La ciudad de Tijuana, una “distopía de la globalizacion económica”
Tijuana, 27 de agosto.- La maleta naranja quedó sobre el arroyo vehicular. La lanzaron desde una camioneta en movimiento. Bien cerrada, no se abrió. A un vecino que presenció la escena le pareció sospechoso. Cuando llegó la policía a las inmediaciones del libramiento Rosas Magallón –por donde circulan decenas de camiones hacia el cruce fronterizo con su carga de frutos rojos y hortalizas que serán degustados en Texas o Nueva York– confirmó que el cuerpo de una mujer estaba adentro.
No fue «la noticia» del 13 de agosto pasado. El secretario general de Gobierno de Tijuana, Miguel Ángel Bujanda –segundo al mando en el municipio más poblado del país–, tuvo que presentarse a declarar ante la Fiscalía General del Estado (FGE), porque tres días atrás, en la colonia Niño Artillero, abandonaron un coche con un cadáver dentro y una cartulina. Un cártel le dejó un mensaje de amenaza.
A toda prisa, Bujanda renunció al cargo para irse de la ciudad con su esposa y tres hijas. La alcaldesa Montserrat Caballero vivirá hasta el último día de su mandato –30 de septiembre– en el cuartel militar. Pero eso no impide que inicien los preparativos para el Tianguis Turístico 2025, que antes era del ahora venido a menos, Acapulco.
Tampoco el alboroto publicitario por el concierto que ofrecerá Luis Miguel los primeros días de septiembre en el estadio del equipo de futbol Xolos. Menos llama la atención de los miles que esperan hasta tres horas en «la línea» para cruzar la frontera con San Diego a 24 kilometros, la más concurrida del mundo.
Tijuana es un buen lugar para probar platillos de los mejores chefs del país y las mejores vinícolas, y un departamento de 90 metros cuadrados cuesta en promedio 7 millones de pesos.
Capitalismo gore
A esta mezcla de ciudad cosmopolita, donde no es extraño encontrar bolsas negras con restos humanos, o toparse con la escena de un indigente empujando a toda velocidad por la calle un carrito de supermercado con un cadáver adentro, donde conviven lo legal e ilegal en un borde poroso, Sayak Valencia, investigadora del Colegio de la Frontera Norte (Colef), bautizó como “capitalismo gore”, una distopía de la globalización económica.
En su libro con ese título, Valencia explica que tomó el termino gore del género cinematográfico que hace referencia a la violencia extrema.
“Con capitalismo gore nos referimos al derramamiento de sangre explícito e injustificado, como el precio que paga el tercer mundo que se aferra a seguir las lógicas del capitalismo, cada vez más exigentes. Al altísimo porcentaje de desmembramientos… mezclados con el crimen organizado, el género y los usos predatorios de los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explicita como herramienta de necroempoderamiento”.
Violencia de larga data
La violencia en Tijuana es de larga data, tanto que los especialistas la han dividido en periodos, y la sociedad –que ha vivido crisis como la de 2008 a 2010 y la del 2016, se vuelve cada día más impermeable a ejecutados, desmembrados y cabezas que cuelgan de puentes. Todo atravesado por una violencia simbólica que se legitima en el lenguaje cotidiano o la música.
Uno de los indicadores más importantes para medir el fenómeno es la tasa de homicidios. Samantha Bennetts González se propuso, desde sus estudios de maestría en el Colef, investigar cuáles son las características de la violencia homicida en Tijuana en los últimos 30 años.
Años de terror: 2008-2010
Por la guerra entre el cártel de Tijuana (de los Arellano Félix) y el de Sinaloa, y después con la Federación –como se conoció la asociación entre Ismael El Mayo Zambada, Joaquín El Chapo Guzmán, Arturo Beltrán Leyva, entre otros–, la población tuvo que lidiar con balaceras y ser testigo de asesinatos en las calles durante el periodo 2008-2010.
Si se le pregunta a un tijuanense, responde que esos son los años del horror. La gente se encerró en sus casas, no sólo porque se disparó la tasa de homicidios (el promedio nacional era de 20 por cada 100 mil habitantes, en Tijuana alcanzó 80 muertos por cada 100 mil en 2010) sino porque los enfrentamientos en las calles aumentaron la percepción de inseguridad.
