¿Filibusteros? O la Revolución Mexicana en Mexicali
El edificio de ladrillo rojo que ocupa la esquina de la calle 40 y Towne en Los Ángeles ha visto tiempos mejores. Las grandes letras con que se anuncia Nelson Flats hace mucho que perdieron sus colores originales y el nueve del número 519 ½ se ladeó y parece seis. El hombre que sale del inmueble lleva un gastado maletín que al parecer pesa pues se lo cambia de mano antes de echar a andar por Towne. En la calle hay más gente y no se fija en que el joven de overol que valora las naranjas que venden en un carrito lo mira con discreción. Las ventanas de los altos en que a falta de cortinas han pegado hojas de periódico son del local donde se reúne la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano y se hace el semanario Regeneración. Desde ahí dos hombres de cabellera alborotada y enhiestos bigotes lo ven alejarse. Tampoco ellos se percatan de que el comprador de naranjas ha empezado a caminar en la misma dirección que el hombre del maletín.
Al día siguiente al cruzar con su pesado equipaje la calle que hace frontera entre Calexico y Mexicali, Mariano Barrera es detenido por dos policías. Cuando el subprefecto Gustavo Terrazas que lo interroga abre el maletín encuentra cientos de ejemplares del periódico contestatario Regeneración y una carta de la subversiva Junta Organizadora del Partido Liberal firmada por Ricardo Flores Magón. De inmediato Terrazas telegrafía informando del hallazgo a Ensenada que es cabecera distrital y pone al detenido en manos del coronel Celso Vega, Jefe Político y Militar del Distrito Norte de la Baja California. Ese mismo día, 23 de enero de 1911, Mariano Barrera es fusilado. “En caliente”, hubiera dicho Porfirio Díaz.
Ignorantes del hecho, cuya nota aparecerá al día siguiente en el Calexico Chronicle, un grupo de magonistas mexicanos, identificados así por ser Ricardo Flores Magón el líder indiscutible de la Junta Organizadora del Partido Liberal al que pertenecen, conversan mientras toman té de hojas en una pequeña vivienda de Holtville, caserío situado a 15 kilómetros de la frontera en el lado estadounidense. La casa es del indio cucapá Camilo Jiménez, experto cazador, destacado magonista y de reconocido liderazgo en su comunidad. Están con él Fernando Palomares, indio mayo, y Pedro Ramírez Caule, de origen tarahumara, quienes se conocieron en 1906 en la huelga de la minera Cananea. Los tres trabajan en el rancho Edwards, propiedad de un anarquista y viejo militante de la asociación Industrial Workers of the World (IWW). Están también Adrián López, exsargento del ejército federal mexicano, José Espinoza, Adrián Pacheco, Pedro Morán y Rodolfo Gallego. Dado que en unos días se unirán más compañeros, entre ellos los delegados especiales de la Junta Organizadora, y la casa de Jiménez es pequeña deciden que la próxima reunión sea en la sala de juntas que la IWW tiene en Holtville.
Los recibe en el local John Bond, secretario de la sección Imperial Valley de la IWW y esta vez también asisten a la junta los delegados que habrán de coordinar las acciones. Simón Berthold se presenta: hijo de alemán y mexicana, nació en Nacozari, Sonora, creció en los falansterios de Topolobampo donde los seguidores de las doctrinas de Roberto Owen vivían conforme a normas comunalistas, de profesión ferrocarrilero trabajó en la Ferry and Skiel, empresa del mega latifundista general Harrison Gray Otis, contra la que dirigió una huelga. José María Leyva nacido en El Fuerte, Sonora, y que conoce a Ramírez y Palomares pues como ellos militó en la huelga de Cananea, viene de Chihuahua donde hace apenas unas semanas tuvo lugar el fracasado alzamiento magonista donde murió el joven Práxedis Guerrero, y de ahí la Junta lo ha enviado a una nueva acción insurreccional en Baja California donde confía en que las cosas saldrán mejor.
Leyva explica de qué se trata. Poco poblada y con escasa fuerza militar federal Baja California es ideal para que la Junta establezca una cabeza de playa fronteriza desde la cual coordinar y pertrechar los grupos que en todo el país se están alzando contra la dictadura de Porfirio Díaz y por Pan, Tierra y Libertad. Para esto es necesario tomar Mexicali y luego todo el norte de la península.
