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Opinión

VLAD, Un vampiro suelto en CDMX / Abraham Kato

Por: Abraham Kato

Los vampiros han fascinado a la humanidad desde hace cientos de años. Hay algo en esas criaturas de la noche que obsesiona y prácticamente en cualquier parte del mundo existen leyendas sobre demonios sedientos de sangre que aterrorizan a la gente. Sus historias son tan familiares y reconocibles que se han convertido en parte intrínseca de la cultura popular y de la literatura fantástica. Como asegura Jorge Ibargüengoitia en su ensayo Vida de vampiros, “Sabemos más de los vampiros que de los otomíes”.  

Desde las primeras menciones de criaturas semejantes a los vampiros en las Crónicas de William de Newburgh en 1196; al primer poema moderno del alemán Heinrich August Ossenfelder, Der vampir; o la primera historia escrita en inglés por John Polidori, The Vampire; hasta la mismísima novela de Bram Stoker, Drácula en 1897, el cual es por supuesto el trabajo más famoso de todos, este tipo de historias y personajes no dejan de reinventarse. En cada país, en cada lengua, todo autor parece querer contar alguna historia de estas misteriosas criaturas nocturnas y México no podía ser la excepción. Sobre esto,  la doctora Cecilia Colón Hernández hizo un excelente trabajo sobre los vampiros en la literatura mexicana en su libro Los otros y nuestros monstruos: acercamientos a la literatura fantástica

Carlos Fuentes es principalmente conocido por novelas como La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Aura, Los años con Laura Díaz, Gringo viejo, entre otras, sin embargo, una novela poco conocida de él es Vlad, publicada en el 2010 por sí sola, pero incluida en la colección de relatos cortos Inquieta compañía en el 2004, que trata sobre un vampiro en la Ciudad de México. El libro es bastante sencillo y algo similar al clásico de Bram Stoker: un joven abogado, Yves Navarro, tiene la tarea de asistir a un excéntrico y misterioso aristócrata europeo, el conde Vladimir Rafu, que está interesado en comprar una propiedad en América, el cual resulta ser un vampiro. El interés por este continente viene después de agotar las víctimas en Europa, así que decide venir específicamente a la Ciudad de México donde lo esperan más de 20 millones de personas. Quizá parezca gracioso que un vampiro quiera ir al antes llamado Distrito Federal, una metrópoli con un tráfico, contaminación y una inseguridad terrible; un lugar al que la mayoría de los mexicanos evitamos ir en la medida de lo posible, sin embargo, la explicación del conde Vlad no solo tiene sentido sino que es triste y graciosa a la vez: Después de su mala experiencia en Londres, Inglaterra, con su famosa Scotland Yard (el primer cuerpo policial del mundo) que no le permitió ejercer cómodamente su profesión vampiresca decide que su siguiente destino deberá ser distinto, con una policía ineficiente, que nunca acuda cuando la llaman, un lugar lleno de impunidad y corrupción. Por tanto, la caótica y superpoblada ciudad capitalina, ‘‘la más populosa del planeta’’, justica el mismo Vlad, cobra perfecto sentido.

Dicha justificación me recuerda a la película 30 días de noche, publicada en el 2007, dirigida por David Slade y basada en la miniserie de cómics de Steve Niles, donde un grupo de vampiros llega al pueblo de Barrow, al norte de Alaska, que está en víspera de prepararse para recibir la Noche polar, es decir, el periodo anual de oscuridad continua que ocurre en las regiones polares del planeta y que trae consigo alrededor de un mes de oscuridad. Escenario que resulta simplemente perfecto para cualquier vampiro.  

La imagen por antonomasia del vampiro se la debemos principalmente al cine, específicamente a la película Drácula, de 1931 producida por Universal Pictures, estelarizada por el actor húngaro Bela Lugosi. Que impregnó al mítico personaje con las características que hoy conocemos y asociamos como el acento extranjero, los ademanes, la mirada, la risa.

En Vlad, Fuentes describe al conde blanco como el yeso, sin un solo pelo en todo el cuerpo, esquelético, con unas orejas pequeñas cosidas de cicatrices y las cuencas de los ojos vacías que ocultaba con unas pequeñas gafas negras. Características que escondía vestido ‘‘como un aristócrata, como un bohemio, un actor, un artista. Todo de negro, sweater o pullover o jersey (no tenemos palabra castellana para esta prenda universal) de cuello de tortuga, pantalones negros y mocasines negros, sin calcetines. Unos tobillos extremadamente flacos, como lo era su cuerpo entero, pero con una cabeza masiva, grande pero curiosamente indefinida, como si un halcón se disfrazase de cuervo, pues debajo de las facciones artificialmente plácidas, se adivinaba otro rostro que el conde Vlad hacía lo imposible por ocultar’’, se lee en la novela.

Con lo avezado que es Fuentes, no solo en el tema de vampiros sino en cualquier tema en general, naturalmente elegiría una imagen similar a la de Nosferatu, una de las primeras imágenes de un ‘‘no muerto’’ que existe, gracias al filme mudo alemán de 1922 dirigido por Friedrich Wilhelm Murnau. A diferencia de optar por un Drácula, de un moroni, lúgosi, strigoi de Braila, varcolaci, o cualquier otra leyenda vampiresa de Transilvania u otra parte del mundo.

Vlad es una novela muy corta, con un poco más de cien páginas resulta ligeramente más extensa que Aura, su novela más breve, y que cualquier lector puede terminar en un par de días. Realmente Fuentes no aporta nada nuevo al mito del vampiro, ni se molesta en reinventarlo, (salvo un poco en el origen del conde) no obstante, si por algo vale la pena leer este libro es por el tema de la inmortalidad. El secreto de la vida eterna es una obsesión tan antigua que se remonta a los orígenes de la misma humanidad. Los egipcios, los sumerios, los griegos, romanos, todos han abordado de alguna u otra manera ese tema y lo cierto es que los humanos somos la única especie que sabe que va a morir y la única que se rehúsa a hacerlo.  

