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Evelina Gil / Elena Poniatowska

Por: Elena Poniatowska

Evelina Gil, mejor conocida como «la Eve«, es narradora y ensayista sonorense, autora de una veintena de títulos, siendo el más reciente Las calladas del boom (Nitro Press/ ISIC), mismo que le llevó alrededor de 30 años concretar.

La idea de este libro, excelente y generoso, surgió cuando, al ingresar a la carrera de letras hispánicas de una universidad que prefiere no nombrar («porque ellos no me nombran a mí«), Eve advirtió con sorpresa y enojo que el programa oficial sólo incluía a una mujer: sor Juana Inés de la Cruz. Recientemente descubrió que no se trata de un yerro exclusivo de su alma mater, sino que, a escala internacional, España incluida, la especialidad de literatura latinoamericana no cuenta con obras de mujeres entre sus lecturas obligatorias. Siempre la leo con entusiasmo y agradecimiento en sus artículos en La Jornada Semanal por su buena prosa y porque se ocupa (entre otros muchos temas) de lo que escribimos las mujeres, y se ha hecho acreedora a todo nuestro agradecimiento. Ver su nombre impreso es ya en sí una alegría y un deseo inmediato de leerla, porque es inteligente y generosa y, hasta ahora, todos sus textos dan en el clavo.

–Por favor, háblanos de ti, Eve…

–Descubrí mi vocación de manera muy precoz, a los 13 años, y para los 14 ya había escrito una novela por entregas, cuyos capítulos mimeografiados vendía entre mis compañeras. Pasé por situaciones muy traumáticas y desarrollé un carácter beligerante del que, a la fecha, queda apenas una llamita. La rebeldía, sin embargo, fue el motor principal de mi literatura temprana, porque a mi alrededor todo se oponía a mi vocación, empezando por miembros de mi familia. Mentiría si dijera que a los 20 años me consideraba feminista, pero creo que lo era instintivamente, porque aquel infame programa de estudios hizo que me dedicara a buscar autoras para cubrir la cuota. Cada vez que tuve oportunidad centré mis ensayos escolares en escritoras, y me interesaban principalmente las coetáneas del boom latinoamericano. Porque, he de confesar, me enamoré de la obra de estos señores (fui fan de Gabriel García Márquez y lo sigo siendo de Mario Vargas Llosa, aunque para nada concuerdo con su ideología política), y algo me decía que tenía que haber señoras tan talentosas como ellos, aunque nadie o casi nadie las conociera. Concretar el boom callado, como lo he llamado, me ha llevado gran parte de mi vida, y este libro representa una importante victoria para mí.

“Las vidas privadas de las autoras son muy importantes no sólo para comprender sus obras sino, sobre todo, para dimensionar los enormes retos que, como mujeres de su tiempo, enfrentaron para escribirlas. Esto me resulta de vital interés, debido a que yo misma la pasé muy mal, tanto, que ver mis propios libros me deja perpleja; no entiendo cuándo acopié el tiempo, las fuerzas, la seguridad y el coraje para llevarlos a cabo, con mucho más en contra que a favor.

“En cierta forma me vi reflejada en algunas de estas mujeres, particularmente en Elena Garro, Luisa Josefina Hernández, Marvel Moreno, Aurora Venturini, Albalucía Ángel y tú, Elena. Garro fue incesantemente perseguida por confrontar a gente poderosa. Hernández era una especie de funambulista que se las ingenió para escribir una treintena de obras al tiempo que criaba cuatro hijos, aunque yo tengo dos, y además daba clases para subsistir. A Moreno le hicieron una paupérrima edición de su primer libro, el cual apareció colmado de erratas, gazapos y otros descuidos imperdonables que manifestaban el franco desprecio hacia ella de sus propios editores. Venturini era neurodivergente y escribía en consecuencia. A Albalucía Ángel la tacharon incesantemente de desvirolada (loca), porque escribía realismo fantástico, y tú, Elena, te formaste en redacciones de revistas y periódicos, y sufriste abuso de un maestro en el que confiabas ciegamente.

“A través de estas semejanzas puedo establecer una sucinta autobiografía. Por supuesto, todas las autoras aquí reunidas, sin excepción, tuvieron que enfrentar diversos niveles de violencia, incomprensión e incertidumbre, incluso las más privilegiadas, que serían los casos de Silvina Ocampo y Clarice Lispector.

“La violencia doméstica se observa en una alarmante mayoría. Es más fácil mencionar a las que no pasaron por este trance, porque son seis de 20, y de las seis sólo Dulce María Loynaz y Armonía Sommers tuvieron matrimonios cercanos a lo bucólico. Armonía, con todo y lo terroríficos que resultan algunas de sus narraciones.

“Contar con una genealogía literaria es, además de legítimo, absolutamente necesario, y parecería que las jóvenes no tuvieran derecho a ella. Cuando empecé mis estudios formales yo sólo leía a mujeres anglosajonas y, casi siempre, decimonónicas. Mis grandes referentes literarios eran las hermanas Brontë (enfáticamente Emily), Jane Austen, Edith Wharton, Margaret Mitchell, Colleen McCullough y Erica Jong, quien enfrentó un juicio por pornografía. A Virginia Woolf la leí hasta los veintitantos. Pero no conocía autoras con las que me sintiera culturalmente vinculada, y tuve que buscarlas.