Hay pocas preguntas pues la mayoría ya conocía el plan. Una mujer que entre varones precariamente ataviados destaca por su género y por ir bien vestida, pide la palabra para informar que el gringo John ya compró cerca de cien rifles Springfield de los que el ejército estadounidense desechó y remató en 1902. Que están viejos, pero ella disparó algunos y sirven. Las armas y el parque ya se encuentran en México escondidas cerca de Laguna Salada donde el ranchero Edwards las llevó camufladas como equipo agrícola. La que habla es Margarita Ortega, sonorense avecindada en Tecate y luego en Mexicali, que por ser ‑y parecer‑ persona de recursos y por tanto insospechable, sirve bien como correo. Posteriormente Margarita, por entonces de 40 años y que monta a caballo y es experta en armas de fuego, será combatiente en los combates y enfermera en los recesos. La fusilan los huertistas en 1913.
En el arranque de la segunda década del siglo XX el Distrito Norte de Baja California tenía solo 9 127 habitantes de los cuales 1 027 vivían en Ensenada, cabecera distrital; Mexicali contaba con cerca de 300, Tijuana con alrededor de 100 y Algodones y Tecate con unas decenas. Los caminos eran malos y el alambre telegráfico que comunicaba Ensenada con Mexicali era de la Western Unión y los conectaba a través de San Diego.
Y efectivamente su defensa era mínima: 130 soldados y 40 gendarmes. Poco importaba pues el Distrito Norte era propiedad de la Mexican Colorado River Land Company S.A. que tenía protección estadounidense.
La enajenación del territorio empezó en 1883 cuando Telesforo García obtuvo de Porfirio Díaz la concesión para deslindar desde el paralelo 29 hasta la frontera, por lo que los empresarios a quienes traspasó la concesión terminaron dueños de más de seis millones de hectáreas, el 41% de la península. Los propietarios fueron cambiando, pero para fines del siglo XIX toda la zona fértil del Distrito Norte, es decir el Valle de Mexicali desde el desierto hasta la frontera, era del general Harrison Gray Otis, quién decía y con razón que la Colorado River era la finca algodonera más grande del mundo.
Mexicali había nacido con el siglo adosado a la represa en el Canal del Álamo que regaba los dos valles: el Imperial, estadounidense, y el de Mexicali, presuntamente mexicano. Su vecino era Calexico del que solo lo separaba una calle que servía de frontera.
Dice la visión cucapá que algún día “el espíritu del Río Colorado buscará su antiguo hogar en lo que ahora es el valle, por lo que nosotros los cucapás hemos construido nuestras casas al pie de la montaña dejando que los hombres blancos se disputen las tierras bajas que cuando llegue la hora el río recuperará”. Y efectivamente en 1904 y 1906 las crecientes que desviaron el río de su curso anegaron tanto Mexicali como Calexico y los pueblos tuvieron que ser reconstruidos.
A principios de la segunda década del siglo XX Mexicali era un pequeño poblado con casas de adobe o madera recién edificadas donde vivían algunos cientos de mexicanos, muchos más hombres que mujeres, llegados a la frontera en busca de trabajo en las obras de riego o en los campos agrícolas. Había también unos cuantos estadounidenses, una familia de franceses ‑los Grivel‑ y un italiano. Un español, Benigno Barreiro, era dueño de La Reforma Grocerie, la única tienda cantina del pueblo; aunque igual se podía beber en el modesto local de don Nabor fincado a la orilla de la barranca cerca de la fonda de don Diego conocido como “El prieto”. Había una carnicería en que despachaba el joven Daniel hijo del dueño, un poco acogedor hotel y hasta una módica plaza de toros que durante la ocupación magonista sirvió a los rebeldes para sesionar.
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La noche del 26 de enero nieva copiosamente cuando encabezados por Leyva y Berthold seis hombres ‑uno de ellos el wobblie John Bond, único estadounidense del grupo cruzan la línea fronteriza a pocos kilómetros de Mexicali y marchan hacia Laguna Salada donde los esperan con las armas y titiritando otros 12 insurrectos capitaneados por Jiménez. El cucapá destaca por ser el único del grupo que monta a caballo. En medio de la nieve que silencia sus pasos la madrugada del 27 llegan a las orillas de Mexicali donde se dividen en tres grupos: el del mayo Palomares enfila rumbo a la cárcel, el del tarahumara Rodríguez se dirige a la casa del subprefecto Terrazas, el del cucapá Jiménez marcha sobre la aduana. Los hombres de Jiménez rompen una ventana abren la puerta y sorprenden dormidos a los aduaneros que se les rinden sin ofrecer resistencia.
