Elección 2024: fin de la hegemonía de EU
En mi artículo de agosto de 2023 “#NoesBiden”, publicado en Este País, a diferencia de la mayoría de los analistas, pronostiqué que Joe Biden no sería el candidato del Partido Demócrata a la presidencia estadunidense, un año antes de su declinación. El 2 de julio en entrevista en MVS Radio con Juan Manuel Jiménez, advertí que hay más armas de fuego que ciudadanos dentro de los férvidos hogares estadunidenses, que podrían ser usadas con fines ideológicos en este proceso electoral.
Once días después vino el primero de dos atentados contra Donald Trump en el estado de Pensilvania. Y el 3 de agosto a las 12:54 am publiqué en mi página de Facebook que Tim Walz sería el compañero de fórmula de Kamala, tres días antes de que fuese anunciado.
Ninguno de estos pronósticos resulta más arriesgado que vaticinar que el 5 de noviembre de 2024 pasará a la historia como el principio del fin de una era. Posiblemente nunca desde mediados del siglo XIX la sociedad ha estado no sólo tan polarizada sino incendiada.
La mitad de la población considera que Trump es un peligro para la democracia, para la Constitución y para las comunidades que no son de origen europeo. La otra mitad considera que Harris es una ficha de un establishment que pone en riesgo la integridad misma de los estadunidenses. Este segmento está persuadido de que la pandemia no fue originada por causas naturales; considera que el Estado utilizó todos sus recursos para coartar libertades fundamentales y que EU se involucra en guerras internacionales con intereses distintos a la defensa de principios o a la ayuda humanitaria.
Dado lo cerrado de los resultados electorales venideros, se puede asumir que la elección del próximo presidente de EU será determinada por su Poder Judicial. Paradójicamente, en el país supuestamente emblemático de la democracia, el voto de cada ciudadano cuenta distinto, dependiendo del estado de donde provenga. EU no tiene un sistema de votación directa, sino indirecta, a través de un colegio electoral. Históricamente ha habido tesis académicas que afirman que EU tiene un sistema electoral injusto.
Es previsible que habrá una batalla legal. Tanto demócratas como republicanos han afirmado que se está gestando un fraude. Funcionarios demócratas aseguran que hay intervención extranjera en este proceso electoral; partidarios republicanos dicen que se usa a migrantes ilegales y el voto en el extranjero para hacer trampa.
Esta no sería la única ocasión en que el resultado electoral se va a tribunales. Un ejemplo lo vivimos en 2000. El demócrata Al Gore ganó el voto popular por más de medio millón de sufragios, pero perdió, por un sólo voto en el colegio electoral. Los demócratas impugnaron la elección, lo cual inició un recuento de votos en Florida, gobernado por Jeb Bush, hermano del candidato republicano. Sin embargo, por el voto de un ministro de la Corte Suprema se frenaron los recursos de revisión.
En la historia y en la academia ha quedado la duda con respecto de la legitimidad de dicha elección. Finalmente, en un acto de etiqueta política, Gore afirmó estar en desacuerdo con las decisiones judiciales, las cuales estuvieron politizadas, pero “en aras de la unidad como pueblo, y fortaleza de nuestra democracia” concedió el triunfo a su adversario.
Un cuarto de siglo después dicha etiqueta política ya no existe. Hoy no es previsible ni que Harris ni que Trump, que mutuamente se han llamado un peligro inminente para su nación, en ningún momento detuviesen el pleito. Esta disputa jurídica se vería acompañada por movimientos de desobediencia cívica. Al ver que su candidato pierda, un porcentaje significativo de seguidores, estarían persuadidos de que hubo fraude electoral y que la integridad personal y libertades de los ciudadanos estarían en riesgo.
En la última década, en EU ha habido disturbios por parte de ambos extremos del espectro ideológico. El asesinato del afroestadunidense George Floyd por un policía blanco desató un movimiento civil, donde se calcula que 20 millones de personas participaron, y paralelamente estalló un movimiento armado, en donde 19 personas perdieron la vida. Hubo toques de queda en 200 ciudades y un operativo militar sin precedente.
De igual forma el 6 de enero 2021, se presenció la toma violenta del Capitolio, con saldo de cinco muertos. Estas explosiones sociales no han sido analizadas desde una perspectiva histórica, como una antesala de lo que podría ocurrir si se confrontan estas dos Américas, donde hay mayor número de armas de fuego que ciudadanos dentro de sus hogares. Esta conflictiva interna es bien conocida por los adversarios de EU y sería ingenuo pensar que no la utilizarán para debilitar al país norteamericano aún más de lo que ya está, poniendo así fin a una era.
*Escritor