ROMPECABEZAS | “Dos países, dos versiones y una misma frontera”
- En Rompecabezas nos proponemos mirar y observar con calma, reunir las piezas sueltas y ofrecer una lectura distinta de la compleja relación entre ambas naciones. Cada día pondremos sobre la mesa lo que dicen, callan o insinúan los protagonistas al otro lado de la frontera, para entender no solo la coyuntura inmediata, sino el trasfondo político, económico y social que marca el rumbo compartido entre los dos países divididos por la frontera natural del río Bravo. Gracias por su lectura y, ¡vamos con el tema del día!
Rubio en México: entre la presión de Donald Trump y la soberanía nacional
Marco Rubio, el canciller republicano -y aspirante a la sucesión de Donald Trump-, está en tierra azteca. Su visita a México no es una cortesía diplomática: es una señal de la nueva etapa de presión que la administración Trump busca imprimir en la relación bilateral. Con seguridad, migración, comercio, drogas y aranceles en el centro de la agenda, la Casa Blanca envía un mensaje claro: la cooperación con México ya no es opcional, sino un requisito bajo condiciones estadounidenses.
De acuerdo con The Washington Post, Rubio viaja por tercera vez a América Latina desde que asumió la Secretaría de Estado, en un contexto marcado por la intensificación de operaciones militares contra cárteles en el Caribe y un ataque letal a una embarcación procedente de Venezuela. Antes de abordar su avión, advirtió que el presidente Trump “va a tomar la ofensiva contra los cárteles de la droga y el narcotráfico en Estados Unidos. Eso desestabiliza no solo al país, sino a toda la cuenca del Caribe”.
El mensaje es inequívoco: Washington pretende liderar una estrategia hemisférica contra el crimen organizado, y espera que México se sume sin reservas. Esa narrativa contrasta con el discurso de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien apenas unas horas antes había encabezado el foro nacional de seguridad con gobernadores, fuerzas armadas y la Fiscalía General, para recalcar: “Bajo ninguna circunstancia aceptaremos intervenciones, injerencias o cualquier otro acto del exterior que atente contra la integridad, independencia y soberanía del país”.
Pero el mismo día en que defendía la soberanía, Sheinbaum afinaba con el Departamento de Estado un acuerdo de seguridad integral, que incluye la creación de un “grupo de investigación conjunta” contra el tráfico de fentanilo y armas. El equilibrio es frágil: mantener firmeza en el discurso sin cerrar la puerta a una cooperación inevitable.
El propio Trump ha abonado a la presión al declarar al Daily Caller que la presidenta Sheinbaum “tiene miedo” de traer tropas estadounidenses a México. El comentario, más allá de la provocación, busca instalar la idea de que el gobierno mexicano es incapaz de contener por sí solo a los cárteles y necesita la tutela de Washington. No es una declaración aislada: viene acompañada de la amenaza recurrente de aranceles y del condicionamiento de la relación comercial y migratoria a avances en seguridad.
El Wall Street Journal aporta un ángulo adicional al documentar la expansión global de los cárteles mexicanos, en particular en Ecuador, donde organizaciones terroristas conocidos como cárteles, como el CJNG y el de Sinaloa han exportado su violencia y símbolos. En Durán, la ciudad más peligrosa del mundo según el Instituto Igarapé (grupo de expertos con sede en Brasil que se centra en temas emergentes de seguridad y desarrollo), se descubrió un santuario a la “Santa Muerte” y Jesús Malverde en una casa de seguridad usada por sicarios locales. Como advirtió Mike Vigil, ex director de operaciones internacionales de la DEA: “Estos dos cárteles se están extendiendo como un cáncer por todo el mundo”.
¿Y por qué viene a cuento esta mención?, pues porque para Washington, ese fenómeno justifica una estrategia de alcance global con tintes militares. Para México, en cambio, es un recordatorio de lo que está en juego: evitar convertirse en el próximo Ecuador y demostrar capacidad de respuesta sin permitir la entrada de tropas extranjeras.
El tablero Sheinbaum–Trump
En este escenario, Marco Rubio es apenas el emisario. El pulso real se libra entre Donald Trump y Claudia Sheinbaum. Él, convencido de que el músculo militar y las amenazas comerciales son herramientas legítimas de presión; ella, obligada a marcar distancia con discursos de soberanía, pero consciente de que la cooperación con Estados Unidos es indispensable.
El futuro de la relación bilateral dependerá de ese delicado equilibrio. Si Sheinbaum logra encuadrar la cooperación en un marco de respeto mutuo y beneficios compartidos, México podría proyectar firmeza y credibilidad. Pero si cede demasiado, el costo político será alto: aparecer como un gobierno débil, rehén de la agenda de Washington.
La pregunta de fondo es si México será capaz de romper con el guion histórico en el que la seguridad se define desde la Casa Blanca. La visita de Rubio pone a prueba la capacidad de la presidenta mexicana para defender la soberanía sin aislarse y para demostrar que México puede enfrentar a los cárteles desde sus propias instituciones. El desenlace marcará no solo el rumbo de su relación con Trump, sino el futuro mismo de la política exterior mexicana.
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