Editorial | EU: el bloqueo insostenible
En la conferencia matutina realizada en el puerto de Veracruz, el presidente Andrés Manuel López Obrador volvió a referirse a la improcedencia del bloqueo que el gobierno de Estados Unidos mantiene en contra de Cuba desde hace seis décadas. Tras recordar que «la inmensa mayoría de los países están en contra del bloqueo», el mandatario formuló un «llamado respetuoso» al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para «separar lo político de lo humanitario», destacó que «no es concebible que en estos tiempos se quiera castigar a un país independiente con un bloqueo» e instó a que, ante la crisis sanitaria por Covid-19 que tiene lugar en la nación insular, «en vez de bloquear, todos deberíamos ayudar».
Como se recordará, el sábado pasado López Obrador dijo, en presencia de los cancilleres de América Latina y del Caribe reunidos para rendir homenaje a Simón Bolívar en el 238 aniversario del natalicio del Libertador, que la política injerencista y neocolonialista de Washington hacia América Latina, «impuesta hace más de dos siglos», «está agotada», «no tiene futuro ni salida y ya no beneficia a nadie». En cambio, el titular del Ejecutivo federal elogió la resistencia del pueblo y del gobierno cubanos en la defensa de su soberanía y propuso una «nueva convivencia» entre los países del continente.
En efecto, el bloqueo estadunidense contra Cuba no sólo es expresión de una postura intervencionista impresentable sino que, en la medida en que causa graves sufrimientos y penurias al conjunto de la población cubana, constituye un castigo colectivo tal y como se define en el artículo 33 de la Convención de Ginebra y es, por lo tanto, un crimen de lesa humanidad.
Por añadidura, lo que el gobierno de Estados Unidos llama «embargo» –y que está codificado en diversas leyes y órdenes ejecutivas de la superpotencia– afecta a innumerables empresas de todo el mundo y hasta a compañías estadunidenses que querrían invertir y hacer negocios en la isla.
Cabe mencionar, asimismo, que durante la administración de Barack Obama –en la que Biden fungió como vicepresidente– las relaciones entre Washington y La Habana experimentaron una marcada distensión, restablecieron relaciones diplomáticas formales y algunas de las disposiciones del bloqueo quedaron sin efecto. En contraste, el sucesor de Obama, Donald Trump, no sólo revirtió esa distensión sino que reforzó el bloqueo con 240 medidas hostiles adicionales que causaron un perjuicio de unos 5 mil millones de dólares a la de por sí alicaída economía de la nación caribeña.
De manera inopinada, Biden ha decidido seguir la línea de su predecesor republicano en lo que a Cuba se refiere, a pesar de que el empecinarse en esa agresividad injustificada es moral, política y económicamente desastroso, no sólo para Cuba sino hasta para el propio gobierno estadunidense. Expresión de ello fue la manifestación de cientos de personas que realizaron una caminata desde Miami hasta Washington para exigir, en nombre de cubanos residentes en Estados Unidos, el cese del bloqueo, derribando así el mito de que en la comunidad cubano-estadunidense existe un respaldo unánime a la hostilidad oficial en contra de la isla.
La insistencia de López Obrador en el asunto no es, pues, una ocurrencia ni un exabrupto, sino expresión de un sentimiento casi universal –y desde luego, regional– de rechazo al bloqueo, así como un sincero llamado a la reflexión para el gobierno de Biden. Cabe esperar que en la Casa Blanca exista receptividad para entender lo insostenible de una agresión que se inició en los años 60 del siglo pasado y que ya no tiene asidero alguno en el mundo contemporáneo.