Benedetti y el ritmo interno de la poesía
Lo de la música y la poesía es una relación con antigüedad y jerarquía, como la de los juglares, o los griots que preservaban con cantos la memoria de sus pueblos, la tradición oral, el archivo memorioso de los suyos.
Con el tiempo la música y la literatura tomaron rumbos diferentes y asumieron características particulares. Más he acá que la música, en estos tiempos ha vuelto a darse la mano con la poesía en una suerte de rescate que vigoriza y multiplica la belleza ante un auditorio de rango mundial que disfruta, tanto en auditorios como virtualmente. La lista de poetas llevados a la música se inscribe en el sentimiento y el arte del ser humano.
Algunos ejemplos
El Poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillén, vio siempre con buenos ojos, y escuchó a placer sus poemas interpretados por cantores cubanos y de todo el mundo. Tenía que ser así si Guillén debe su mejor obra al Son Montuno, y a Miguel Matamoros, según él mismo confesó. Sus poemas Canción (De que callada manera), Guitarra (Y en esa guitarra toca mi son entero), La muralla (tráiganme todas las manos), Me matan si no trabajo (y si trabajo me matan) hacen ejemplo de la musicalidad de su obra, de su vigor.
La Muralla
De igual manera nos encontramos en el chileno Pablo Neruda con musicalizaciones como Poema 20, Farewell y Antigua América, por citar tres.
No quedó atrás César Vallejo con poemas vueltos canciones, como Me moriré en París y España, aparta de mi este cáliz.
Andrés Eloy Blanco, el bardo oriental venezolano, con su poema Píntame angelitos negros se hizo uno con cantores y músicos de todo el mundo, al igual que su tema La Flor de Apamate, entre otros.
Del también poeta venezolano Aquiles Nazoa se apropiaron músicos y cantores, para enaltecerlo. A la una (la luna, a las dos el reloj), El loco Juan Carabina, Guillermina, Bolívar en un libro de lectura y el Polo doliente son apenas una muestra de poemas de Aquiles llevados al pentagrama.
Bolívar en un libro de lectura
De Rubén Darío encontramos musicalizada su Canción de otoño, y de Gabriela Mistral encontramos La lluvia lenta, y La tierra y la mujer.
De igual manera no cuesta rememorar a Rafael Alberti y La Paloma (se equivocaba/ se equivocaba…), o La Nana de la cigüeña.
¿Que decir de José Martí? Crin Hirsuta, la niña de Guatemala, Si ves un monte de espuma, Versos sencillos…
Por eso Alí Primera los englobó en su eterno canto “Cuando nombro la poesía” porque es la manera de nombrar al ser humano en su relación con la ternura.
Benedetti
Si algún poeta del Sur de América está vinculado a la música ese es Mario Benedetti.
El destacado músico uruguayo Rubén Rada lo dijo: “Me siento feliz porque en cualquier parte del mundo donde voy, Benedetti está protegido”.
El músico argentino Víctor Heredia contó: “Cuando nos sentíamos un poco desorientados, buceábamos en maestros como Benedetti, o como Pablo Neruda… Fueron talentos que, de un modo u otro se fueron transformando en nuestros amigos”.
Jairo, también de Argentina decía: «Pocos poetas han sido tan cantados como Benedetti. Algunos poetas no quieren que musicalicen sus poemas, pero él tenía una relación natural con los músicos».
Joan Manuel Serrat por su parte lo definió como un hombre en el mejor sentido de la palabra y Daniel Viglietti, otro uruguayo de excepción, cuando conoció la noticia de la partida física del poeta dijo: «hay que ser un poco alquimista y transformar la tristeza en divulgación”.
Mario Benedetti, como Alfredo Zitarrosa, hace parte importante en la cadena uruguaya de eslabones canciones, eslabones poemas que marcan la verticalidad de unas letras sin permiso legal de instalación. Sabían ellos, como muchos, que no siempre lo legal es lo correcto. Hay legalidades impuras (prisión para un poeta en dictadura, según sus normas, por ejemplo) e ilegalidades puras como fueron las canciones y poemas prohibidos que, como dice la cantora Teresa Parodi viajan sin pasaporte porque para ellos no hay fronteras.
Tal vez muchos de la generación latinoamericana de los sesenta no se encontraron con Mario Benedetti a través de la poesía, de esa poesía que comenzaba a surgir con un guiño diferente, pero millones se encontraron con él a través de la canción porque sin pedir permiso la música y los cantores se apropiaron de Benedetti, como de los poetas ya citados.
Sin embargo, en esos albores fue terrible encontrar una canción poema como “Hombre preso que mira a su hijo” que fue algo así como decir la verdad a millones de hijos, de niños y niñas con la orfandad y el desamparo escondidos en la mentira y el silencio del oprobio gubernamental con signo de dictadura o ‘democracia representativa’.
