El último lector | Antes de ser palabra, fue música
Escribe Mónica Lavín, al respecto del bello libro de Selma Ancira, “El tiempo de la mariposa” (Gris tormenta, 2024), que la pasión de vivir unida al oficio de “traducir es hacer visible lo que de otro modo permanecería en la penumbra”, lo cual nos hace reflexionar que aquello que no se ve o vemos demasiado, no tiene la posibilidad de una interpretación.
Por mi padre conocí Mikes Theodorakis, siendo un niño, en los años 60, y Theodorakis me llevó a Nikos Katzantzakis, autor de “Zorba el griego (Vida y andanzas de Alexis Zorba)”, “La última tentación de Cristo” y “Cristo de nuevo crucificado”, quien ha significado mucho en mi existencia. Leer su autobiografía, “Carta al Greco”, me brindó la felicidad terrena ofreciéndome la medida del hombre ante sus imaginarios, porque como él mismo dice: “La felicidad es un ave doméstica que se encuentra en el patio de nuestra propia casa”.
¿Cómo no recordar en este instante el cierre de la película de “Zorba el griego”, dirigida por Michael Cacoyannis, cuando el maravilloso Zorba es convidado, después de la “gran” catástrofe —escenario de una inusual embriaguez cósmica y mundana—, a ofrecer la lección de baile a quien buscaba la vida —el escritor Basil— perdiéndose intelectualmente en la biografía de Buda?
Nunca imaginé que ese baile y esa música, compuesta por Theodorakis, me llevarían a conocer a uno de los más grandes escritores griegos de todos los tiempos… Y que ahora —pasados los años y generando el relato de su relación pasional con Katzantzakis— Selma Ancira rinde tributo inigualable al narrar los pormenores de una indagación profunda en el terreno del espíritu y, de igual modo, en la Grecia que aún conserva los tesoros del lenguaje de una de las obras más emblemática de todos los tiempos.
Como la pequeña Selma, vi yo también a mi padre bailar sonriente, muy alegre, junto a la consola, a la orilla de la amplia sala de la casa, y escuché la majestuosidad melodiosa de “Zorba el griego”, pieza memorable, de piel en cuerpo, de cuerpo en piel, de movimiento en movimiento, banda musical de la película estrenada en 1964, donde el bouzou, también conocida como “guitarra del Sol”, va cadenciosamente aumentando de emisión a emoción, para que Zorba (Anthony Quinn) y Basil (Alan Bates) registren en la memoria colectiva de la humanidad la danza o “sitaki”, que ofrecerá presencia universal a esta nueva Grecia de los años posteriores a la posguerra y que no dejaremos de bailar hasta el fin de los tiempos.
Cuenta Selma Ancira que Katzantzakis llegó a su vida cuando contaba con poco más de ocho años: “Antes de ser palabra, fue música”, una música divina y, como ella dice, “sugerente”, que la invitaba a bailar: “En casa aprendimos el baile. Supe que en la película el papel de Zorba lo interpretaba Anthony Quinn, a quien mi padre, también actor, admiraba. Y que el escritorzuelo, el chupatintas, era Alan Bates”, otro gran histrión que entusiasmaba a Carlos Ancira, progenitor de la traductora de Lev Tolstói, Marina Tsvietáieva y Yannis Ritsos.
“El tiempo de la mariposa” es un viaje largo, en un libro corto, que parte del cruce superlativo del arte en México —esas creaciones que nos marcaron desde el hogar— hacia las academias de Rusia, con estancias en diversos planos de la traducción, y que nos lleva a la Grecia moderna —donde Katzantzakis aún es un fresco torrente de vida—, repasando la entereza de una joven, la misma Selma Ancira, que recrea sus pasiones para hacerse de la vitalidad de un ramillete de lenguas, que ahora traslucen en memoria en estas páginas inigualables.
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