“Nunca olvidaré el día en que descubrí, en un remate de libros, un ejemplar manchado de café de Mujer que sabe latín, de Rosario Castellanos, que me costó un peso. Ese libro comenzó todo, no sólo mi interés por autoras latinoamericanas, sino también mi deseo de escribir un libro parecido, aunque soy esencialmente novelista. Por otro lado, ese libro extraordinario que todavía me acompaña como una especie de biblia, junto con El arte de la fuga, de Sergio Pitol, no sólo me permitió conocer a otras autoras, sino que sembró en mí la curiosidad por el feminismo, tan demonizado desde siempre (hoy más que nunca, me parece), aunque no salí del clóset como feminista hasta que encontré en mi camino a Francesca Gargallo, quien fue determinante para fijar mi postura, y a cuya memoria, junto con la de la autora peruana Patricia de Souza, mi muy querida amiga, la única con la que me he ido de copas, dedico este libro.

“Algunos años antes de conocer a Francesca, todavía estudiante, trabajé en una asociación feminista en Hermosillo donde, más de una vez, grafitearon la palabra ‘Aborteras’ en las paredes de la casa donde se ubicaban las oficinas, aunque mi labor allí era, esencialmente, revisar notas periodísticas desde una perspectiva de género y llevar un archivo.

“El caso es que estas 20 autoras que figuran en Las calladas del boom son también, en cierto modo, las que siento más próximas a mí; mi familia elegida; mis madres, abuelas o ancestras literarias.

“A un nivel estilístico me reconozco fuertemente influenciada por María Luisa Bombal, Luisa Valenzuela, Inés Arredondo, Rosario Castellanos y por ti, Elena. Y también, dicho sea de paso, por Emily Brontë, Murasaki Shikibu, Flannery O’Connor y Angela Carter. Me identifico mucho con autoras jóvenes, como Aura García Junco, Mónica Ojeda, Luna Miguel, Laura Baeza, Dahlia de la Cerda y Elisa de Gortari, aunque no tengo el gusto de conocerlas en persona.

“He dedicado mi labor ensayística a la literatura escrita por mujeres, aunque ya tengo otras ideas para próximos proyectos. Me rehuso a emplear el término ‘literatura femenina’, porque implicaría que existe una ‘literatura masculina’, y se crea demasiada confusión. Antes de Las calladas del boom se publicaron La nueva ciudad de las damas (Difusión Cultural UNAM) y Evaporadas, las chicas malas de la literatura (Nitro Press/ISIC), y mi única intención es visibilizar a estas autoras e invitar a que se las lea, pero esta labor ha propiciado una mitología alucinante en mi estado natal.

“En 2017, año del MeToo a escala internacional, un grupo de jóvenes valientes irrumpió en un encuentro literario para denunciar a voz en cuello a una serie de abusadores. Mentiría si dijera que no me alegré infinitamente por eso, pero yo vivo en la Ciudad de México desde 1998 y no tuve absolutamente ninguna injerencia. Se dijo y hasta se publicó que yo era la cabecilla de aquel mitin, que las estaba dirigiendo desde acá, que hasta las financié, cuando justo entonces pasábamos por una crisis financiera terrible y una bronca con mi hija mayor que no me permitía pensar en nada más.

“Me encantaría ubicar a la verdadera heroína para darle un abrazo y agradecerle por traer al presente mi caso, como tantos otros que también pretendieron mantener bajo siete llaves. Si yo fuera la muchacha iracunda, justiciera y rebelde que fui en los años 90, por supuesto que me aviento, pero estoy enferma de fibromialgia, muy cansada y con demasiado quehacer.

Consideré muy seriamente la posibilidad de demandar, incluso consulté a una abogada feminista, pero el tiempo es demasiado precioso para quitárselo a lo verdaderamente importante, que son mi familia y la literatura. Mi aporte a la causa de las mujeres siempre ha sido a través de mi trabajo. Mi feminismo es, por así decir, pasivo, aunque admiro y agradezco mucho a las que ponen el cuerpo, como hacía la propia Francesca.

–¿Y tu misma qué te sientes?

–Me sigo considerando primordialmente novelista; mis ensayos son bastante narrativos, y el libro que estoy concluyendo ahora, complementario a Las calladas del boom, tiene partes que pienso: ¡podría ser una serie de Netflix! Los únicos subgéneros en que no he incursionado, pero espero hacerlo algún día, son el noir y el terror, y se me ubica como autora del género fantástico, aunque también tengo novelas realistas.

“Echo de menos la etapa del manga, la de la trilogía que comienza con Sho-shan y la dama oscura, y sé que cuento con lectores muy fieles en ese rubro, que son los únicos que me han besado y abrazado como si fuera su mamá, así que ando viendo como regresar a ellos y al mismo tiempo involucrar a quienes me siguen en mi faceta seria, como algunos llaman a mi labor de ensayista. Tengo más ideas que años de vida, pero siempre me las ingenio para hacer lo que quiero y casi siempre sale bien.

La única cosa que he tenido clarísima en mi vida es mi vocación literaria, y el manga me permitió trabajar en equipo con mi hija Carolina (Murasaki), quien ilustró aquel amado libro que es, además, un vehículo para manifestar mi amor por mis dos hijas, que son las heroínas. Soy malísima para transmitir sentimientos y emociones fuera de la escritura, porque soy autista, como mi hija menor.

–¿Ahora estás trabajando en algo?

–Estoy dando los toques finales a un libro complementario a Las calladas del boom, donde intento abarcar la historia del boom latinoamericano desde una perspectiva femenina; es decir, contarla a partir de las mujeres que contribuyeron a hacerlo posible (que son muchísimas, empezando por la agente Carmen Balcells) y de las autoras que publicaban a la sombra de los grandes autores que acapararon los reflectores y los beneficios.

“Es un trabajo ambicioso en el que, entre otras cosas, desmiento muchas cosas que se tienen por verdades históricas e irrefutables, aunque éstas me las reservo para cuando se publique el libro. Pero ya he dicho que soy esencialmente novelista y regresaré a este género en 2025 con una maravillosa sensación de ‘misión cumplida’.”

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