Fue así como una generación se tropezó con Benedetti en la canción, y el encuentro fue duro y marcador, auspiciado por la voz militante de Pablo Milanés. Es imposible evitar el erizamiento cuando volvemos sobre ese texto musicalizado: “una cosa es morirse de dolor y otra cosas morirse de vergüenza. Por eso ahora me podés preguntar/ y sobre todo puedo yo responder. Uno no siempre hace lo que quiere/ pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere…/ llorá nomás botija/ son macanas que los hombres no lloran. Aquí lloramos todos, gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos/ porque es mejor llorar que traicionar. Porque es mejor llorar que traicionarse. Llorá… pero no olvides”.
Ese texto empalmó con la frase de Aquiles Nazoa “Es mejor morir de hambre que de vergüenza” y se empalmó también con Alí Primera cuando en Canción para acordarme sentenciaba “No vendas tu canto, que si lo vendes te vendes, que si lo vendes me vendes”.
Pablo Milanés habló de Benedetti: “Recuerdo perfectamente cuando le conocí en Cuba, en Casa de las Américas. Entonces sí que nos veíamos todos los días. Era el inicio de la Nueva Trova y él seguía nuestros pasos con curiosidad y pasión. No solo eso: la primera gran entrevista que me hicieron sobre mi trabajo ¡me la hizo precisamente Benedetti!”
“Siempre he pensado que los poemas de Benedetti son música pura. De hecho, en cierta ocasión me confesó que era un músico frustrado. Que le habría gustado hacer canciones en vez de escribir libros o poemas. De ahí que sus versos tengan ritmo interno. Tengan tanta musicalidad. Del vasto poemario de Benedetti, yo elegí precisamente el más difícil. En realidad, es casi una prosa: Hombre preso que mira a su hijo. Y a él, todo hay que decirlo, le extrañó mucho cuando le expliqué mi intención, aunque luego le gustó el resultado. Hace poco le propuse cantar otro de sus poemas, pero la muerte se adelantó”.
Una vez Benedetti le dijo a Luz, su compañera: “Sigue llenando este minuto/ de razones para respirar”. Está incluida en Yo no te pido, tema atribuido a Milanés.
Y se queda uno pensando también en Joaquín Sabina y Viceversa, nombre del grupo que le acompañó en una etapa, siendo también el título de un poema de Benedetti: “o sea/ resumiendo/ estoy jodido y radiante/ Quizá más lo primero que lo segundo/ y también viceversa.”. Benedetti es el autor del prólogo del libro “Ciento volando de catorce” de Joaquín Sabina. En ese prólogo Benedetti acude a Galeano para señalar que hoy buena parte de los mejores poetas de América Latina vuelcan su obra a través de la canción; por ejemplo, Chico Buarque en Brasil. Los modernos trovadores han cubierto el espacio robado al poemario y, si se vuelve a considerar el carácter eminentemente oral de la poesía, se constituyeron en una vieja/nueva forma del poeta.
La musicalidad Benedettiana
Con su sabor de respuesta impredecible Benedetti salió a declarar a Dios mal músico cuando del bandoneón se trataba.
“Me jode confesarlo/ pero la vida es también un bandoneón. Hay quien sostiene que lo toca dios/ pero yo estoy seguro que es Troilo/ ya que dios apenas toca el arpa/ y mal”.
Escribió “Versos para cantar”, y también “Canciones del que no canta” cantando en ellas. Y los Versos para cantar, y otros, fueron cantados. Nacha Guevara, Daniel Viglietti, Los Olimareños, Numa Moraes, Gianfranco Pagliaro, Soledad Bravo, Carlos Fasano, Juan Carlos Baglietto, Víctor Manuel, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Adriana Varela, Jairo, Pablo Milanés, Tania Libertad y hasta Willie Colón y Elena Gil están entre quienes cantaron y cantan versos de Benedetti a partir de Numa Moraes quien en 1970 musicalizó “Cielo de 69”. Fue esa la década en la que escuchamos Hombre preso que mira a su hijo, Seré curioso, conocida como ¿De qué se ríe? entre nosotros por la versión que hiciera Soledad Bravo, Vamos juntos y Cielito de los muchachos en la cavernosa por profunda voz de Viglietti.
Con el tiempo, y teniendo el honor de contar con “Los Olimareños” en territorio venezolano mucho más se cantó de Benedetti, queriéndolo tanto en la lectura como en la audición. Desde entonces el paradigma que separa a los cantores y a los poetas se hizo añicos en el “porque me da la gana” de los pueblos. Es decir: Gracias por el fuego. En el ejercicio del criterio no dejaremos que se apague, que para ello contamos también con la cuerda del candombe y los tambores. Y aunque Benedetti decía que Dios tocaba mal el arpa, por acá , en el Caribe se sabe cómo los tambores son tocados por Dios.
«Cómo me gustaría cantar
pero no canto
por respeto no canto
por respeto a mí mismo y a los otros
a veces canto en sueños, sin pudores
versos de casi clásicos o sea
de Darío y Machado, de Vallejo
pero ellos ya no pueden molestarse
porque en el purgatorio no hay audífonos»
(Canciones del que no canta. Mario Benedetti).
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