El último lector | La vid y sus senderos / Rael Salvador
Voy de viaje por Baja California, México.
En este viraje, la bitácora señala celebración y vino. Es como rememorar la región mediterránea de los Montes Zagros, en Irán.
Lo segundo que se me viene a la mente, son las imágenes de una vasija del año 5400 a.C., del periodo neolítico, donde se evidencia la producción de vino, bebida de los reyes que más adelante se extendió hacia Anatolia, Grecia y Egipto.
Como si la lluvia fuese tinta y la tierra un cuaderno de líneas de barro, observo en mis apuntes históricos que los caminos del mar, con sus ánforas cargadas del dulce líquido, escribieron las rutas del mundo.
El mismo mundo que, emergiendo de los mágicos senderos de las diversas regiones de Baja California, ahora me corresponde narrar con imágenes y palabras, porque ellas son su espejo; es decir, la parte del espíritu que refleja la vida y sus maravillas, sobre todo para no olvidarnos de ellas…
Muchas veces esas rutas del norte de país, pertenecientes al tiempo y al crepúsculo, se manifestaron con la suave densidad de la revelación, tejiendo planes y caminos que me condujeron, mochila al hombro, mapa en mano, al lugar más emblemático del territorio: los viñedos del Valle de Guadalupe.
De mis anteriores vagabundeos por Baja California, no olvido las mariposas de luz bajo su mar esmeralda; arenas de oro blanco en las tardes de abril en San Felipe, paraíso al que llegué tras abandonar las rocas que contienen al Océano Pacífico, en Ensenada, para atravesar el desierto y describir el paisaje poético nadando con las mantarrayas del Mar de Cortés.
Con este recuerdo, además de Persia y Alejandría, Grecia y Roma en mi memoria, se suma de nuevo esta tierra mediterránea, fértil de viñedos y nubes bajas, extensas e importantes áreas del lugar, postales de mar y desierto, montaña y bosque, que sujeto con un listón en mis apuntes de viaje.
En Baja California, tengo entendido que el cultivo de la vid se inició en el año de 1683, con el arribo de los misioneros jesuitas Eusebio Francisco Kino, Matías Goni y Juan Bautista Copart, tomando en cuenta que es hasta 1697, con el arribo del padre Juan María Salvatierra, cuando inicia la etapa oficial de extensión misionera en la península.
En el nombre de la Corona Española, se funda la Misión de Nuestra Señora de Loreto (alma mater de las misiones), y a partir de ahí se asientan 15 construcciones más a lo largo y ancho del territorio. Se cuenta que en 1701 llegó a Loreto el jesuita hondureño Juan de Ugarte de Vargas, pariente, quien plantó un parral, el cual le ofreció los beneficios esperados, declarando oficialmente que alrededor 1707 inicia la vitivinicultura.
La crónicas de la época testifican más adelante que Wenceslaus Link, quien llega a Baja California el primero de septiembre de 1762, siembra su vid y hace un delicioso vino ebrio, y que para 1823 el jesuita contaba ya con una viña para producir 15 barriles del preciado líquido. Pero es con los frailes dominicos, a mitad del siglo XVIII, a quienes se les reconoce el descubrimiento del Valle de Santo Tomás (1888), una de las vinícolas fundacionales de Baja California.
Cruz, copa y destino, bajo las estrellas y otros soles más cercanos, sobre los mares del instante y las olas eternas de las arenas, caminante siempre, lector hasta el final de los días; la vida nos acompaña por la dulce orden de la muerte, oscura luz de la eternidad, donde la nada se hace todo, para aparecer y desaparecer, constancia de que siempre habrá este universo de tierras infinitas, porque así lo determinan los vitivinicultores, que saben que nada se pierde porque todo se transforma.
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