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Opinión

El último lector | Él fue mi maestro*

Por: Rael Salvador

Siguiendo la tradición antigua de Oriente —pero manifiesta en todas las culturas—, cuando el alumno está preparado, en la vida todo es lección y enseñanza.

En su homenaje a Jean-Paul Sartre**, Gilles Deleuze habla de la gris y triste generación de la que carece de maestros, al referir que “nuestros maestros” no son únicamente los profesores de la enseñanza pública, “aunque tengamos una gran necesidad de profesores”.

En su bello artículo al autor de El ser y la nada, Deleuze comenta que lo que supo encarnar y reunir la generación Sartre — que había oído ya en la poesía de Luis Pavía y leído en los ensayos de Carlos Mongar—, son las condiciones para que la política, la imaginación, la sexualidad, el inconsciente y la voluntad se reúnan como “derechos de la totalidad humana”.

Palabras que podemos entender como la agitación intelectual de liberarnos a nosotros mismos, puesto que los oprimidos esperan siempre por ser liberados… ¿Qué decir de esto? ¡Que no hay genio sin parodia de sí mismo!

“El escritor empuña el mundo tal y como es —nos repite Sartre—: en toda su crueldad, con todo su sudor y su hedor, con toda su cotidianidad, para presentarlo ante todas sus libertades como fundamentado en una libertad”.

Agregando: “¡No basta con reconocerle al escritor la libertad para decirlo todo! Es necesario que escriba para un público que tenga libertad para cambiarlo todo, lo cual significa, además la abolición de las clases sociales, la de toda dictadura, la renovación perpetua de los mandos, la subversión continua del orden en cuanto éste tiende a establecerse”.

En una sola granada de mano, la descompensación y la comprensión: “La literatura es esencialmente la subjetividad en una sociedad en revolución permanente”.

Foto Rael Salvador

Sartre, quien siempre arengó que “el terrorismo es la bomba atómica de los pobres”.

Jacobo De estuvo ahí, en el París que alude Gilles Deleuze, para traernos esta nueva forma de pensar y que se cifra en el ideal del existencialismo sartreano: al encontrarnos condenados a la “libertad”, lanzarnos al barro del compromiso.

En sí misma la existencia, cuaderno de mil y una notas, es resumen trenzado de afinidades y discordias, donde los maestros resucitan, si no de sus malabares sensuales, sí de sus acrobacias intelectuales —embriagados de la totalidad del cosmos, que incluye a la Historia y a nosotros mismos—, para ofrecer a sus aprendices, en la desesperada búsqueda por encontrase, el discernimiento de un mágico saber en bruto.

Si la palabra erudito significa dejar de ser rudo —rudimentario—, en el romance con el conocimiento todos, o casi todos, desde la más indomable ignorancia, hemos aprendido algo…

Y, si pervive la honestidad, se refiere de la siguiente manera: “Estudie bajo la tutela de…” Porque es gracias a la pulimentación, el respaldo y la confianza que se tienen en ambas direcciones que las joyas brillan, hasta alzarse en su propia luz.

Y, vuelo ilusorio sobre todas las cosas y las causas, la garantía de esa confianza se aprueba y se acepta por el respeto al Maestro (con mayúscula).

La admiración no es condenable, la ingratitud tampoco. ¿Acaso un mal ejemplo no sirve de buen ejemplo? No logro olvidar la ocasión en la que Jacobo De nos llevó al cine Anza para ver una película de los hermanos Almada, alegando contra mi rabieta imberbe que “teníamos que observar también lo que no se debe de hacer en el cine”. ¡Gran lección!

Y he de agradecerle su paciencia y su humildad, su grandeza y su tolerancia, su gracia, su ironía, su tiempo, su agudeza, su inteligencia, su amor… tal como lo intento retratar —al lado de su amado Sartre— en esta memoria entrelazada, porque esos “trucos” de su enseñanza no los encuentro en las escuelas públicas ni —muchos menos— en las privadas… ¡Sí, a él, Jacobo De / Rodolfo Alcaraz, quien será por siempre El Maestro!

raelart@hotmail.com

*Preludio del libro, “Crítica de la razón existencialista. Memoria de Jean-Paul Sartre en Jacobo De”, de próxima aparición.

**“Él fue mi maestro”, escrito por Gilles Deleuze días después de que Sartre rechazara el Premio Nobel de Literatura, en año1964 (siglo XX).

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