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Opinión

El último lector | Ese asunto de lectura llamado Vargas Llosa

Por: Rael Salvador

Putear al Nobel de Literatura y no salir indemne de la escaramuza —la irrelevancia de algún raspón editorial, una magulladura de selección a tal o cual feria del libro o, un poco más práctico e inmediato, la cancelación del espacio donde viertes tus observaciones y críticas, seguido de la mueca de asco de los malos amigos y el guiño cómplice de los buenos enemigos— será siempre un asunto de lectura, jamás de frivolidad aséptica y chapucería mediática, ocasionada por los profesionales que generan tendencias flamígeras en los imperios contrapuestos de la comunicación.

No me referiré a la aportación de un razonamiento crítico, después de una lectura dominical, sino a un sencillo ejercicio de entendimiento —con el cual todo lector debe recompensarse— y porque hace justicia al imputado, reivindicando sus opiniones al rango de habladurías insulsas. 

Descontextualizar resulta más cómodo que ampliar los campos de comprensión. 

Abusar del imaginario personal, bombeados por una prensa irresponsable y miope —que, al parecer, no atiende la edición, porque se atiene a su publicitación—, se traduce al enfado o el menosprecio por parte del leedor de ocasión, seguido de la experiencia maravillosa, siempre anodina y superflua, de obtener un “like” de adrenalina virtual en Facebook, eco siempre cuestionable del entramado social de las redes. 

Aquí me recargo en la acertada sentencia de Leila Guerriero: “Nos hemos vuelto tan decentes que damos asco”. 

Alentado por un fuego a escala mayor, recuerdo que el editor del periódico El País, responsable de las columnas de opinión, sabía de antemano que la recomposición sintáctica del supuesto “sumario” (mordido del cuerpo del artículo “Nuevas inquisiciones” de Mario Vargas Llosa) resultaría incendiario en sí mismo: “El feminismo es hoy el más resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades”. 

Ya hacía demasiado tiempo que la eventualidad de lo sutil no se topaba con la profundidad de lo absoluto…

¿Cuántos miradas de rapiña sobrevolaron sólo el cadáver estilizado en el umbral y se plantaron en la condena? ¿Será el desprecio al autor lo que no les permite bajar más allá de la belleza utilitaria de una argucia? ¿Por qué todavía hoy la minusvalía lectora se detiene en la sobrevaloración política de género—haciendo alarde de sus ficciones— y no irrumpe en desentrañar la columna vertebral de lo largamente expuesto por el peruano? 

Una serie de berridos desacertados, por supuesto, todos ellos fuera de contexto, pero válidos como contrapunto en las temáticas del “artículo de opinión”: Vargas Llosa no fue un político, sino un literato (que, muchas veces, sobrellevó la tesis que Georges Bataille expuso en “La literatura y el mal”, pero también la de “La palabra contraria”, de Erri De Luca). Como intelectual del espectáculo (aquí no hay comillas), ofreció de manera habitual muestras de apoyo al feminismo proporcional (que, sin dulzura de carácter, nadie está obligado a empeñar su lucidez en los radicalismos), y otras veces, en la defensa de la humanidad menguante de la mujer —en épocas donde las inquisiciones modernas son votadas como democracias— su discurso se reveló coherente, civilizado, compasivo, un tanto fraternal, digno de un adulto mayor, octogenario, por instantes sagaz o miserable. 

El lapsus en vivo sobre la “muerte del periodismo” tiene otros nombres y otros hombres, implicados e identificados… ¿Por qué no ir tras ellos en la recuperación de la expresión del derecho (con principios) y no quedarnos sólo en el “derecho” a la libertad de expresión?

“Yo soy un escritor conflictivo —dixit Varguitas—, tomo posiciones incómodas, me equivoque o no siempre digo lo que me parecen las cosas”.

(Con anuencia del padre (prologuista y asesor), la pretenciosidad del hijo —Álvaro Vargas Llosa— se mancuerna con Carlos Alberto Montaner y Plinio Apuleyo Mendoza, y, en una elocuencia digna de preparatorianos católicos, emborronan y circulan el “Manual del perfecto idiota Latinoamericano”, páginas donde putean cínicamente al autor de “Las venas abiertas de América Latina”. Celebrando 10 años de su partida —abril 13 de 2015—, en un acierto de coincidencia y causalidad, Eduardo Galeano viene a recoger al Nobel de Literatura 2010.)

El escritor argentino Julio Cortázar solía decir que la idiotez le parecía un tema muy desagradable, “especialmente si es el idiota quien lo expone”. 

De tal forma, si el autor de “La casa verde” y la “Fiesta del Chivo” cumplió el agravante por partida múltiple, es porque sus novelas dejaron de ser un referente ético para convertirse en un calmante estético.

raelart@hotmail.com

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