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Opinión

España y el Occidente vulnerable

Por: La Jornada

España enfrenta lo que ha sido catalogado como su mayor desastre natural en un siglo: el fenómeno meteorológico depresión aislada en niveles altos (DANA), conocido coloquialmente como gota fría, ha dejado al menos 158 muertos, decenas de personas desaparecidas, centenares de miles de damnificados y una destrucción material que de momento resulta incuantificable. El grueso de los fallecidos (155) habitaban en la comunidad autónoma de Valencia, pero también hay severas afectaciones en Castilla-La Mancha y Murcia, y se prevén daños iguales o peores conforme el golpe se extiende a Andalucía, Aragón, Extremadura, Ceuta y Cataluña.

Las inundaciones arrastraron vehículos, sedimentos, infraestructuras y toda suerte de objetos a su paso, dejando a comunidades enteras aisladas, a las cuales sólo se puede acceder a pie o por aire. Resultan escalofriantes las imágenes de calles desbordadas con vehículos y escombros que, en muchos casos, impiden a los residentes salir de sus viviendas, mientras llegan reportes de ciudadanos que claman por ser rescatados o recibir alimentos y agua. Hasta ayer, 80 mil personas permanecían privadas de energía eléctrica.

Las lluvias torrenciales que azotan al este de la península ibérica son provocadas, en parte, por el cambio climático y el consecuente aumento en la temperatura de los cuerpos de agua, en este caso, del mar Mediterráneo. Lo que se ve en Valencia recuerda de manera inevitable las devastadoras anegaciones que tuvieron lugar en Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Alemania en 2021, y de nueva cuenta en el país germano en 2023. Hace tres años, al menos 184 personas murieron en Alemania y 56 en Bélgica a causa de unas inundaciones cuya magnitud fue subestimada por los servicios meteorológicos. La vista de ciudades y pueblos enteros bajo el agua generó conmoción a la opinión pública global por una gran diferencia entre esos acontecimientos y los desastres naturales que se han normalizado: las víctimas no vivían en naciones pobres con infraestructuras deficientes, Estados débiles y territorios sabidamente susceptibles a las fuerzas terrestres, sino en los países más prósperos del planeta, dotados de los mejores servicios y desacostumbrados a padecer tragedias de este tipo.

Quizá la misma percepción de invulnerabilidad explique la falta de preparación observada en España, donde las autoridades fallaron en desplegar medidas preventivas y los equipos de emergencia han mostrado una exasperante tardanza en atender a los damnificados y emprender las tareas de rescate. Los sucesos del Levante español confirman que Europa occidental ha dejado de ser una zona relativamente segura frente a los fenómenos meteorológicos extremos, que éstos tienden a presentarse con cada vez mayor frecuencia, y que los gobiernos de la región deben desarrollar y aplicar planes integrales tanto para revertir el cambio climático como para atemperar sus estropicios.

Madrid, Bruselas, Berlín, Ámsterdam, Luxemburgo, así como Washington, Canberra, Tokio, Seúl, París, Roma y el resto de los gobiernos que concentran la riqueza mundial han de asumir su responsabilidad especial en esa misión, pues, de acuerdo con la ONU, consumen seis veces más recursos y generan 10 veces más impactos climáticos que los Estados de bajos ingresos.

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