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¿Descubrimos indicios de vida extraterrestre en un exoplaneta?

Por: Miguel Latapi

En las últimas décadas la astrobiología ha pasado de ser un tema de ciencia-ficción a una rama muy real dentro de la ciencia moderna. Telescopios como el Kepler y el James Webb han descubierto miles de exoplanetas de características habitables en nuestra galaxia, dejándonos un paso más cerca de responder a una de las incógnitas más grandes e importantes que la humanidad siempre ha tenido: ¿Estamos solos en el Universo?

Fue justamente el segundo de estos telescopios, el ya histórico James Webb, una misión conjunta entre Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, que descubrió un exoplaneta con los que son, hasta ahora, los indicios más claros de vida originada fuera de nuestro planeta.

K2-18b, un exoplaneta que orbita a una enana roja a solamente 124 años luz de nuestro planeta (en escala cósmica es relativamente cerca), resaltó mucho más que cualquiera de sus vecinos por un hecho simple pero con implicaciones gigantescas: la presencia de sulfato de dimetilo, un gas que, al menos en la Tierra, se crea de forma natural a través de organismo vivos como el fitoplancton y algunas algas marinas.

Aunque existen formas no orgánicas de que se forme el sulfato de dimetilo, y de hecho hasta se detectó en un asteroide, la alta presencia del gas en la atmósfera de K2-18b, y la existencia de hidrógeno, sugieren que casi con certeza la única forma de que se produzca sea a través de organismos muy similares a los que lo crean aquí en la Tierra. Esto es uno de los indicativos de vida extraterrestre más claro, e incluso hasta el más claro, que tenemos a la fecha.

K2-18b es un gran candidato para ser un planeta ‘hicéano’, conocido como planeta océanico en la cultura popular: una clase hipotética de exoplaneta que destacaría por tener una atmósfera rica en hidrógeno y un vasto mar de agua en estado líquido que cubriría la vasta mayoría de la superficie. K2-18b cumple con muchas otras de las características más obvias que se cazan en búsqueda de la vida: está en la zona habitable de su estrella, tiene una atmósfera y también cuenta con la presencia de gases que en la Tierra pueden ser de origen orgánico, como metano y dióxido de carbono.

Sin embargo, es importante aclarar que los propios autores del estudio aseguran que por optimista que sea este descubrimiento, aún no es definitivo. La hipótesis de la vida extraterrestre habitando en K2-18b ha cobrado mucha fuerza, pero aún faltan muchos más estudios para aclarar la realidad y probar que no se trata de una coincidencia. La probabilidad de que el registro del sulfato de dimetilo haya sido un error aún es de 0.3% y no puede considerarse un hecho factual hasta que llegue al cinco sigma, una probabilidad menor al 0.0000003%.

Comparativa de tamaño entre la Tierra y K2-18b. Imagen ilustrativa

La Paradoja de Fermi

Aunque aún no tengamos la certeza de la vida extraterreste en K2-18b, no se ha tardado en teorizar que su descubrimiento puede ser la respuesta más clara a la Paradoja de Fermi.

Para los que no lo sepan, la Paradoja de Fermi es un problema teórico propuesto por el físico italiano Enrico Fermi que acusa la obvia contradicción entre la alta probabilidad de que exista vida extraterrestre en el Universo y la ausencia de evidencia que tenemos a pesar de nuestros esfuerzos.

La búsqueda de respuesta ante la Paradoja es vastísima y empieza desde explicaciones científicas de importancia histórica como ‘El Gran Filtro’ de Robin Hanson, que explica que hay una barrera evolutiva que solo una en mil millones de especies pueden superar, y la teoría de Carl Sagan que plantea que una civilización miles de años más avanzada que nosotros no nos prestaría mucha atención y tendría tecnología tan difícil de comprender que lo veríamos como magia.

Después de esas, también pasamos por hipótesis más oscuras, como la del ‘Bosque Oscuro’, que teoriza que el silencio cósmico se debe a que una gran civilización está al acecho y, aquellas que lo saben, no alzan la voz por miedo a ser descubierto. Y por supuesto, también están las teorías más conspirativas, como aquella del ‘Zoológico’, que asegura que nos han descubierto y saben de nosotros, pero nos están observando cautelosamente desde la distancia.

No obstante, K2-18b podría traer una respuesta muy lógica a la paradoja. El exoplaneta, aunque muy similar a la Tierra, tiene un detalle clave que nos distingue: es 8.5 veces más masivo y 2.5 veces más grande, lo que signfica que su gravedad en la superficie sería casi 35% mayor. Este mismo detalle aumenta considerablemente la velocidad de escape, lo que significa que para poder salir de la atmósfera de K2-18b, se necesitaría utilizar 90% más energía de la que se usa en los cohetes de la Tierra.

Esta carecterística es común en la mayoría de los exoplanetas que hemos descubierto: la Tierra es pequeña en comparación a los planetas que suelen ser candidatos a albergar vida en la galaxia. La vasta mayoría oscilan en tamaños que van desde 200% hasta 450% más grande, atrapando a sus habitantes en una gravedad gigantesca y con desafíos logísticos y económicos masivos para los hipotéticos habitantes que quieren alcanzar la velocidad de escape.

Y este factor está considerando que K2-18b cuenta con una superficie sólida, ya que también existe la posibilidad de que sea un planeta completamente oceánico cuya vida inteligente se desarrolle en las profundidades y nunca pueda salir de sus aguas. Esta hipótesis ya se maneja para cuerpos celestes como la luna de Júpiter, Europa, que tiene un vasto océano líquido bajo una kilométrica capa de hielo que podría estar atrapando a sus habitantes.

Al final, será cuestión de tiempo para que una de las misiones astrobiológicas que buscan vida en la galaxia, como el Europa Clipper o el ya mencionado James Webb, terminen por encontrar un indicio claro de organismos vivos de origen extraterrestre, ya sea en nuestro propio sistema solar o a cientos de años luz de distancia. Si llegará durante nuestras vidas o antes de lo que esperamos es simple cuestión de tiempo.

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