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Plasmaron los mayas su cosmogonía en El Tigre

Por: Reyes Martínez Torrijos / La Jornada

Candelaria, Camp, 22 de noviembre.- La divinización del hombre en el mundo maya, cuando los gobernantes se convirtieron en intermediarios entre los dioses y el pueblo, está representada en la zona arqueológica El Tigre –conocida como Itzam-kanac en su época–, centro de la investigación durante más de cuatro décadas del arqueólogo Ernesto Vargas Pacheco.

La milenaria ciudad es cercana al importante río Candelaria, a unos 40 kilómetros del pueblo con ese nombre y donde se ubica una parada del Tren Maya, que iniciará su funcionamiento a finales de diciembre. De camino a la zona se distingue la vía férrea completada.

Foto Marco Peláez

En la zona arqueológica, ubicada a más de cuatro horas en auto de la ciudad de Campeche, se construirá un centro de atención a visitantes, que se sumará a los de Palenque, Moral Reforma, Edzná, Xcalumkín, Uxmal, Dzibilchaltún, Chichén Itzá, Ek’Balam y Calakmul. Vinculados con el Tren Maya, también se remozarán o edificarán museos en Palenque, Ruta Puuc (Kabah), Dzibilchaltún, Chichén Itzá, Costa Oriental (Tulum) y Calakmul. Además, se abrirán los sitios de Ixkabal (La Jornada, 12/10/22) y Paamul II.

Ernesto Vargas, investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas, supervisa los trabajos de reconstrucción en el sitio, ubicado en el suroeste de Campeche.

Foto Marco Peláez

El experto destaca la importancia de la ciudad por los mascarones que datan del año 400 antes de nuestra era, así como el ser la capital de la gran provincia Acalán, donde mataron al último gran tlatoani, Cuauhtémoc (en febrero de 1525).

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Sobre las piezas de estuco modelado, expresó que unos se dedicaron al dios solar y luego «fueron tapados por mascarones antropomorfos que de alguna manera representan a los ancestros de los señores; al divinizarlos ellos se van a sentir descendientes y divinos».

Foto Marco Peláez

Se entusiasmó al contar que en las estructuras arquitectónicas de este centro sagrado los mayas plasmaron su visión cosmogónica, “al parecer lo que en el Popol Vuh es el lugar de donde va a nacer el mundo. La gran estructura 2 sería la montaña sagrada en el sentido de que es dadora de vida, de bienes. Si uno ve el conjunto, es una cordillera, es decir, recrearon la naturaleza”.

Mencionó que cada una de las cuatro grandes estructuras del complejo pretendió explicar el mundo en cuatro partes y «posiblemente cada uno de estos templos, de estos grandes edificios, perteneció a un linaje específico».

Foto Marco Peláez

Sostuvo que «todo está asentado en la visión cosmogónica que ellos tenían porque está orientado astronómicamente siempre al este, así se construye el grupo triádico (estructura 3), que va a permitir el cambio social donde las élites empiezan a apoderarse del poder propiamente y construyen el juego de pelota, los palacios y los sacbés«.

Con el testimonio de un soldado apellidado Luján, que estuvo en Itzamkanac, el arqueólogo mencionó que la urbe tuvo 15 mil casas, por lo que la población podría haber estado entre 30 mil y 45 mil personas, con mil 600 estructuras en una ciudad que a través del río Candelaria se comunicó con Tikal y Calakmul.

Foto Marco Peláez

Mientras, se escucha el sonido de palas, cucharas, el trasiego de piedras y cómo las fijan en una de las pirámides. También se oye el canto de las aves entre la frondosidad de palmeras, ceibas y otros árboles en el entorno. La media tarde calurosa de este espacio con vegetación exuberante permite a veces algún frescor proveniente del río Candelaria, que se puede ver desde la cima de una de las estructuras.

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Vargas Pacheco refirió que el proyecto para este sitio planteado al Consejo de Arqueología y del Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas es para dar mantenimiento, pero también tiene un factor importantísimo de investigación.

«En las dos estructuras que hemos trabajado durante este año (la 2 y la 3) ha sido de primerísima importancia porque se llaman los grupos C en arqueología, que tenían un aspecto eminentemente astronómico».

El Tigre, continuó Vargas Pacheco, tuvo una ocupación muy temprana y fue habitado casi completamente hasta 1557, cuando todavía era la capital de Acalán y los frailes franciscanos obligaron a su población a pasarse a la costa”.

Foto Marco Peláez

En un recorrido por la zona arqueológica, María Fernanda Escalante, restauradora del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Campeche, explicó que en la actualidad se están interviniendo los cuatro mascarones elaborados con estuco modelado y adosados a las estructuras de este sitio. Se ha realizado la limpieza para erradicar problemáticas de insectos y microorganismos.

Mostró uno de ellos, la representación de un rostro con orejeras, y explicó que se agregó una especie de nudos, asociados con su calidad de deidad; también tiene elementos fitomorfos que proponen que los reyes «tenían una relación directa con los dioses y, por ello, la capacidad de que la regeneración continuara, la lluvia llegue y las plantas crezcan».

En otra estructura, hay dos mascarones propiamente humanos, que podrían representar a dos reyes de la ciudad, una mujer y un hombre. «Ambos tienen restos de color rojo, crema y negro. También tenían una estructura que los tapaba. En una etapa estuvieron expuestos, activos; luego, cuando se dieron cambios de gobierno o poderío, o simplemente los pobladores decidieron ampliar, los cubrieron y encimaron nuevas estructuras con decoraciones», dijo Escalante.

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Destacó que es muy llamativo que no destruyeran lo anterior, aunque a veces rompían los rostros parcialmente: «Hay cierto respeto por estos otros elementos. En algunos sitios incluso se ha encontrado evidencia de que le pusieron material más fino y después piedra como relleno, o sea, hubo intención de conservarlos».

La localidad El Tigre, con apenas un par de cientos de habitantes, se halla a 2 kilómetros de la zona arqueológica. Tiene la rutina lenta de un poblado pequeño, entre casas de materiales vegetales o de concreto, algunas crías de guajolote corretean, hay venta de bolis (congeladas) y los caballos «pastan» en las márgenes del Candelaria. Un escenario que quizá cambie demasiado con el funcionamiento del Tren Maya río abajo.

Foto Marco Peláez

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