Análisis a Fondo | Entre lágrimas de tristeza y de alegría…
Primera jornada de lágrimas de tristeza por las despedidas; de lágrimas de alegría por las bienvenidas. Por el final del gobierno de Andrés Manuel, llanto y tristeza. No pasaron los sembradores de odio, ni los emisarios del pasado. Lágrimas y tristeza de millones de mexicanos, como el llanto y la tristeza de los desheredados. Porque el fenómeno tabasqueño gobernó para los pobres por el bien de todos; y los ricos también ganaron, o que digan que no. Y ganaron también y mucho los filósofos, los intelectuales, de la destrucción. Lágrimas de alegría de los pobres por la llegada de Claudia Sheinbaum Pardo, que promete continuar edificando el segundo piso de la Cuarta Transformación, siempre en beneficio de los mexicanos pobres. O primero los pobres por el bien de todos. Y en apoyo de quienes desde el poder económico trabajan y producen para que México sea un país de privilegios para todos los ciudadanos, ricos y pobres. Patronos y trabajadores.
Millones de mexicanos lloraron de tristeza y de alegría. Ya no son sólo testigos de la historia de los herederos del poder y del dinero. Ya no. Ahora son sujetos, autores, actores de esta obra de teatro que es la vida de un México menos injusto, amos de la vida. Dueños de la alegría de vivir. Los amos del gobierno de AMLO y de Claudia, que mandan obedeciendo. Que gobiernan para que México sea una gran casa para todos y para todas, para hombres y mujeres, para niñas y niños, para los jóvenes y para las ancianas y los ancianos, casa hogar en la que todos sean sujetos y no objetos. Los dictadores de aquella dictadura perfecta del pripanismo quedaron, hoy por hoy, mientras reine la Cuarta Transformación, que se espera sea ab aeternum, en el basurero de la historia.
Y llegó la primera noche en Palacio Nacional, la casa que debe ser de todos, muy cerca de las habitaciones de Benito Juárez García, el Indio de Guelatao que inspiró a los mexicanos y los gobernantes para crear una patria y una matria para todos y todas, o todas y todos. Un gobernante que les enseñó a los mexicanos, entre otras enseñanzas, que entre los pueblos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz, axioma que tienen que aprender los egoístas para poder convivir entre todos los mexicanos. Después de la gran fiesta en la Plaza de la Constitución, en donde Claudia Sheinbaum Pardo fue santificada por los sacerdotes de los pueblos y comunidades indígenas y afros, que le entregaron su confianza como se la entregaron hace seis años a Andrés Manuel López Obrador. Y la fachiza sólo se quedó mirando con odio a los mexicanos y sus servidores y no les quedó más que renegar, maldecir, llorar de coraje, de rencor, al escuchar y al ver el encuentro entre la nueva gobernante, sierva de la nación, y los mexicanos más pobres de esta gran historia que comenzó allá en Aztlán con un águila del bien, devorando a una diabólica serpiente de la insidia, de la injusticia.
Al alba, la presidenta habría de viajar al balneario de Acapulco, en el estado de Guerrero, de nuevo vapuleado por la naturaleza, por un nuevo huracán que dejó a su paso destrucción y muerte, y la presidenta iba a conocer de los estragos que dejó el fenómeno meteorológico, ya paliados por el gobierno de López Obrador, con el fin de ayudar a los guerrerenses dañados por los torrenciales aguaceros. La primera experiencia de encuentro entre la gobernante y un pueblo que siempre es maltratado por la naturaleza. Así fue el primer acercamiento entre un pueblo adolorido y la sucesora del presidente AMLO.