En cambio, Terrazas, que ha oído llegar a los de Rodríguez, trata de escapar. Inútil‑ mente pues lo aprenden. Como el subprefecto es responsable de la muerte de Benigno y de otros magonistas el tarahumara quiere ejecutarlo ahí mismo. Lo impide Berthold: “Nosotros no asesinamos, ellos sí”. En vez de matarlo lo atan y con el prisionero a rastras se dirigen al cuartel de policía donde con voz temblorosa Terrazas los llama a rendirse. La guardia se somete sin chistar. Al día siguiente su familia entregará 800 dólares a los magonistas a cambio de la libertad del subprefecto.
Llegados a la prisión Palomares y su grupo conminan al carcelero José Villanueva a que entregue las llaves. En vez de hacerlo este corta cartucho y Palomares lo mata de un tiro. De inmediato liberan a los presos entre ellos dos magonistas. Atraído por el disparo el jefe de la policía se aproxima al lugar. Los rebeldes lo detienen quitándole el Winchester y el caballo que pasan a manos de Palomares quien lo obliga a gritar: ¡Viva el Partido Liberal! ¡Viva Ricardo Flores Magón! El cuartel militar no necesitan tomarlo pues no hay nadie. Los oficiales se emborracharon y duermen la mona en Calexico. El carcelero José Villanueva es el único que muere en la toma de Mexicali.
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Amanece y mientras la nieve de la noche anterior se va derritiendo en el lodo de las calles los insurrectos se adueñan del pueblo. Los mexicalenses madrugadores se sorprenden al ver la bandera roja con el lema “Tierra y Libertad” flameando en la asta bandera. Más tarde, congregados por los magonistas, los pobladores se reúnen para escuchar a Berthold quien, sin abandonar su Stetson, su gabán, su cigarro apagado y su inseparable morral improvisa un breve discurso subido en un cajón:
“Quiero que todo México y el mundo entero sepan que hemos tomado la plaza de Mexicali a nombre del Partido Liberal Mexicano, bajo el programa y el manifiesto del mismo, del primero de julio de 1906… Ah, y de paso también queremos informar a las autoridades norteamericanas que no somos bandidos”.
Invitados los asistentes a incorporarse a las filas liberales, el grupo alzado se engrosa con 17 nuevos adherentes. Los primeros decretos magonistas son la prohibición de los saqueos y del del pillaje. “Los liberales no roban”, dice el sentencioso Berthold.
También cierran las cantinas, lo que enoja a quienes viven del negocio como Barrientos. Semanas después es descubierto y fusilado el cantinero Felipe Ríos quién sigilosamente organizaba la recuperación de Mexicali por fuerzas federales. Ríos y un cómplice son de los pocos que los rebeldes pasan por las armas. Convencidos de que la lectura es liberadora, los magonistas piden libros a la Junta Organizadora y forman la primera biblioteca de Mexicali ubicada en la escuela pública donde también se dan conferencias. “Nuestra sociedad está enferma y la cultura cura”, sentencia Berthold.
Los insurrectos hubieran querido hacer justicia agraria. Ricardo Flores Magón sostenía que las buenas tierras del valle de Mexicali arrebatadas de antiguo a los cucapás y que estaban ocupadas por arrendatarios y aparceros de la Colorado River debían regresar a sus dueños para que ahí cultivaran alimentos. Y como en la región no había gente suficiente habría que convocar a quienes quisieran colonizarla trabajando las tierras con sus propias manos. Utopía libertaria anterior a la de Emiliano Zapata que primero la guerra y luego la derrota no permitieron materializar.
