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Opinión

¿Qué nos conviene más, atender el desastre o gestionar el riesgo de desastres?

Por: Juan Manuel Rodríguez Esteves / Voces de El Colef

El impacto de los fenómenos naturales en nuestro país es recurrente. Por ejemplo, la costa de Pacífico Mexicano experimenta año con año el embate de eventos naturales extremos como lo fue el huracán Otis en 2023 y recientemente John en 2024 en Acapulco, Guerrero. De estos hechos fuimos testigos a través de las noticias y plataformas digitales que daban cuenta de la destrucción por vientos intensos, en el caso de Otis, o por inundaciones en el caso de John. Esta afirmación se fortalece aún más si consideramos los impactos de la tormenta tropical Manuel y el huracán Ingrid (2013) y Pauline (1997) también en esa región.

El impacto de los fenómenos naturales no necesariamente deben ser sinónimo de desastres. Para muchas personas, pensar en que un huracán afectará a su comunidad puede representar un temor fundamentado por su propia experiencia previa, al haber experimentado en el pasado destrucción por fuentes vientos o inundación de su vivienda. Pero esto no necesariamente debe ser así.

La gestión del riesgo de desastres, de acuerdo con Naciones Unidas, es la “aplicación de políticas y estrategias de reducción del riesgo de desastres con el propósito de prevenir nuevos riesgos de desastres, reducir los riesgos de desastres existentes y gestionar el riesgo residual, contribuyendo con ello al fortalecimiento de la resiliencia y a la reducción de las pérdidas por desastres”. En otras palabras, es la elaboración, aplicación y sanción de las políticas públicas para reducir las condiciones físicas, naturales, sociales, económicas, culturales, etc. que hacen que el riesgo de desastres se incremente en una comunidad frente a una amenaza de origen natural (lluvias intensas, sismos, ondas de calor o de frío, sequías) o antropogénico (explosiones, derrames de sustancias tóxicas, concentración masiva de personas, pandemias).  

Baja California, y particularmente la zona costa, estará expuesta próximamente a las lluvias de invierno, ya que la región posee un clima tipo mediterráneo porque más del 70% de las lluvias se registran en esta temporada. Si bien es cierto, es poco probable que un huracán pueda impactar en la región, debido al agua fría de la corriente de California que recorre sus costas de norte a sur, en el pasado se han registrado lluvias intensas que han desencadenado encharcamientos, inundaciones, deslaves y otros impactos asociados al agua.

La atención a la población, sus propiedades y los ecosistemas seguirá siendo una prioridad de las autoridades para tratar, en lo posible, regresar a las condiciones previas al desastre, y mejor aún, mejorarlas. Este es el enfoque de la atención del desastre. Pero también deberíamos trabajar en evitar que la población construya en zonas expuestas a inundaciones o deslaves, en actualizar los códigos de construcción y su aplicación, que exista una supervisión de los usos del suelo declarados en la normatividad territorial, que se conozca y respeten los atlas de riesgos municipales (actualmente el de Tijuana está en actualización), aplicación de la normatividad  y se fortalezca la comunicación del riesgo a la población más expuesta a este tipo de amenazas, entre otros aspectos. Lo anterior, si se trabaja en coordinación con las autoridades locales, regionales y nacionales, desarrolladores de vivienda, los expertos en esta materia y la población civil, se podría hablar de una verdadera gestión del riesgo de desastres.

Bajo este enfoque, el de la gestión del riesgo, será posible identificar las causas subyacentes que lo provoca, aquellas que son responsables de que se inunden las calles y avenidas de nuestras ciudades, se desborden los cauces naturales de ríos y arroyos, se derrumben las viviendas ubicadas en laderas empinadas, interrupción de servicios públicos (electricidad, agua), suspensión de clases por la difícil comunicación urbana, etc. para que de esta forma se pueda definir una política correctiva y prospectiva para reducir el riesgo de desastres y hacer de nuestros asentamientos humanos más seguros y resilientes.

Conocer los riesgos a los que nos enfrentamos es el primer paso para reducirlos y adaptarnos en un contexto de incertidumbre a los efectos del cambio climático, por citar sólo un ejemplo.

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