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Cultura

Charly García y la muerte de mi madre me encaminaron al arte, narra Fito Páez

Por: Juan José Olivares / La Jornada

La noche en que los dioses le dieron una clara señal fue un 7 de agosto de 1976, cuando asistió a su primer concierto y no habría otra posibilidad. Tenía que aprovecharla. La música le significaba libertad y decidió ir tras ella.

El hombre que narra lo anterior no se sabe si lo logró, porque, asegura, sigue en busca de ese “camino incierto”. Fito Páez es dueño de una exitosa carrera como autor e intérprete a nivel iberoamericano y europeo, que incluye decenas de conciertos, unos 30 discos grabados con los que ha sido reconocido con Grammy latinos y estadunidense. Hasta películas hay en su faceta como realizador: escribió y dirigió La balada de Donna Helena, Vidas privadas y ¿De quién es el portaligas?

Fito, quien es recordado recientemente por la serie de Netflix El amor después del amor (alusión a su exitoso disco del mismo nombre de 1992), toma la pluma, pero no con la que ha escrito decenas de historias en placas sonoras, sino la que impacta vísceras en el libro Memorias, infancia y juventud (editado por Planeta y en el que se basa la mencionada emisión), en un “errático intento de escritura de lo que creo, imaginé o me contaron de mi vida”.

Asegura: “De niño conocí el olor de la muerte”, comienza su ráfaga de anécdotas y termina: “Continuará.” Pero en medio de esas dos palabras, 400 páginas de recordar quién fue ese espíritu que forjó su figura en la música actual.

Persistencia


El músico pasó el encierro de la pandemia indagando en sí mismo; repasando y puliendo episodios, ajustando cuentas y desarreglando todo lo demás en un ejercicio de introspección, que inicia en su infancia en Rosario y sigue en su juventud alocada en todas partes. Muchos escenarios, nombres, lugares, homenajes, viajes, borracheras…

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Cuenta El flaco que el libro es obra de la voluntad inquebrantable de Nacho Iraola, quien le insistía en escribir un libro autobiográfico. “¿Quién podría tener ganas de ponerse a revisar su propia vida?” tras ese episodio mundial. “Rezongaba contra la casi sicopática insistencia de Nacho, que más que un editor parecía un cortejante”, dice en las palabras que ofrece para presentar su ejemplar.

El 12 de marzo de 2020 se suspendió el primer concierto de Fito. “La suerte de dos duchas y dos comidas al día, más ponérsela (la borracherra) cada cinco noches entre alcoholes y zooms con gente querida y algunos exóticos desconocidos, hizo de aquel tiempo una extraña temporada en una niebla demente. El tiempo libre y la desesperación fueron el terreno donde se abonó este libro”.

Eso allanó el terreno para que abriera su caja de pandora. “Ningún niño está preparado para oler a la muerte. Tiene un aroma muy particular. A flores marchitas. Todos los sábados, cerca del mediodía, durante varios años, mi padre me llevaba a enfrentarme a la lápida de mi madre. Estaba en el cementerio El Salvador. Mi padre compraba religiosamente una docena de claveles rojos o blancos. Lo primero que me enseñó fue el ritual de aquellos encuentros. Después de atravesar los pasillos subterráneos durante algunos minutos de caminata en silencio, llegábamos a la tumba de la muerta”.

Describe en el episodio: “Mi padre besaba la foto de mi madre con la mano a modo de saludo. Después me indicaba que hiciera lo propio. Retirábamos las antiguas flores que despedían su néctar mortecino. Las nuevas vivirían tan solo algunas horas después de puestas en el florero de lata. Todas esas flores sabían que llegaban a sus horas finales cuando atravesaban aquellos canales helados aislados del sol. Algún registro de agonía siempre supuse que tenían. Los niños y las flores no están preparados para la muerte”.

Narra que sus papás, Margarita y Rodolfo, decidieron contraer nupcias en 1961. Pero enfrentaron un mundo y una Argentina sin buenos pronósticos para el futuro más inmediato. A los nueve meses de su casamiento, en 1962 nace muerta su hermana Valeria. Su madre se volvió a embarazar. “Yo nací el 13 de marzo de 1963. Ocho meses más tarde, mi madre fallecía de un tumor maligno denominado coriocarcinoma, de crecimiento lento que se forma con células uterinas las cuales ayudan a que el embrión se adhiera al útero. Sellaron la lápida y el mundo siguió andando”.

Fito perdió a su madre pero decidió ir fundando su propio y dinámico mundo. Muestra que la pronta pérdida de la guía materna le dio coraza a un pibe aparentemente temeroso el gusto por volar. Un niño criado en “el más excelso amor, cuyo padre lo indujo a los libros, el cine y la música”.

Habla también de las mujeres en su andar; del temor a relacionarse con ellas y de sus parteaguas, como haber conocido a Charly García, “un fusible de la Argentina. La sociedad colapsó muchas veces a través de él, que ofrendó su integridad física e intelectual”.

Asegura que tuvo un antes y un después en su carrera, tras ser invitado por García a formar parte de su grupo. Evoca la secuencia que vivió “en primera fila” durante una escucha para pocos invitados del simbólico disco de Charly, Clics modernos (1983), en el que Charly comenzaba a usar teclados modernos de ese tiempo y la popular Roland TR-808, caja de ritmos fundamental para la renovación del rock argentino.

Páez subraya sus interacciones con el género femenino: “Todas las compañeras con las que tuve vínculos de novios o maritales terminaron dejándome. Les doy la derecha. Que Dios las bendiga. Madres de musas, dueñas de grandes caracteres, firmes convicciones e infinita paciencia”. Sin embargo, da relevancia a su relación con la actriz Cecilia Roth, con quien vivió gran felicidad luego de su intenso romance con Fabiana Cantilo. Dice que la primera vez que la vio fue una vez que asistió al cine en el filme Laberinto de pasiones, de Pedro Almodóvar. Corría 1988. “Hay algunas cosas que nunca van a suceder. Una de ellas es que una mujer como Cecilia se enamore de mí”, solía decir. “Por suerte, la vida es más insólita y no respeta destinos marcados”, agrega.

En escenas posteriores en su libro rememora un baile con ella, “en un movimiento maestro, audaz y a toda velocidad, rozó sus labios con los míos. Eran suaves y carnosos. Fue un solo movimiento. Muy delicado, sexy. Yo no salía de mi asombro. Fue una fiesta hermosa donde me enamoré de Cecilia.”

Todo eso y más en Memorias, infancia y juventud. Aunque recordemos que la relación con la escritura comenzó a formalizarse con una serie de artículos publicados en el suplemento ADN del periódico La Nación y se extendió con la novela La puta diabla, el volumen Diario de viaje y la novela Los días de Kirchner.

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