Musa Verde | Mañana será como hace cien años
Es difícil e hipócrita hablar de progreso humano si no lo repartimos entre la humanidad. Ya he hablado de la inequidad mundial en la distribución de las vacunas contra la pandemia COVID-19. También es discriminante no distribuir alimento equitativamente y, peor aún, discriminar por el poder adquisitivo para poder alimentarse. Las posibilidades de que toda la humanidad tenga acceso a salud y alimento se ha debido a que los países con mejores economías, por las causas que sean, han dedicado una parte significativa de su capacidad humana y de sus ingresos a la investigación científica y a su uso para el bien común.
La ciencia ha descubierto y descrito las leyes de la física y la química, las matemáticas, la teoría de la evolución, las vacunas, el resto de la medicina alopàtica, la cirugía, las especies mejoradas de las que nos alimentamos, la importancia de las relaciones ecológicas entre especies, los bulbos, los transistores y los circuitos integrados, la radio, la televisión y los satélites de comunicación, meteorológicos y de geoposicionamiento (que nos dejan saber exactamente dónde estamos perdidos). Aunque también han desarrollado satélites militares, armas y armamentos cada vez más mortales y deshumanizados.
El país que más ha invertido en ciencias y en otros descubrimientos, los Estados Unidos (EEUU), se haya en un impase cultural, una trampa política, donde para el gobierno del presidente Donald J Trump es más importante promover. una ideología conservadora mediocre que incluye una forma de “excepcionalismo” de los EEUU que producir conocimiento y cultura.
Este excepcionalismo trumpiano concibe a Estados Unidos como una nación privilegiada por la mano de su dios, por lo que que debe ejercer su soberanía sobre las demás, pero con un aislacionismo e independencia económica que le permita someter a los demás. No es una política nueva, los EEUU entraron a la Segunda Guerra Mundial hasta después del ataque japonés a Pearl Harbor y después al frente europeo con la invasión del día D en las playas de Normandía. Una consecuencia de esta guerra y la división de Europa por parte de la URSS fue la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que parece estar a punto de desaparecer o cambiar drásticamente, en la realineación de las fuerzas del poder en el mundo.
Las consecuencias de este aislamiento, junto a recortes presupuestales que sólo benefician a los pocos hombres más ricos del planeta y a los timos descarados de Trump y su familia se sienten ya, aunque apenas empiezan sus consecuencias.
Las primeras víctimas de esta nueva realidad han sido los ciudadanos estadounidenses que están perdiendo sus prestaciones sociales, su ya limitado derecho a la salud, sus empleos, sus oportunidades de una mejor educación, su libertad de cátedra e investigación, su oportunidad de superación social y su identidad —sexual o étnica.
Otras víctimas destacables han sido la investigación científica y sus resultados, minadas gravemente por recortes presupuestales y la ideología conservadora de Trump. Aquí una lista incompleta: el desarrollo e implementación de vacunas contra enfermedades infecciosas, el uso de antivirales para la disminución de infecciones y muertes por el HIV-SIDA, la predicción del cambio climático por los efectos del CO2 y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera, la protección de la biodiversidad y los paisajes que la contienen, la pesca y la agricultura sustentables, el manejo y aprovechamiento de residuos (no tratarlos los convierte en basura y contaminación ambiental).
Las humanidades, las ciencias sociales y las artes también han sido limitadas y censuradas. La presidencia de Trump en el centro Kennedy de las Artes y del vicepresidente Vance en el Museo Smithsoniano ejercen un control de lo que es “aceptable” como arte y expresión de la civilización de los EEUU. Todo lo demás es ignorado, despreciado o censurado.
Para que todas estas pérdidas sucedan y sean socialmente aceptables los hechos han sido desplazados—que no eliminados—por interpretaciones que llevan a que Trump y sus patrocinadores impongan sus ganancias e ideologías.
Este cambio de la búsqueda —tal vez ilusoria— de la igualdad por una doctrina en donde la discriminación es recompensada debe ser pasajera. El triunfo de Trump es una consecuencia, esperemos no el fin, de la democracia representativa. Nos toca oponernos a las acciones y consecuencias de este y otros gobiernos que trabajan contra quienes los eligieron.