Ecos de dos “narcomantas” en Los Cabos
En una de las cadenas más conservadoras de los Estados Unidos, Fox News, se destacó este fin de semana escandalosamente un tema que, sea confirmado o no, genera rumor y terror. En la frontera, dos supuestas narcomantas -con advertencias dirigidas al director del FBI, Kash Patel, y a Terry Cole, administrador de la DEA-, presuntamente firmadas por La Chapiza, una facción del Cártel de Sinaloa, reabrieron un viejo dilema nacional: ¿qué pesa más, la realidad de la violencia o la insistencia oficial en negarla?
Joe Peters, ex funcionario de la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas en Washington, declaró a esa cadena televisora que el hecho, más allá de su autenticidad, encaja con las tácticas clásicas del “narcoterrorismo”: gobernar mediante la amenaza y el miedo, un método de control social tan viejo como eficaz.
Las imágenes, que advertían a residentes estadunidenses mantenerse fuera de la región de Los Cabos, se difundieron en redes y medios digitales con velocidad viral. No hubo confirmación física de las mantas —ningún hallazgo en puentes, calles ni plazas—, pero sí una inmediata reacción internacional. Para los especialistas en seguridad de Estados Unidos, la sola existencia de estas advertencias —reales o apócrifas— basta para elevar el nivel de alerta.
Desde Baja California Sur, las autoridades municipales reaccionaron rápido: negaron la existencia de cualquier “narcomanta” y calificaron las publicaciones como “fabricaciones digitales”. Christian Agúndez Gómez,alcalde de San José del Cabo, argumentó que no hay indicios de presencia de La Chapiza ni de otra organización delictiva en Los Cabos, un destino cuya economía depende del turismo estadounidense y canadiense.
Empero, según el portal BorderReport, las mantas, escritas en español, decían: “Ustedes serán los culpables. Les mostraremos cómo libraremos esta guerra contra todos los estadounidenses que residen en las zonas donde tenemos presencia… especialmente los que viven en San José del Cabo y Cabo San Lucas. Somos nosotros los que mandamos aquí y demostraremos de lo que somos capaces si no dejan de arrestar a nuestra gente y de decomisar nuestras cargas y armas”.
Pero la negación —aunque políticamente comprensible— tiene un costo. En un país donde la violencia se mide también por percepciones, el silencio o la minimización oficial suelen amplificar el miedo. Y el miedo, cuando se exporta, se convierte en política exterior.
Cada vez que una alerta estadounidense se emite —por mínima que sea— el mensaje que se filtra en los medios internacionales no es “falso rumor”, sino “riesgo en México”. Esa distorsión simbólica erosiona la narrativa de estabilidad que el gobierno federal intenta sostener.
El precedente del “narcoterrorismo”
La lectura de Peters y otros analistas en Washington no es nueva. Desde los años noventa, los cárteles mexicanos han perfeccionado el uso de la propaganda del terror: mantas, videos, corridos, mensajes en redes y hasta intervenciones públicas. La diferencia es que ahora no se trata de disputar territorios entre grupos criminales, sino de influir en la percepción internacional del país.
El objetivo no siempre es la violencia directa. A veces, basta con instalar la sospecha. Una fotografía de baja resolución en X (Twitter), un mensaje de WhatsApp o una nota sin fuente verificable pueden producir un efecto político y económico inmediato: cancelaciones de vuelos, reducción de reservaciones hoteleras y advertencias del Departamento de Estado.
Los cárteles entendieron hace años que no necesitan invadir Los Cabos para dañarlo. Les basta con proyectar la amenaza.
El discurso local —“aquí no hay cárteles”— puede funcionar en términos administrativos, pero resulta disonante ante una opinión pública global que ve a México como un país en disputa territorial. La contradicción entre el discurso oficial y la evidencia empírica genera desconfianza.
Los Cabos, como otros polos turísticos, ha sido tratado como una vitrina: el país limpio, ordenado y seguro para el visitante extranjero. Pero esa narrativa exige un control informativo que, en tiempos de redes, ya es imposible sostener. La negación no disipa el miedo: lo multiplica.
Desde Washington, cualquier indicio de inestabilidad en regiones turísticas mexicanas tiene doble efecto: en seguridad (porque involucra a ciudadanos estadounidenses) y en economía (por el peso del turismo binacional).
Las declaraciones de Peters, en tono de advertencia, se inscriben en una narrativa que Donald Trump y su entorno han reactivado: la idea de que México “está gobernado por los cárteles”. Es una frase recurrente en el discurso de seguridad republicano, que gana tracción cada vez que surge un incidente de este tipo.
De ahí que incluso una “narco manta inexistente” pueda ser utilizada como argumento electoral, político o comercial en la relación bilateral. No es una exageración: es un patrón.
El reto para el gobierno federal no está solo en reforzar la seguridad física, sino en contener el impacto reputacional. En un entorno donde los cárteles dominan la narrativa del miedo, México necesita reconstruir la narrativa de la confianza.




