Inseguridad y gentrificación: México bajo la lupa tras advertencia de Trump sobre el Mundial
Donald Trump, con la naturalidad de quien sabe que cada palabra mueve titulares: el presidente estadunidense lanzó una advertencia que sacude al mundo deportivo y, de paso, prende alarmas en México: “si alguna ciudad sede me parece aunque sea un poco peligrosa, habrá partidos que serán reubicados”. Dicho desde el Despacho Oval, el mensaje no es solo una ocurrencia electoral, sino un misil dirigido contra ciudades gobernadas por demócratas en Estados Unidos, pero con efectos colaterales inmediatos para México, país coanfitrión del Mundial 2026 junto con Canadá.
La FIFA ya había confirmado a Seattle y San Francisco como sedes con varios partidos, pero Trump las descalificó de tajo por estar dirigidas —según él— por “lunáticos de la izquierda radical que no saben lo que hacen”. El argumento, en apariencia envuelto en un discurso de seguridad, en realidad desnuda la tentación de instrumentalizar el mayor torneo de futbol del planeta como herramienta de polarización política.
Para México, el impacto no es menor. La Ciudad de México es la sede emblemática del torneo: recibirá la inauguración y varios juegos clave en el Estadio Azteca. A esto se suman Guadalajara y Monterrey como sedes en Jalisco y Nuevo León. Que Trump abra la puerta a cuestionar la seguridad de las ciudades organizadoras coloca a la capital mexicana en un escenario particularmente vulnerable.
No porque los números lo respalden: la criminalidad en CDMX, aunque alta en comparación con estándares internacionales, no es distinta de la que FIFA evaluó al designar sedes. El verdadero riesgo es que el discurso de Trump se convierta en un pretexto para condicionar inversiones o renegociar acuerdos ya pactados. Recordemos que cada Mundial implica miles de millones de dólares en infraestructura, turismo, patrocinios y mercadotecnia. Cualquier duda sobre la seguridad puede frenar la llegada de capital, espantar turistas e incluso dar margen a que patrocinadores o cadenas de televisión replanteen su participación.
En la capital mexicana, además, se vive un ambiente enrarecido hacia los visitantes extranjeros. Las campañas contra la gentrificación en colonias como Roma, Condesa o Cuauhtémoc han colocado bajo la lupa a los llamados “nómadas digitales”, en su mayoría estadunidenses. A ello se suman percepciones de inseguridad que han escalado en los últimos meses con asaltos, homicidios y extorsiones de alto impacto mediático.
Es decir, Trump no tuvo que inventar un escenario para sembrar dudas: bastó con señalar la inseguridad para que los focos se encendieran. En este caldo de cultivo, cada comentario suyo se convierte en gasolina para discursos nacionalistas en Estados Unidos y en freno para la confianza internacional hacia México.
El Mundial debería ser un espacio de unión, de celebración común, de ruptura de fronteras sociales y culturales. Pero cuando la sede de un partido se ve amenazada por la afiliación partidista de un gobierno local —como sugiere Trump en el caso de Seattle y San Francisco—, lo que ocurre es una prostitución de los valores deportivos. Se transforma un torneo global en un arma electoral doméstica.
El peligro no se limita a Estados Unidos. Si se legitima que un presidente pueda alterar el calendario de un Mundial por afinidades políticas, cualquier gobierno del futuro podría hacer lo mismo. No solo hablamos de futbol: se trata de la erosión de un principio básico de equidad y neutralidad que sostiene al deporte internacional.
México: el costo de la incertidumbre
Para México, la amenaza es doble. Por un lado, el riesgo de que Trump presione a la FIFA para endurecer las condiciones de seguridad en las ciudades mexicanas, lo que implicaría más gastos públicos y privados. Por otro, la posibilidad de que inversionistas internacionales se replieguen, dudando de la rentabilidad de un torneo que podría politizarse hasta el extremo.
Lo que está en juego, más allá de goles y estadios llenos, es la credibilidad de México como destino seguro y confiable. Un Mundial cuestionado en sus sedes mexicanas sería un golpe durísimo a la narrativa de modernización turística y urbana que las autoridades locales llevan años construyendo.
Trump ya convirtió la frontera, el comercio y la migración en cartas de póker electoral. Ahora amenaza con convertir también al futbol. Para México, la jugada es peligrosa: basta que en Washington alguien decida que la capital o las ciudades sede “no son seguras” para que la inversión se tambalee. Y ahí, el balón ya no estará en la cancha de la FIFA ni en la del gobierno mexicano, sino en la del presidente estadounidense, que juega con ventaja, incluso antes de que ruede el primer balón del Mundial 2026.
monique.duran@outlook.com