Dos cuentos
l gran defensor de Italia
Desde hacía mucho tiempo el abogado Mario Barbaro* ‒alto, moreno, algo grueso, sesenta años‒ tenía la costumbre de asistir a recitales y conferencias de poetas y escritores extranjeros, mucho menos por aprender, que para enterarse si alguien hablaba mal de Italia, o peor, de los gobiernos italianos, para emprenderla a gritos contra el poeta, escritor o conferencista que caía en semejante desacato. Barbaro, a la menor mención o alusión se paraba del asiento y se ponía a gritar como delirante, vociferando que él estaba orgulloso de Italia y de sus últimos gobiernos, en especial los de ultraderecha.
El abogado se volvió parte intrínseca del folclore de manicomio en el norte de Italia. Cuando yo iba a las regiones de la Lombardía o del Véneto, me gustaba asistir a su defensa del ultranacionalismo, y siendo el primero en llegar, soportaba, mientras me reía por dentro, su mirada acusatoria por mi pinta de tercermundista mugroso y socialdemócrata de pacotilla.
Pasaron los años, pero no pasó la actividad febril de Mario Barbaro. Cuando alguna vez lo callaban o lo corrían, orondo se paseaba por el recinto, se pegaba un cartel en el pecho, el cual tenía frases muy pulidas como: “¡El Duce volverá para levantar a la patria!”, ¡“Les advierto que tendrán un fin como el de Matteotti”!, “¡Berlusconi es Dios Padre, Salvini es Dios Hijo y Beppe Grillo el Espíritu Santo!”, ¡“Que se vayan por el culo los rojos facinerosos!”
Y haciendo señas obscenas salía triunfalmente de la sala.
*Aunque en italiano no hay acento, suena la palabra como esdrújula.
Buscando a Boccaccio
Salieron temprano de Florencia. Recorrieron en automóvil cuarenta y ocho kilómetros de bellísimos paisajes de colinas y viñedos bajo un sol espléndido. Subieron en funicular al breve pueblo antiguo de Certaldo.
Aquella mañana de junio de 2024 Martha, Federico, Antonella y Marco Antonio entraron a la iglesia de San Filippo y Jacopo. Leían una placa en latín en el centro de la nave, donde hay en el piso una lápida con el trazo tosco de la figura del toscano, que sugiere que en un principio reposan bajo de ella los restos o las cenizas de Giovanni Boccaccio. Sin embargo, en la placa informativa se deja caer una gota de duda, y sí, claro, en algún lugar deben estar, probablemente por ahí, mira, dijo Martha, no, no, más allá, a la izquierda, indica Marco Antonio, o más, un poco más, no se pudieron perder ni siquiera por los bombardeos nazis de la segunda guerra mundial que destruyeron la iglesia ‒apunta Federico‒, a lo mucho se diseminaron, interrumpe Antonella, pero si en la misma placa se duda que los restos o las cenizas estén allí, es porque vieron que no había nada, dice Marco Antonio, sin embargo, es cuestión de levantar todo el piso y excavar, y ya verás, sí, deslizó Martha, aparecerán los huesos o las cenizas…
Y los cuatro concluyeron que primero se pierde la fe a que se pierdan en la iglesia los restos de Boccaccio.