ¿Qué hacías en esas tardes de encierro?

Me puse a bordar, también en el segundo año de pandemia traté de escribir de llevar un poco un registro siguiendo el libro El camino del artista, hacer el ejercicio diario de escribir tres cuartillas diariamente también fue muy sanador. Tenía las clases de la maestría en la tarde, frente a la computadora. En las mañanas dar clases también y cocinar, viendo cómo los trastes se reproducían, pensaba: ¿Y a qué horas voy a lavarlos? era horrible esto de los trastes, pensé en esconder todos los platos y quedarme sólo con uno. Buscaba el sol en mi espacio, para reconectar. Una de las grandes enseñanzas de la pandemia fue el trabajo en línea, también el conectar con la impermanencia de esta vida.

5.- ¿Qué fue lo que observaste en ti y en los demás?

El hecho de tenernos miedo los unos a los otros, pero que al mismo tiempo estábamos ahí para apoyarnos, observé mucha solidaridad y generosidad; porque, justamente, el hacernos conscientes de la pandemia también nos trajo la conciencia de que estamos conectados. Lo que suceda a lo lejos también nos afecta. Me di cuenta que cada quien tiene distintas maneras de enfrentar las adversidades. Me descubrí volcándome hacia los otros tratando de estar bien para para mis alumnos, me preocupaban mucho y traté de brindar en clase espacios donde se sintieran cómodos para hablar de cómo se sentían y de cómo estaban pasándola.

6.- ¿Qué lecciones aprendiste y qué hechos de alguna manera te remitieron al pasado?

Aprendí a estar en casa, pero a estar bien en mi casa no sólo venir a dormir y estar todo el día en la calle haciendo cosas. Estar en mi hogar me dio chance de hacerle reparaciones, de realmente habitarla. A veces me entraba la crisis de “no he limpiado” y entonces me ponía a limpiar un día y me decía a mí misma que no me gustaba hacerlo, así que aprendí a pelearme conmigo, pero también a reconciliarme y a acompañarme en todos esos trances.
Escuché lo que necesitaba, a crear, pintar, a acompañar a otros. Aprendí también a darme espacio y tiempo. Aprendí que me encanta cocinar, en pandemia lo gocé. Hubo mucha reflexión hacia el pasado, sobre la vida vivida.
Fue una pausa que necesitaba para para tomar distancia y para tomar nueva posición o nuevas posturas con respecto al trabajo, con respecto a las relaciones sociales, a la familia a una toma de conciencia de lo que es importante, de lo que no lo es. Aprendí a hacer a un lado los miedos. Me enamoré y desenamoré en pandemia. Hice drama.

7.- ¿Qué aspectos de tu vida has podido resignificar?

El valor que tienen ciertas prioridades como el trabajo o el tiempo que dedicaba a los demás; que no estaba equilibrado con el que me dedicaba a mí. Volver a equilibrar la balanza y optar por la parte creativa en mi vida: el bordado, las acuarelas, los mandalas.
Ahora el tejido es parte primordial de mi existencia. Para que yo esté bien entiendo que tengo que estar creando. Mi mamá se enfermó en agosto del 2021, tuvo una enfermedad autoinmune y se puso pues grave, me fui a Guadalajara a acompañar a mis papás en ese proceso, afortunadamente ella se recuperó, está muy bien. En esos momentos de crisis no pude bordar, era demasiado.

8.- ¿Qué es lo que te gustaría que se sepa de ti, de tu experiencia en esta pandemia reciente?

Y bueno, me gustaría que se sepa de mí que aprendí a estar conmigo. Aprendí a estar bien conmigo y aprendí a estar para los demás. Desde ese lugar pude brindar un poco de acompañamiento y de escucha a los demás, a mis alumnos. Estuve creando para no enloquecer, para mantenerme aquí y ahora. Brindo amor y felicidad a través de la intención con la que creo con mis propias manitas, -dice Daniela con una sonrisa que es un abrazo, su manera de estar con nosotros en este puerto de neblina y todavía, frío ensenadense.

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