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Cultura

Murió el novelista Cormac McCarthy

Por: Reyes Martínez Torrijos / La Jornada

Cormac McCarthy obtuvo reconocimiento en los años 90 con Todos los hermosos caballos, el primero de su trilogía de la frontera entre Estados Unidos y México. Foto tomada de la página de Facebook del novelista

Por: Reyes Martínez Torrijos / La Jornada

El novelista estadunidense Cormac McCarthy, autor de narraciones sobre la violenta frontera sur de su país y ambientes apocalípticos que le valieron ser candidato constante al Nobel de Literatura, falleció este martes de “causas naturales”, a los 89 años de edad, en su casa en Santa Fe, Nuevo México, informó la editorial Alfred A. Knopf.

El sello difundió una cita de la novela La carretera, con la que McCarthy se hizo del Premio Pulitzer de ficción: “Mantén un pequeño fuego encendido; por pequeño que sea, por escondido que esté”.

El conocido escritor Stephen King sostuvo, a través de su cuenta de Twitter: “Cormac McCarthy, quizá el mejor novelista estadunidense de mi época, ha fallecido a los 89 años. Estaba lleno de experiencia y creó una excelente obra. Lamento su fallecimiento”.

En noviembre pasado llegó a las librerías mexicanas un volumen de McCarthy con los textos El pasajero y Stella Maris, y, en marzo, Meridiano de sangre (Random House).

Poco conocido durante los primeros 60 años de vida, obtuvo reconocimiento con la publicación en 1992 de Todos los hermosos caballos, el primero de su trilogía de la frontera. Se le llegó a comparar con Ernest Hemingway o William Faulkner.

El narrador escribió alrededor de 15 textos que muestran un mundo sombrío de violencia y marginación, retribuidos con premios como el Pulitzer, Nacional del Libro y el del Círculo Nacional de Críticos del Libro.

Muchas de sus narraciones fueron adaptadas al cine con éxito, como The Sunset Limited, Todos los hermosos caballos, Espíritu salvaje, El consejero, Hijo de Dios, La carretera y No es país para viejos. La última cinta, dirigida por los hermanos Coen, se adjudicó cuatro premios Óscar de la Academia, incluido el de Mejor Película y Mejor Actor de reparto para Javier Bardem.

Recluso y desprendido de las limitaciones materiales –vivió durante mucho tiempo en moteles de mala muerte–, McCarthy concedió sólo un puñado de entrevistas a los medios.

En 2007 le dijo a la conductora Oprah Winfrey: “No creo que (las entrevistas) sean buenas para la cabeza. Si pasas mucho tiempo pensando en cómo escribir un libro, probablemente no deberías estar pensando en ello, sino haciéndolo”.

El autor nació con el nombre de Charles Joseph McCarthy Jr el 20 de julio de 1933 en Providence, Rhode Island. Fue uno de los seis hijos de una familia católica irlandesa que más tarde adoptó el antiguo nombre irlandés de Cormac.

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Vivió una vida de cierta comodidad en Tenesi, pero más tarde, como refirió al diario The New York Times: “Sentí muy pronto que no iba a ser un ciudadano respetable. Odié la escuela desde el día en que la pisé”.

En la década de los 50 se enroló en la Fuerza Aérea y en los 60 se caso dos veces, primero con Lee Holleman, a la que conoció en la universidad y con la que tuvo un hijo, y más tarde con la cantante inglesa Anne DeLisle, de la que se separó en 1976.

Tras una breve estancia en Europa, regresó a Estados Unidos para asentarse en El Paso, Texas, y finalmente en Santa Fe.

Muchos autores y lectores se han pronunciado en redes sociales en torno al deceso de McCarthy. El novelista y cineasta Guillermo Arriaga consideró que McCarthy es “uno de los grandes narradores de nuestros tiempos, a mi juicio, erróneamente desdeñado por la Academia Sueca para entregarle el Nobel”.

El escritor Martín Solares reseñó, en una serie de tuits, que el narrador estadunidense será echado de menos “por su don para ocultar las palabras claves del relato, para llevarnos a cruzar fronteras y espejismos, McCarthy es el mejor exponente de la novela errante, la que ocurre a ambos lados del alma de sus lectores”.

El editor y ensayista agregó que mientras “la mayoría de los narradores se concentran en decorar jardines, este texano creaba desiertos. En lugar de añadir, retiraba ciertas palabras de sus novelas (Dios, bondad, justicia), y examinó qué sería el mundo sin ellas”.

El narrador Julián Herbert consignó en sus redes sociales: “Acaba de morir el novelista de lengua inglesa que nos enseñó a muchos coahuilenses a ver nuestra casa (los árboles de la plaza de Piedras Negras, las calles de Monclova, la vieja cárcel de Saltillo) con los ojos de la poesía. Buen viaje, maestro.”

Con permiso de la editorial Penguin Random House, La Jornada publica un texto de Cormac McCarthy incluido en el volumen El pasajero/Stella Maris, que llegó a librerías mexicanas en noviembre pasado.

El pasajero (fragmento)

Por la noche había nevado un poco y sus cabellos tiesos eran como de oro y cristalinos y sus ojos más helados que fríos y duros como piedras.

Una bota amarilla se le había caído y yacía en la nieve a sus pies. La forma de su abrigo descansaba espolvoreada en la nieve allí donde ella lo había dejado y sólo llevaba puesto un vestido blanco y pendía entre los desnudos postes grises de los árboles invernales con la cabeza gacha y las manos ligeramente vueltas hacia fuera como las de ciertas estatuas ecuménicas cuya postura reclama que su historia sea tenida en cuenta. Que se tome en consideración que el mundo en su ser más profundo está cimentado en la aflicción de sus criaturas.

El cazador se puso de rodillas e hincó el rifle en la nieve con el cañón hacia arriba y se quitó los guantes y los dejó caer y juntó las manos una sobre otra. Pensó en rezar, pero no conocía ninguna oración para semejante cosa. Agachó la cabeza. Torre de marfil, dijo. Casa de oro. Largo rato estuvo allí de rodillas. Al abrir los ojos el cazador vio una cosa menuda semienterrada en la nieve y se inclinó y apartó la nieve con los dedos y era una cadena de oro con una llave metálica y un anillo de oro blanco. Se lo guardó todo en el bolsillo del chaquetón.

Había oído el viento por la noche. El quehacer del viento. Un cubo de la basura chocando ruidoso contra los ladrillos que había detrás de su casa. La nieve cayendo en la oscuridad del bosque. Levantó la vista hacia aquellos fríos ojos esmaltados que despedían destellos azules en la tenue luz invernal. Se había ceñido el vestido con un fajín rojo para que pudieran encontrarla. Una pincelada de color en la escrupulosa desolación. Hoy, que era Navidad. Esta fría y apenas mentada Navidad.

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