Pronto se corre la voz de que Mexicali es territorio liberado y el caserío deviene Meca de indios cucapás, kiliwas y pai pai en rebeldía, pero también de socialistas, anarquistas, wobblies y utopistas del más diverso pelaje. John Kenneth Turner, autor del reportaje titulado México bárbaro colabora desde el principio comprando armas, llevando mensajes, pasando alimentos y escribiendo en los periódicos a favor de los magonistas. Joe Hill, el legendario trovador de las causas populares visita a los alzados y les dedica una sus canciones que en la primera cuarteta dice: “Si tengo que ser un soldado/ bajo la bandera roja pelearé;/ si un arma debo cargar/ será para derrocar al tirano”. Jack London ya para entonces autor de narraciones memorables como El llamado de la selva y Colmillo blanco pasa por ahí y se solidariza con una carta emocionada:
“Queridos bravos camaradas de la revo‑ lución mexicana, nosotros socialistas, anar‑ quistas, vagos, ladrones de gallinas, hombres fuera de la ley e indeseables ciudadanos de todos los Estados Unidos los apoyamos con alma y corazón en su esfuerzo por derrocar la esclavitud y la autocracia en México. Podrán notar que no somos respetables. Tampoco ustedes lo son. Ningún revolucionario puede ser respetable en estos días en que reina la propiedad. Todo lo que se dice de ustedes se ha dicho de nosotros pues cuando la corrupción y el soborno comienzan a calificar los honestos, los bravos, los patriotas, los mártires son llamados cobardes y forajidos. Sea, pero ojalá hubiera más cobardes y forajidos como los que tomaron Mexicali. Por mi parte yo me suscribo como ladrón de gallinas y revolucionario”
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En el puerto de Ensenada el coronel Celso Vega jefe político y militar del distrito, ente‑ rado por telégrafo de lo ocurrido lo reporta por el mismo medio al gobierno federal vía ministerio de guerra: “Avísenme que hoy en la madrugada fue asaltado Mexicali por revoltosos en número de cincuenta salgo violentamente para aquella frontera con cien hombres”. Al día siguiente la columna emprende la marcha. Las lluvias son torrenciales y les lleva tres días chapotear hasta el Cañón del Burro y otros dos arribar a El Carrizo donde esperan que la tormenta amaine para encaminarse a Tecate y de ahí a Las Juntas donde establecen su base de operaciones. Entre tanto los magonistas, cuya fuerza se ha incrementado con nuevos reclutamientos, deciden marchar rumbo al puerto de Ensenada para tomar la cabecera distrital dejando una pequeña guardia en Mexicali. Encabezados por Leyva y reforzados por los indios cucapá que siguen a Jiménez y por la llamada Legión Extranjera integrada por guerrilleros wobblies de diversas nacionalidades que ha reclutado el mestizo de indios canadienses William Stanley, los magonistas empiezan por ocupar el estratégico Paso Picacho que es vía de acceso a Mexicali.
El grueso de la tropa acampa en el rancho de Louis Little. El 8 de febrero en Tres Pozos una avanzada federal se tirotea con guerrilleros rebeldes que dejan dos muertos en el breve combate. Apercibido de que Vega ha salido de Ensenada y se acerca a la frontera, Leyva decide que es mejor regresar a Mexicali y organizar ahí la defensa. El 15 de febrero a las dos de la tarde atacan Mexicali los cien soldados federales de la Compañía Fija del coronel Vega y unos quince gendarmes y auxiliares montados que también ha movilizado. En este caso las aguas del Colorado que lo habían inundado en 1906 favorecen a Mexicali y sus defensores pues la barranca que se formó entonces no deja más acceso al pueblo que dos puentes que los rebeldes vuelan. Además, construyen trincheras y colocan sombreros sobre bastones para confundir a los soldados. Entre tanto del otro lado de la frontera una fuerza montada estadounidense al mando del general Tasker Howard Bliss se ha instalado en un punto alto para observar desde ahí los combates como quién ve un partido de tenis. Los enviados del general piden a Vega y a Leyva que cuando disparen eviten que las balas pasen al lado estadounidense. “Mátense entre ustedes si quieren ‑habría dicho el gringo‑ pero cuidado con tocarnos a nosotros”.
La batalla dura cuatro horas y termina con los federales en desbandada. Escasos de par‑ que y con pobre armamento los defensores resultan sin embargo mejores estrategas que Vega. Pero también abona la victoria el acoso del grupo montado de cucapás encabezado por Jiménez que ataca por la retaguardia a los federales dificultando su movimiento envolvente. Y ahí, en la retaguardia, están el general y sus oficiales. Camilo Jiménez quién desde los primeros tiros ha venido cazando a Vega, en cuanto lo ubica entre sus oficiales se les aproxima lo más que puede y cuando lo tiene cerca en un acto temerario se lanza a todo galope sobre él disparando repetidamente su pistola. El cucapá muere acribillado, pero antes le mete tres tiros a Vega quien herido se refugia con su grupo de oficiales del otro lado de la frontera provocando que sin mando el resto de su tropa se repliegue desordenadamente.