Nuestro señor Jorge Luis Borges estaba en contra de la vida eterna, decía que pensar así era una falta de respeto. A lo largo de la vida uno siempre se va a topar con múltiples desgracias, en especial con la muerte de seres queridos; estos acontecimientos realmente nunca se superan, solo se aprende a vivir con el dolor, el recuerdo y la nostalgia. Ahora, si viviéramos para siempre a cuántos seres queridos nos tocaría ver morir, cuánto dolor acumularíamos, cuántos recuerdos se almacenarían. Quizá a eso se refería Borges cuando cuestionaba: “¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad”.  

Uno como padre siempre está viendo por el bienestar de sus hijos, no hay nada que no hagamos por ellos y lo único que queremos es verlos crecer con salud y éxito. Este es realmente el tema de la novela y resulta particularmente interesante debido a las circunstancias personales de Carlos Fuentes. Como sabemos, el escritor perdió a su hijo Carlos Fuentes Lemus en 1999 y decidió de alguna forma incorporar elementos de esa trágica experiencia en la novela publicada en 2004. Lamentablemente un año después, en el 2005, también falleció su hija Natasha Fuentes Lemus.

Como en toda buena novela de Fuentes no podían faltar las menciones a sus temas predilectos: México, la Revolución Mexicana, la Ciudad de México, Francia. Algunos ejemplos de ellos son que el protagonista Yves Navarro viene de los antiguos y extintos hacendados del siglo XIX, específicamente de quienes perdieron todo en la Revolución, de quienes sus haciendas fueron quemadas por los zapatistas y posteriormente convertidas en hoteles (Fuentes nunca desaprovecha ninguna oportunidad para darnos este tipo de datos históricos). También pertenece a la generación de medio siglo francófona de abogados, es decir, de quienes tenía que aprender francés para poder leer los textos ya que no había traducciones. Por último, mencionaré el pasaje en el que el joven abogado conduce por la mañana observando la ciudad y reflexionando, ‘‘Así deseaba que regresase a mí la ciudad de antes, cuando ‘la capital’ era pequeña, segura, caminable, respirable, coronada de nubes de asombro y ceñida por montañas recortadas con tijeras …’’.

Es curioso saber que a mediados del siglo XVIII, en el este de Europa, a las personas las enterraban con todo y sus pertenencias y cuando los aldeanos intentaban saquear las tumbas se encontraban con cadáveres que tenían el cabello y las uñas más largas, el estómago inflado y sangre escurriendo de la boca. Claramente esas personas no estaban muertas y habían salido de sus tumbas para alimentarse de la sangre de los vivos. Cuando no se tiene pruebas científicas la gente recurre a explicaciones sobrenaturales o religiosas, dando origen así a las supersticiones y creencias en lo paranormal. Hoy en día sabemos que cuando un cuerpo se descompone la piel se deshidrata causando el crecimiento del cabello y uñas, las bacterias del estómago producen gases que lo inflaman y provocan escurrimientos de sangre y materia fecal. A pesar de que la emperatriz de Austria había mandado a su médico para tratar de explicar estas causas, las historias sobre vampiros ya circulaban por todo Europa y fue imposible detenerlas. Paco Ignacio Taibo II asegura que un mito es una construcción idealizada, a partir de un hecho real, que se ha erigido en una sociedad.    

Los vampiros han tenido etapas de histeria, euforia y moda; en lo personal recuerdo cuando se pusieron en boga durante la década de los noventa. El doctor y científico religioso estadounidense J. Gordon Melton, en The Vampire Book: The Encyclopedia of the Undead, atribuye dicha popularidad al éxito de las novelas de Anne Rice, Interview with the vampire en 1976, The Vampire Lestat en 1985 y The Queen of the Damned en 1988, que comenzaba a formar sus crónicas y tuvo un boom con la película Entrevista con el vampiro en 1994, dirigida por Neil Jordan; ese mismo año Guillermo del Toro debuta con La invención de Cronos, quizá la mejor película mexicana y una de las mejores sobre vampiros en general. En 1992 salió la monumental película del director Francis Ford Coppola, Drácula, de Bram Stoker, anticipando el centenario de la novela en 1997. También tenemos la extraña película de Robert Rodríguez Del crepúsculo al amanecer en 1996; el fenómeno de Buffy la cazavampiros, primero la película en 1992 y después la serie de televisión en 1997, junto con su secuela Ángel en 1999; la adaptación de los cómics al cine del antihéroe Blade en 1998; y en cuanto a caricaturas teníamos al Pequeño Drácula de 1991, la serie británica El Conde Pátula que llegó a Latinoamérica a principios de los 90 y la serie canadiense Mona la vampira de 1999. Como pueden ver fue una década totalmente vampiresca, prácticamente cada año salía algo nuevo para aprovechar dicha euforia y los fans no hacíamos otra cosa más que disfrutarlo.    

Los vampiros siempre serán objeto de culto y fascinación, son parte del imaginario colectivo y debido a todas las aportaciones y reinvenciones que cada generación contribuye el mito vivirá para siempre. Desde los humildes fanáticos hasta los escritores de renombre, como Carlos Fuentes, parece que todos quieren tener la oportunidad de contar alguna historia sobre estas criaturas de horror y sangre que después de tantos años siguen cautivando y seduciendo la imaginación.

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