Bennetts encontró que no sólo las cifras de muertos entre las distintas dependencias no coinciden. Por ejemplo, para la primera ola de violencia (2008-2010) la fiscalía estatal registró 2 mil 102 hombres, mientras en el mismo periodo el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) contabilizó 2 mil 870 crímenes de varones. Con los datos de mujeres pasó lo mismo. En 2009, el Inegi contabilizó 109 homicidios, por 78 de la fiscalía.
A partir de 2015 la tendencia de homicidios de mujeres es al alza. En Baja California hay una historia de «ineficiencia» en la investigación de estos casos, en muchos ni siquiera se documenta el tipo de arma con que se habría perpetrado el delito.
Welcome to Tijuana: la violencia homicida de 1990 a 2020, un análisis comparativo entre hombres y mujeres, se titula la investigación de Samantha Bennetts, la cual revela que en los años 90 del siglo pasado 23. 8 por ciento de los hombres asesinados en Tijuana tenían entre 20 y 24 años.
Fue el grupo de edad en el que se concentró la mayor parte de homicidios del sexo masculino. Sin embargo, un 13.5 por ciento de ellos tenían entre 15 y 19 años.
En los primeros 20 años de este siglo, la edad de los sujetos que murieron en hechos violentos fue en aumento. Durante 2000, 61 por ciento de asesinatos en hombres fue de los del rango de 20 a 24 años.
Para 2010, los homicidios se concentraron en los grupos de entre 25 y 39 años, con un 51 por ciento. En 2020, 47 por ciento de los hombres ultimados estaban entre 25 y 39 años.
Según el mismo estudio, la mayor parte de varones ejecutados en los últimos años tenían en términos generales una educación básica; 27.4 por ciento terminaron la secundaria y 26.9, apenas la primaria. Sólo 12.3 por ciento de ellos habían ido a la preparatoria y un 4.4 por ciento llegó a nivel profesional. De un 26.2 por ciento se desconoce su nivel educativo.
Osamentas de 10 mil personas, en la fosa común
Hay que recordar que en la fosa común de Tijuana están los restos de unas 10 mil personas, en la mayoría de los casos no se sabe ni el nombre. De ellos, 67.9 por ciento fueron privados de la vida con arma de fuego y en 35 por ciento de los casos, los homicidios se perpetraron en la vía pública.
La violencia, en específico los homicidios, están concentrados en ciertas zonas de la urbe como el centro y la llamada zona norte (roja), aunque la Sánchez Taboada y la zona de La Mesa tienen una alta densidad, en promedio 62 homicidios con arma de fuego por kilómetro cuadrado en el periodo de 2008 a 2020.
Este fenómeno es materia de muchos estudios. Un investigador que prefirió omitir su nombre, dijo estar «cansado» del tema, porque “sabemos casi todo: los grupos en conflicto, las zonas de la ciudad donde se ubica parte del problema, de qué se alimenta este ‘monstruo’ y no vemos una intervención gubernamental eficiente”.
Sayak Valencia considera que «hace falta no sólo voluntad política, sino voluntad social y cultural para cambiar las narrativas que hacen que el ejercicio de la violencia sobre ciertos cuerpos sea cada vez más normalizada… en una sociedad que convierte a algunos en desechables».
Otros especialistas en la materia refieren la década de los años 80 del siglo pasado como una etapa donde se radicalizó la pobreza y se afianzó la alianza narcopolítica, creándose en México «un Frankenstein que se escapó por la puerta», sin que la sociedad quisiera darse cuenta.
–¿Tiene arreglo Tijuana?
–Tendría que cambiar el contexto, vivimos en un lugar donde el derramamiento de sangre se ha vuelto fuente de producción de riqueza para políticos corruptos, policías y grupos delincuenciales, y hay toda una economía que se alimenta alrededor… tampoco hay que olvidar que en una sociedad donde lo que importa es el dinero, matar es también para algunos sólo un trabajo.