Reconoce EU avances de México contra gusano barrenador, pero mantiene la frontera cerrada
Washington reconoce avances de México contra el Gusano Barrenador del Ganado (GBG)… pero mantiene la frontera cerrada. Esa es la paradoja que define hoy la relación sanitaria y comercial entre ambos países. Por un lado, aplausos diplomáticos. Por el otro, la puerta de hierro sigue bajada. El tema no es menor: está en juego la cadena de suministro cárnico, miles de empleos y el equilibrio político entre seguridad sanitaria y presión electoral interna en Estados Unidos.
En el papel, la narrativa es de cooperación. En los hechos, el tablero muestra desconfianza estructural. Y en medio, un México que ya puso fichas, cumplió protocolos y sigue esperando la señal de “puede cruzar”.
La secretaria de Agricultura de Estados Unidos, Brooke Rollins, ha adoptado el tono clásico del poder que felicita sin soltar el control: reconoce “progresos significativos” de México, pero no concede fechas, no publica la lista de pendientes y no compromete rutas claras de reapertura. Es algo parecido a una jugada de póker: halagar al jugador para que no se levante de la mesa, pero sin enseñarle aún las cartas.
Mientras tanto, el gobierno de Donald Trump despliega su propio escenario: lanza un nuevo portal de internet donde presume un “enfoque de gobierno unificado”, con múltiples agencias federales, coordinación con estados, tribus, localidades e industria. El mensaje es claro: control total. No hay improvisación; hay una muralla administrativa que legitima el cierre.
El problema es la incoherencia estratégica. Por un lado, Estados Unidos reconoce que México ha revisado más de 2.2 millones de cabezas de ganado, ha reactivado protocolos sanitarios, ha contenido brotes, ha colaborado con el APHIS, ha firmado acuerdos bilaterales, e incluso ya opera —desde noviembre— una planta de dispersión de moscas estériles en Tampico. Pero por otro, mantiene cerrados cuatro puertos fronterizos clave (Texas, Nuevo México y Arizona) y añade nuevos requisitos… sin explicarlos públicamente.
Más aún: mientras frena el ganado, Washington endurece medidas preventivas para sus propios ciudadanos que viajan al sur, especialmente sobre el manejo de mascotas. Es decir, el Gobierno estadounidense reconoce que el foco de riesgo está en su frontera sur, pero desplaza la narrativa hacia el “cuidado interno”. Traducción política: el problema no es México… pero tampoco confían en México.
Este doble discurso responde menos a la ciencia sanitaria y más a la política electoral y al control del relato interno. Recordemos el contexto: los precios de la carne en Estados Unidos han subido con fuerza en 2025. El ganado mexicano representa solo el 3% del total nacional, pero su peso es desproporcionado en los estados del sur: dos tercios de ese ganado se quedan en Texas, Nuevo México y Oklahoma. Son estados políticamente sensibles y con fuerte peso en la narrativa de “seguridad fronteriza”.
Ahí está la verdadera apuesta. Washington no quiere arriesgarse a un brote interno que derrumbe la confianza sanitaria. Pero tampoco quiere aparecer como responsable directo del alza de precios al frenar importaciones. Por eso elige un juego intermedio: reconocer avances, mantener la frontera cerrada, crear portales, prometer coordinación, y dejar a México en la sala de espera.
Del lado mexicano: hay más de 10 mil casos acumulados desde 2024, reportes transparentes, contención tras el caso en Veracruz en julio de 2025, apertura técnica confirmada por la propia Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), y alrededor de 250 mil cabezas de ganado listas para cruzar en el norte. El ganado está listo; la diplomacia, congelada.
El dato político es crudo: la administración Trump prioriza el riesgo cero interno, aunque eso implique ignorar evidencias técnicas y compromisos bilaterales. No es un tema sanitario; es un tema de control narrativo. Prefieren quedar como duros que como permeables.
Estados Unidos juega don doble filo: felicita para no romper, exige sin transparentar, promete cooperación mientras cierra la puerta. México, en cambio, ya puso mostró sus cartas y sigue esperando que del otro lado alguien diga “vamos”.
Pero Washington no quiere que nadie gane rápido. Prefiere alargar la mano, tensar el juego y usar la frontera como ficha política. Reconocer avances es solo un fraseo elegante. La reapertura, por ahora, sigue en el aire… pero no en la mesa.




