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Germán estuvo aislado en las escuelas pero en el deporte halló una terapia

Por: Ángeles Cruz Martínez / La Jornada

Germán mira hacia un lado o para arriba. Sabe que si habla con otra persona, debe mirarla a los ojos, «pero no lo puedo controlar. Cuando me doy cuenta, regreso«, explica este joven de 20 años, quien vive con un trastorno del espectro autista que ha podido sobrellevar con el apoyo de su mamá.

Desde muy pequeño, Guadalupe Campos lo llevó a terapias de estimulación temprana, de motricidad y lenguaje.

Los sicólogos y neurólogos consultados por la señora opinaron que el niño tenía trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). No era candidato para un tratamiento con medicamentos y podría salir adelante con ejercicios diversos para que lograra poner atención, mantenerse quieto en la escuela y acatar órdenes.

Con ese diagnóstico, Germán cursó la primaria. Guadalupe logró que los maestros hicieran algunas adecuaciones curriculares para ayudar a su hijo y una de sus tías fungió como «monitor sombra«; es decir, acompañaba al niño en sus clases y se encargaba de que pusiera atención.

En lo académico lo logró, pero no tenía amigos. Siempre se mantenía aislado y retraído, fue víctima de acoso escolar y por lo mismo, prefería estar en su casa. Solo hablaba con su mamá, pero era intolerante al ruido. Hasta el sonido de la licuadora le molestaba o «tal vez le lastimaba», recuerda Guadalupe.

Así creció. Como no hacía ningún tipo de ejercicio, subió de peso. Y es que tiene una afición: colecciona envolturas de golosinas que guarda en varios álbumes. Es una característica del espectro autista.

Por eso, Germán se mantiene atento a cada nueva presentación de los productos para comprarlos inmediatamente.

Logros, entre rechazos y burlas

Cuando ingresó a la secundaria, hubo un programa para identificar a alumnos con algún trastorno o factor de riesgo para alguna alteración mental. Así fue como Germán, a los 13 años, llegó al Hospital Psiquiátrico Infantil Juan N. Navarro, donde el médico especialista hizo el diagnóstico de autismo funcional.

Ahí, él y su mamá conocieron sobre los trastornos del espectro autista y que en el caso de Germán no necesitaba medicamentos, sino continuar con la terapia conductual y ayuda para continuar en la secundaria. La concluyó a pesar del rechazo de algunos profesores; el aislamiento persistió, así como las burlas de los alumnos.

Guadalupe lo inscribió en un sistema de educación abierta para el nivel bachillerato, pero «no avanzaba con asesorías para la preparación de exámenes». Luego vino la pandemia de covid-19 y a él le favorecieron las clases en línea en otra escuela.

Tenía a sus compañeros que veía a través de la computadora, pero no había necesidad de interactuar con ellos. Estaba contento porque no se sentía observado. Con un promedio de 8.9, hace unos meses concluyó la preparatoria.

Llegó el taekwondo y cambió la historia

En el ínter, hubo otra oportunidad para Germán en una escuela de taekwondo que se abrió cerca de su domicilio y donde otra de sus tías da clases con Johnatan, su pareja. El profesor recuerda que cuando conoció al joven pasaron seis meses antes de que le dirigiera la palabra. “Me saludaba, ‘hola’ y ya. Un día empezó a platicar conmigo. Pero me daba cuenta de que no hacía nada. Se la pasaba sentado con su videojuego. Yo no quería recibirlo en la escuela, solo a su hermano Rafael”.

Cuando Johnatan le planteó el proyecto y la invitación a formar parte del plantel, el joven que es dos años más grande que Germán, aceptó con una condición: que también fuera su hermano. Esa fue la idea de Rafael y le tocó convencer a Germán, quien de inicio se negó. Prefería estar en su casa, sin hacer nada ni tener que ver a nadie.

Eso fue hace tres años. Hoy, la historia es completamente distinta. La disciplina de las artes marciales le ayudó a mejorar. Aprendió a tolerar que lo toquen y los ruidos porque en el dogo el profesor grita todo el tiempo, ellos mismos tienen que gritar cuando lanzan algún golpe o patada.

Todavía se pone nervioso y su familia lo nota cuando empieza a balancear su cuerpo como si estuviera en una silla mecedora (otra característica del espectro autista).

Pero ya platica con sus compañeros, lo invitan a las fiestas de cumpleaños y es de los más destacados en el taekwondo. «Realiza muy bien los ejercicios y golpea fuerte», comentó su profesor. Es tan bueno que hace unos días obtuvo el grado de cinta negra primer dan.

Además, como parte del examen para este nivel, hizo una tesis sobre su condición de autista. La presentó en público y fue aprobado.

En la plática con La Jornada, que al inicio contestó con monosílabos (sí, no, un poco), Germán fue tomando confianza y comentó que eligió su situación como tema de su tesis para que otras personas como él «sepan que en el taekwondo pueden tener una herramienta para expresarse y ganar confianza. Eso me pasó. Al principio era bien penoso, pero ahorita ya. Siento que puedo convivir más, hablo más que antes», dice mientras sonríe y nos mira a los ojos.

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