De la cooperación al cañonazo: Trump replantea la relación con México
Hay declaraciones que no son un exabrupto, sino un aviso. La entrevista de Donald Trump con la periodista Dasha Burns, de politico.com, entra en esa categoría. En medio de comentarios sobre Europa, Rusia y el lugar de Estados Unidos en el mundo, el presidente estadunidense dejó caer —con naturalidad inquietante— que estaría dispuesto a ordenar ataques militares contra cárteles del narcotráfico dentro de México y Colombia, similares a los bombardeos realizados recientemente contra embarcaciones en el Caribe y el Pacífico.
No habló en condicional técnico ni se refugió en vaguedades diplomáticas. A la pregunta directa de si consideraría acciones similares en México por su papel en el tráfico de fentanilo hacia Estados Unidos, la respuesta fue afirmativa. Sin rodeos. Sin matices. Sin referencias a cooperación bilateral. Esa es la clave.
Leídas con cuidado, las palabras de Trump no son solo una amenaza externa: son una definición ideológica sobre cómo entiende la seguridad, la soberanía y el poder estadounidense. Para Trump, el narcotráfico no es un fenómeno complejo con causas económicas, sanitarias y sociales compartidas. Es un enemigo militar. Y a los enemigos militares se les bombardea.
El precedente es claro. Estados Unidos ya ejecuta operaciones letales contra embarcaciones sospechosas de tráfico en aguas internacionales. La Casa Blanca las presenta como acciones exitosas en la “guerra contra el fentanilo”. Pero organizaciones civiles y expertos han advertido que estas operaciones han provocado muertes sin proceso judicial, con cuestionamientos serios sobre su legalidad y proporcionalidad.
Cuando Trump sugiere extender ese modelo hacia territorio mexicano, pasa de la retórica dura a un terreno todavía más delicado: la normalización del uso unilateral de la fuerza en países aliados. No habla de coordinación con México, ni de solicitud formal del Estado mexicano, ni de marcos legales compartidos. Habla de la decisión soberana de Washington de actuar cuando considere que su seguridad está amenazada.
Ahora bien, separemos en sendos planos: El primero es el electoral. Trump necesita mostrar puño. El fentanilo es uno de los grandes miedos del votante estadounidense, y el discurso de fuerza vende. Decir que va a “golpear” a los cárteles fuera de Estados Unidos es políticamente rentable: desplaza la responsabilidad hacia el exterior y evita debates incómodos sobre consumo interno, control de armas, farmacéuticas o lavado de dinero.
El segundo plano es estratégico, y es el verdaderamente preocupante. Al plantear que México podría ser escenario de ataques militares estadounidenses, Trump rompe una línea histórica que, al menos en el discurso oficial, se había mantenido: el respeto a la soberanía territorial como principio básico de la relación bilateral.
Este no es un tema menor ni una provocación retórica más. En Washington hay sectores que desde hace años empujan la idea de declarar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas precisamente para habilitar legalmente acciones militares extraterritoriales. Trump no inventa el debate: lo amplifica desde la presidencia.
Para México, el riesgo es triple. Primero, el diplomático. La relación con Estados Unidos se desplaza del terreno de la cooperación al de la subordinación forzada. El mensaje implícito es claro: si México no “resuelve” el problema, Estados Unidos lo hará por su cuenta.
El segundo, político. Este tipo de declaraciones tensan al gobierno mexicano internamente. Cualquier respuesta firme puede escalar el conflicto; cualquier silencio puede interpretarse como debilidad o consentimiento tácito. Es una encerrona discursiva.
Y finalmente, el tercero, jurídico y ético. Aceptar —aunque sea en abstracto— que un país extranjero puede bombardear dentro del territorio nacional para combatir crimen organizado implica dinamitar principios elementales del derecho internacional. Abre un precedente peligroso no solo para México, sino para cualquier Estado que enfrente criminalidad transnacional.
Trump, además, simplifica deliberadamente el diagnóstico. Presenta a México y Colombia como “los responsables” del fentanilo, omitiendo que el problema existe porque hay demanda, redes financieras en Estados Unidos, armas que cruzan la frontera sur y precursores químicos que viajan desde Asia. Pero la narrativa de guerra no admite complejidades: necesita villanos claros y soluciones espectaculares.
La entrevista de Trump no debe leerse como bravuconería de campaña ni como un exceso verbal más. Es una señal de hasta dónde está dispuesto a llegar un presidente que ve el mundo como un tablero de fuerza y castigo.
Para México, el desafío no es solo responder a Trump, sino entender que este tipo de declaraciones buscan volver aceptable lo que hoy parece impensable: la intervención militar directa bajo el pretexto del combate al narcotráfico.
La pregunta de fondo no es si Trump puede hacerlo. Es que tan preparados estamos para impedir que esa idea se vuelva política normal.




