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Cultura

Ceremonias fúnebres yumanas: El Lloro Grande

Por: Arnulfo Estrada*

Las culturas nativas del norte de la península de Baja California tenían una ceremonia muy importante para recordar a sus difuntos. Durante la temporada del piñón se reunían todos los grupos Yumanos de las familias lingüísticas kiliwa, kumiai, pá ipai y cucapá y acudían a la montaña para cosechar la semilla. Entonces hacían el “Lloro Grande”, donde recordaban a sus antepasados, porque tenían la creencia que todos ellos estaban vivos después de la muerte, en otro mundo mejor que este, y donde solo podían mirarlos los Hechiceros, también llamados Kusiay y Guamas. Los Hechiceros podían ver a los muertos cada vez que desearan, y aseguraban que habitaban una mansión muy hermosa, poblada de grandes árboles llenos de frutas deliciosas, donde abundaban venados, liebres y conejos, lo mismo que grullas, patos y codornices. Allí no huyen de la gente y los pueden tomar y comer con la mayor facilidad; de manera que no había para qué dudar de una existencia material después de la muerte.

Santa Catarina, 1992. Foto Arnulfo Estrada

La gran ceremonia

Gracias a la información recabada por Manuel Clemente Rojo, que se desempeñó como juez de primera instancia del Partido Norte de la Península entre 1865 y 1868, tenemos conocimiento de tan significativa ceremonia. Don Manuel, que había visitado en agosto de 1866 la comunidad indígena pá ipai de Santa Catarina, estimó que ahí se encontraban reunidas en completo orden, más de dos mil personas de ambos sexos, entre ancianos jóvenes y niños.

Al momento indicado para dar inicio a la ceremonia, todos los presentes fueron formando un gran círculo, en donde los Hechiceros ocupaban el centro, con sus pipas llenas de tabaco coyote, fumándolas con ademanes misteriosos, moviendo la cabeza, los brazos y los pies y soplando el humo de sus pipas en dirección de la vista que fijaban en alguna parte, para que se creyera que por medio de aquel incienso se realizaba alguna cosa que querían; de repente se extienden sobre el suelo poniendo una oreja en tierra para oír lo que alguno les decía desde la otra vida, y se levantaban con un aire de satisfacción apuntando con el índice de la mano derecha a los espacios del cielo, para que vieran aquel objeto invisible para todos, menos para ellos.

Cuando los Hechiceros paraban de hacer las pantomimas, comenzaban las mujeres a fingir un llanto melancólico, queriendo imitar el lastimero arrullo de la tortolita, y así seguían cantando largo rato hasta que se cansaban de llorar.

Entonces hablaban los Hechiceros nombrando a los varones más conocidos de los antiguos, y que ya habían muerto, diciendo:

“Allá están”

Y señalaban los espacios por donde habían esparcido el humo de sus pipas, diciendo:
“Desde allí nos miran y nos llaman para que vayamos con ellos: Millú milluca (vengan, vengan acá)”.

“Allá están. Esas tierras que habitan son más hermosas que el Sol y más bellas que la Luna: allá no hay frío ni calor porque cada uno siente el temperamento que quiere, ya no les alcanza el hambre, las enfermedades ni la muerte. Milluca najal (vengan acá queridos), millú millú (ven, ven)”.

La ceremonia se extendía por tres días y tres noches, en las que se cantaba y danzaba sin parar durante todo el tiempo que duraba el duelo. Era el momento también de estrechar las relaciones entre hermanos de raza, y para formar nuevas parejas. Las semillas colectadas se repartían entre todos los asistentes, antes de retornar a sus lugares de origen.

Comentarios

En la actualidad solo en algunas ocasiones se lleva a cabo una ceremonia que llaman “El Lloro”, sin embargo, no tiene los mismos alcances y características sociales del “Lloro Grande” y se limita a un pequeño núcleo donde se recuerda a un familiar cercano a quienes convocan. Los últimos “Lloros Grandes”, se realizaron a principios del siglo XX en El Piñonal, paraje localizado en los márgenes de la Sierra de San Pedro Mártir, entonces territorio de los kiliwas.

* Cronista oficial de Ensenada

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