Al morir Camilo tiene 37 años. Cuando los federales recogen el cadáver encuentran en su morral la carta de 1910 con que Ricardo Flores Magón saludaba su incorporación a la causa y celebraba su deseo de formar una guerrilla cucapá. Los federales tienen cinco muertos y dos heridos, uno de ellos Vega. Los magonistas lamentan cinco heridos y dos muertos: Cami‑ lo Jiménez y Fernando Palomares que fallece por un ataque cardiaco. Pero los segundos conservan la plaza y con el armamento abandonado por los gobiernistas en desbandada logran armar a más de 100 hombres. Además de que sus filas se fortalecen pues a resultas de triunfo llegan a Mexicali 37 nuevos reclutas la mayoría estadounidenses y muchos de ellos llevados clandestinamente al lado mexicano por quienes se dedican a cruzar chinos ilegales que sus compatriotas adinerados y rancheros emplean en labores agrícolas. Y la zona liberada se extiende. Dueños de Mexicali, en marzo los magonistas toman Tecate, que controlarán intermitentemente, más tarde El Álamo y Algodones, y en mayo Tijuana. El 8 de marzo llegan por mar a Ensenada los 450 hombres del 8° Batallón de ametralladoras a las órdenes del coronel Miguel Mayol. Su encargo no es enfrentar a los rebeldes sino proteger las instalaciones de la Colorado River, como se lo ha exigido a Porfirio Díaz el presidente Howard Taft. Una vez más los federales serán diezmados.
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La magonista es una pequeña revolución impulsada por algunos cientos de hombres mal armados en un territorio poco poblado. Pero el gobierno estadounidense se la toma muy a pecho. Tres semanas después de la ocupación de Mexicali por los rebeldes la empresa estadounidense que desde Calexico lo abastece de agua potable y energía eléctrica deja de proporcionar los servicios. Desde el 4 de febrero en que el capitán Conrad S. Babcock llega a Calexico a reforzar al sheriff Meadows con tropa de caballería y artillería, sus 53 soldados apostados en la frontera al este y oeste de Mexicali no solo evitan el paso de armas, también impiden que pasen alimentos. De esta manera se deja al pueblo liberado sin agua, sin electricidad y sin comida.
Mientras tanto el diario Los Angeles Daily Times, propiedad de Otis, no baja a los magonistas de filibusteros y de estar a sueldo de empresarios que quieren arrebatarle Baja California a México. Y es que también la calumnia periodística es un arma. No conforme Otis se queja con Taft de que la Colorado River esta desamparada y el 6 de marzo el presidente de Estados Unidos ordena una movilización masiva y general. En estos términos lo informa Los Angeles Daily Times: “Washington. -Movimiento de tropas hacia la frontera con México- El movimiento más extenso de tropas y barcos de guerra jamás antes ejecutado en este país en tiempos de paz, está siendo efectuado por órdenes del presidente. 20 000 soldados de toda clase de armas (más de una cuarta parte del ejército de los Estados Unidos), se dirigen hacia la frontera mexicana. Cuatro cruceros armados que comprenden la quinta división de la Armada del Atlántico, están siendo movilizados, de las aguas del norte, a la estación naval de Guantánamo, Cuba. La mayor parte de la Armada del Pacífico debe estar ya en camino para reunirse en San Pedro y San Diego, California, y 2 000 marinos se preparan para hacer de la estación de Guantánamo su cuartel temporal”.
Escribe por esos días el gringo John: “Estados Unidos ha intervenido contra la revolución y a favor de Díaz ¿Por qué lo hace? Sin duda porque ciertos grupos del gran capital estadounidense quieren que se haga”. La “pérfida Albión” no podía ser menos. Cuando M. C. Healión, gerente de la británica Mexican Land and Colonization Company, que tiene intereses en la zona de San Quintín y es acosada por la guerrilla del indio cucapá Emilio Guerrero, pide auxilio, Inglaterra envía dos barcos de guerra a ese puerto, el Algerine y la fragata Shearwater. De este último y violando la soberanía de México desembarcan marinos que izan la bandera de la Union Jack en los edificios públicos del puerto e instalan estratégicamente un cañón. “Habla lento y lleva un gran garrote; así llegarás lejos”, escribió alguna vez el presidente Theodore Roosevelt, Y el “Big Stick” se volvió doctrina estadounidense. Más allá de la anécdota histórica lo cierto es que un reflejo condicionado de los imperios es reaccionar violentamente en cuanto alguien alborota el gallinero. Así había sido antes, así fue en Baja California y así es ahora: el Big Stick, siempre el Big Stick.
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No es únicamente la política de Estados Unidos, muchos factores entre ellos torpezas de los alzados que como de costumbre se dividen, confluyen para que la aventura bajacaliforniana de los magonistas termine mal. El saldo es persecución, ley fuga, paredón, asesinatos, tortura… una matazón inmisericorde. Pero quienes ahí dejaron sus esperanzas y la vida merecen ser recordados. Un poema pai pai habla sin derrotismo del baño de sangre: Mas antes, había mucha gente; entonces vino la guerra y acabó con todos. Quedó menos de la mitad. … Pero nos estamos recuperando.