Similitudes y ataques / Luis Linares Zapata
Los opositores al proyecto oficial saben muy bien que, para avanzar sus intereses, es imprescindible redoblar sus ataques contra los proyectos y políticas públicas en marcha.
Ciertamente, este es un año que, por sus compromisos establecidos, soportará e impulsará los esfuerzos de los dos restantes. Apreciado tiempo en el cual se podrán amacizar las transformaciones iniciadas y en plena marcha. Los estrategas y difusores de esa vasta agrupación conservadora han decidido formular sus ataques desde varias perspectivas combinadas. Una pretende hacer aparecer al gobierno como incapaz de ser eficiente y fallar en su congruencia. Otra intenta sostener que la Cuarta Transformación (4T) no tiene los resortes, la visión, los medios indispensables que den los resultados esperados y necesarios para el bienestar de la ciudadanía.
Inducir como táctica la calificación del actual gobierno como populista lleva insertada una intención descalificadora. Se busca asentar la supuesta incapacidad de los, así llamados, populistas, para imaginar y, sobre todo, ejecutar trabajos “responsables”. Para lograr semejante empeño, se citan estudios, ideas, libros u opiniones de diversos personajes, casi todos extranjeros. A continuación se desgranan los atributos negativos y defectos del perfil populista ahí desmenuzado. Se da paso entonces a inducir, por directa analogía, un similar diseño a nuestra realidad y personajes. Desde esa perspectiva y en un alarde que no evita un reduccionismo pedestre, lo aplican, sin mesura alguna, al Presidente o su administración.
El daño logrado es casi insignificante. El término populismo y sus aplicaciones, ha sido vaciado por su uso indiscriminado. También viene proliferando otro tipo de comparaciones sesgadas: escoger algún mandatario cualquiera, de preferencia ya desacreditado, y enumerar sus torpezas, mentiras, fallas o alardes demagógicos, para que se piense en Andrés Manuel López Obrador.
Otro singular paquete de argumentaciones críticas usa distintos conflictos actuales, como el del Centro de Investigación y Docencia Económicas, para montar alegatos que señalan a un gobierno enemigo de la libertad, la ciencia o la autonomía. Pasar a señalar al Presidente como destructor de instituciones y de la democracia es asunto, desde esta óptica opositora, carente de sostenes ciertos. El prolongado estira y afloja entre Palacio Nacional y el Instituto Nacional Electoral (INE) ocupa un lugar central en este conjunto de litigios. Por un lado, se insiste en la inexistente austeridad en el instituto y, por el otro, las oportunistas ansias de treparse, de nueva cuenta, al poder perdido. La defensa de instituciones, que la oposición siente suyas, reciben el apoyo de cuanto reducto difusivo, grupo de presión u organismo privado de análisis o estudios existen. Se desea propiciar, lo primordial: la vuelta al modelo concentrador.
Aparte de toda esta lucha de trincheras y posiciones ideológicas corre un ancho caudal de realidades un tanto soslayadas por las urgencias político-electorales. Y mucho de ello tienen cariz económico o de concepciones y posibilidades para un mejor y más dinámico desarrollo del país. Los grandes programas de carácter social ya están en funcionamiento. Tocan un gran concierto de distintos grupos de mexicanos. Unos apuntados por su precariedad, indefensión o vulnerabilidad. Otros por protegerlos de la virulenta explotación que padecen. Todos esos diseños llevan el propósito de paliar la desigualdad y la marginación, dolores y penas de amplias capas poblacionales. Pero los recursos destinados a su atención, a pesar de la corajuda voluntad de atenderlos, no son suficientes. En particular si se tienen en cuenta los feroces impactos de la pandemia que no cesa. Es verdad que se han conseguido ingentes recursos fiscales como fruto de un eficiente y honesto trabajo para incrementar la recaudación. Evitar el despilfarro, el patrimonialismo rampante de anteriores gobiernos y la corrupción masiva ha dado resultados. Los fondos han permitido atender estas prioridades en medio de serias dificultades. Pero es necesario, digamos indispensable, poner el acento en asuntos distintos en lo que resta del periodo sexenal.
La vertiente industrial del modelo ha sido relegada y exige su pronta y atenta corrección. El cariz maquilador no ha dado paso a una integración que se requiere con urgencia para mejorar ingresos de trabajadores calificados. La inversión palidece por, en primer término, la debilidad pública de canalizar mayores recursos y, por este cauce, alentar la privada. Y así muchos otros renglones del desarrollo que solicitan agrandar el músculo del erario. Las cifras de 15 o 18 por ciento del PIB en recaudación no puede ni debe seguir maniatando el crecimiento. Este conjunto de tópicos subyacen en la crítica como incapacidades reales de las transformaciones exigidas. Darles tratamiento de urgentes y necesarios es la siguiente prioridad.